“Se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con ustedes” (Jn 20,19).
Hasta antes de esta escena María Magdalena era la única, que había visto al Señor resucitado. Pedro y Juan habían visto el sepulcro vacío. Los demás discípulos parecen no creer la noticia, pues en lugar de alegría tienen miedo y sienten que corren peligro, pues si las autoridades ya ajusticiaron al maestro, podrían ir contra ellos. Por eso están reunidos y con las puertas cerradas. Sin duda nosotros en el lugar de los discípulos habríamos reaccionado igual, pensando más por nosotros, que aceptar los rumores de la resurrección, algo insólito e increíble.
El Señor Jesús sabe el temor que viven sus discípulos, y por eso, se presenta en medio de ellos con el saludo de la paz. Una paz que solamente su presencia podía transmitirla. Entonces surge la alegría, fruto de la paz, al ver sus manos y su costado, no hay duda es él, el Maestro amado.
Sin embargo, tan grande y grata noticia conlleva la corresponsabilidad de dar testimonio de ella. Por eso, ahí mismo les confiere la misión, les infunde el Espíritu Santo, y les da la facultad de perdonar los pecados. Para esto los había elegido y llamado: Para prolongar su misión y redimir la humanidad. Para manifestar la inmensa misericordia de Dios Padre y ser portadores de ella en el mundo.
Tomás no tuvo miedo a las autoridades judías para moverse por la ciudad. Parece un hombre más libre. Sin embargo, tampoco cree lo que le cuentan sus compañeros, así como ellos tampoco creyeron el testimonio de María Magdalena.
La escena de la incredulidad se repite como se repetirá a través de los siglos en las futuras generaciones. Siempre será indispensable la experiencia propia del encuentro personal con Jesucristo para asumir con certeza la fe en su resurrección.
Ocho días después, estaban de nuevo los discípulos reunidos, y Tomás estaba con ellos. Descubramos la importancia de estar en la comunidad. Tomás no había creído, pero sigue valorando la relación con sus compañeros, y por ello, está ahora en medio de ellos. Los escucha, pero no cree lo que dicen. No acepta el contenido de la conversación, pero si el conversar con ellos. Esta es una magnífica lección: Mantener las relaciones de amistad y compañerismo, aunque haya momentos en que no se comparta plenamente las convicciones.
El estar con la comunidad permite a Tomás tener el encuentro con Jesús, quien se dirige personalmente, y lo interpela no para expulsarlo por no creer, sino para compartir el acontecimiento más importante de todos los tiempos: Trae aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo, sino creyente (Jn 20,27).
La experiencia de Tomás narrada en este Evangelio ha permitido a muchos hombres de distintas generaciones vivir la bienaventuranza expresada por Jesús: ¡Dichosos los que creen sin haber visto!
Ahora, como buen discípulo de Cristo, es conveniente preguntarme, ¿cuál ha sido mi experiencia de fe en la resurrección de Jesús? ¿La he compartido alguna vez? ¿Qué efectos me ha producido el compartirla?
Creer en la resurrección de Jesús me conduce a la experiencia madura de la fe. El Apóstol Pedro en la segunda lectura advierte: Alégrense, aun cuando ahora tengan que sufrir un poco por adversidades de todas clases, a fin de que su fe, sea sometida a la prueba (1Pe 1,6).
Hoy estamos viviendo una pandemia que nos atemoriza, pero podremos salir adelante si recordamos que somos la comunidad de discípulos de Cristo, y que Él nos acompaña, y que nosotros lo hacemos presente en el mundo de hoy para anunciar la Paz que nace de la Fe y de la Alegría de servir en la Caridad; así cada uno, comportándonos según nuestras condiciones y circunstancias, y obedeciendo las indicaciones de la autoridad competente, hagamos lo propio para evitar contagiar y/o ser contagiado.
En este sentido, los invito a reconocer y valorar a quienes atienden los servicios de salud, y ponen en riesgo constante sus personas, oremos por ellos médicos, enfermeros, asistentes, y todos los que hacen posible funcionen los centros de salud. Son verdaderos héroes, que en su servicio hacen presente a Cristo, y expresan la misericordia divina a los enfermos.
Por eso acudamos a María de Guadalupe, nuestra querida Madre, y pongamos bajo su manto especialmente a todos los que arriesgan su vida al servir a sus hermanos necesitados de atención médica, o también de atención psíquica o espiritual, o a quienes necesitan algo de comer. Todos ellos hacen presente a Jesús en medio de esta pandemia.
Supliquemos a la Virgen María con la siguiente oración:
Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios,
escucha nuestras oraciones, atiende nuestras súplicas,
acompáñanos, protégenos, cuídanos.
Bajo tu amparo nos quedamos, Señora y Madre Nuestra,
te lo pedimos, por tu Hijo Jesucristo, Nuestro Señor. Amén.
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