Tienen discapacidad, pero son muy capaces. Lo demuestran cada día desde las sufridas tierras de Camboya. Han sobrevivido a la guerra, a las minas terrestres y a las bombas de racimo de las que, sin embargo, quedan huellas evidentes.
Golpeadas, pero expertas, sus manos elaboraron una silla de ruedas, una muy particular que viajó desde el sudeste asiático hasta llegar a Roma. Y al margen del sínodo que congrega a la Iglesia católica, se la han obsequiado al Papa Francisco.
Desde la fe conversó en exclusiva con monseñor Enrique Figaredo, el padre sinodal, sacerdote jesuita y prefecto apostólico de Battambang, quien tras bastidores es el artífice de este especial obsequio de gran simbolismo e impacto social.
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-Usted conoce de cerca el dolor y el sufrimiento. Ha estado en zonas de misión y centros de refugiados, pero también hay satisfacciones. ¿Cuáles son las alegrías en esos lugares?
La alegría es por la sencillez de la gente. Al ser sencilla, en las cosas pequeñas encuentra una motivación para la esperanza y la alegría. Entonces, logran no sólo motivarse a sí mismos, sino también alentar a los demás.
Son personas que saben festejar, tienen sentido del humor y logran reírse de sí mismos. Siento que existe una inteligencia especial entre la gente sencilla y pobre que sufre, que va más allá de la realidad.
Los niños camboyanos, por ejemplo; muchos de ellos van descalzos y tienen poco, pero en lo poco que tienen encuentran felicidad. ¡Nos dan lecciones de cómo vivir con alegría!
-¿Cuál es el secreto?
El secreto está en saber reírse de uno mismo y, un poco, de la realidad. Aunque, también sufren, se mezcla el sufrimiento con la alegría interior. No quiere decir que no tienen unas vidas difíciles, sino que se lo toman con una sana filosofía que nosotros deberíamos aprender. La gente sencilla nos da lecciones acerca de tener sentido del humor y saber tomarse las cosas en serio, pero con inteligencia emocional.
–Luego de más de 35 años al cuidado de personas mutiladas física y emocionalmente, sobreviviendo en Tailandia y Camboya, ¿qué tiene que decir en nombre de esas personas al Sínodo y al mundo?
¡Que les incluya, que les escuche! Lo que le pediría al Sínodo es que escuchara la palabra de la gente sencilla, que está como sin voz, en las márgenes. Pero, creo que, de hecho, hay mucho que ya se ha ganado, porque en el Sínodo hay grandes escuchas y grandes inclusiones para los sencillos y quienes viven en la pobreza.
Encuentro que hay muchísimas aportaciones del Sínodo por parte de obispos estupendos, y cuya preocupación son los pobres, quienes tienen mucho que decirle a la Iglesia.
Pediría que se les siga escuchando como un lugar teológico desde donde Dios habla. Necesitamos escuchar la voz y la vida de todos ellos, que nos sacan de nuestros paradigmas y nos ayudan a ver la vida con esperanza, con una inteligencia nueva.
-En las últimas horas ha habido todo un revuelo porque usted le regaló una silla de ruedas al Papa. ¿Cómo es eso y por qué es tan especial?
La silla de ruedas que le regalamos al Papa fue hecha en Camboya por supervivientes de las minas, de la guerra, de lo que nos dejó el conflicto bélico allí. Hechas por personas con discapacidad, pero que tienen grandes capacidades.
Es una silla preciosa, con tegnología local, de madera, con tres ruedas, muy bien diseñada para superficies irregulares, clima difícil, lluvioso y húmedo. Entregársela al Papa ha sido entregar el producto y la artesanía de la gente que sobrevive de la guerra y que, a cambio, crea paz y reconciliación.
¿Qué representa el obsequio de esta silla de ruedas para el Papa?
Lo que se hace con estas sillas de ruedas es transformar vidas. Queremos que la vida del Papa se transforme a través de la gente. Que se sienta acompañado y fuerte para seguir siendo voz de la gente más sencilla.
Ha sido como un acto de entrega de personas con discapacidad y víctimas de la guerra para el Papa, con el deseo de que se sienta apoyado por todos ellos. Ha sido un momento emocionalmente muy conmovedor.
Era un sueño para la gente que está en el taller. Pensamos: bueno, vamos a hacerle también una silla de ruedas al Papa para que él también se beneficie de nuestro trabajo y siga construyendo paz en el mundo y trabaje por las víctimas de las guerras.
¿Cómo ha sido la reacción de los camboyanos luego de que se lograra entregar el regalo?
Él la ha recibido con muchísima alegría y profundo agradecimiento. La gente en Camboya está super ogullosa de que su silla de ruedas le haya llegado al Papa.
¿Una edición especial? Se han incorporado en ella símbolos del Vaticano… ¿Es así?
Tiene tres cosas distintas a las otras sillas:
El resto es idéntico a las tradicionales. Las ruedas son de bicicleta. Es una silla “Mekong”.
¿A qué se debe el nombre Mekong?
Se la llama como un río que es símbolo de vida en Camboya, uno muy grande que tenemos y da muchísima vida.. Queremos que nuestra silla dé vida, que le dé vida plena a la gente.
¿Sería un fruto directo de la “Casa de la Paloma”, correcto?
Efectivamente. Allí se estudia carpintería, soldadura y escultura. Las personas con discapacidad estudian mucho. Y tenemos el taller de la silla de ruedas donde los graduados llegan a trabajar.
Así que es fruto de la formación de las personas que han sido heridas y que sigue funcionando excelentemente desde el año 94. Se producen allí unas 1.400 sillas al año. También se hace mantenimiento a las que tenemos repartidas por toda Camboya.
¿Cómo mejora la calidad de vida de quienes están de alguna forma vinculados con la fábrica de sillas?
Los trabajadores tienen un puesto fijo, cuentan con un salario y logran acceso a un trabajo digno. De esa manera, sus familias van progresando. Además, ofrecen un producto que transforma positivamente las vidas de los otros. Es un orgullo. No producen cualquier cosa, sino apoyo para personas inválidas o con discapacidad.
Es muy bonito el espíritu de su labor, porque constituyen una familia que trabaja como equipo para beneficiar vidas humanas.
¿Cómo empezó esta historia de casi cuatro décadas?
Me apunté al Servicio Jesuita de Refugiados y me enviaron a un campo en la frontera con Tailandia. Allí me destinaron a la atención de personas con discapacidad. Después, cuando comenzó el proceso de reconciliación nacional, montamos los talleres de la Casa de la Paloma. Desde 1994, en ese lugar funciona el taller de las silla de ruedas.
Acaba de ser publicada la cuarta encíclica del papa Francisco. En ella, se afirma que para ser un buen misionero se tiene que estar profundamente enamorado de Dios, porque de esa forma no se impone, sino que se transmite y contagia. Don Enrique, después de cuatro décadas de vida junto a los más necesitados, ¿sigue enamorado?
¡Totalmente! Si no estás enamorado del Corazón Jesús, que ama, perdona y vive para el bien de los demás, no hay manera de que salgas adelante.
También estoy profundamente enamorado de la gente, de las personas; no como propietario cuanto sucede delante de mis ojos, sino en la libertad que les da Dios.
Si usted tuviera la oportunidad de alcanzar una única intercesión muy especial de la Virgen María ante Dios, ¿qué le pediría?
Que pudiéramos vivir como en una sana fiesta, donde nos relacionamos como hermanos que festejamos la vida. Que no haya exclusión y que estemos con alegría.
A nuestra madre le pediría especialmente ¡que nos ayude a tener un corazón como el suyo! O sea, amplio y con paz, con tranquilidad propia y que también les dé paz a los demás.
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