Concierto "Grace for the World". Crédito: Especial
La música puede ser espectáculo, pero en ocasiones se transforma en oración, en gesto de unidad y en signo de que la fe tiene la capacidad de reunir a la humanidad más allá de culturas y lenguas. Ese fue el espíritu que envolvió a la Plaza de San Pedro la noche del sábado con el concierto “Grace for the World”, que clausuró el Encuentro Mundial sobre la Fraternidad Humana.
En el corazón del Vaticano, bajo la mirada del apóstol Pedro y a los pies de la Basílica, resonaron voces como la de Andrea Bocelli, John Legend, Pharrell Williams, Karol G, Il Volo y Jennifer Hudson, entre otros. Sin embargo, más allá de la fama y los nombres, el concierto buscó ser un “abrazo simbólico al mundo”, un recordatorio de que la música, como la fe, tiene fuerza para sanar, tender puentes y anunciar esperanza.
La apertura con Amazing Grace, himno universal que proclama la misericordia de Dios, marcó el tono espiritual de la velada. Luego, las imágenes proyectadas por miles de drones sobre el cielo vaticano —la Virgen María, el Niño Jesús, una paloma blanca y el rostro del Papa Francisco— hicieron visible esa gracia que los creyentes confiesan como don divino para toda la humanidad.
El Cardenal Mauro Gambetti, presidente de la Fundación Fratelli Tutti, recordó las palabras del Papa León XIV: “no a la guerra, sí a la paz y a la fraternidad”. Invitó a los presentes a mirar a Jesús desde la Plaza de San Pedro, como modelo de compasión, diálogo y perdón.
Los artistas, cada uno a su manera, retomaron este mensaje: Pharrell Williams agradeció al Papa por recordarle “lo que significa la fraternidad” y exhortó a difundir luz en todas las denominaciones; John Legend insistió en que “no importa a quién adoremos, el amor debe ser fuerza ante la injusticia”; Jelly Roll elevó un “¡Te amo, Jesús!” en medio de su interpretación; e Il Volo entonó el Magnificat, himno de alabanza a Dios.
En medio de testimonios como los de Graça Machel Mandela y Nadia Murad, que clamaron por la paz y la dignidad de todos los pueblos, quedó claro que este no fue un concierto de entretenimiento sino un proyecto cultural y espiritual: un encuentro donde la belleza del arte se puso al servicio de la fe y del compromiso común por la fraternidad y el cuidado de la creación.
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