Foto: Vatican News
El Concilio de Nicea es crucial para la Iglesia Católica porque estableció los fundamentos doctrinales clave, especialmente la divinidad de Cristo y la Santísima Trinidad, formulando el Credo Niceno que sigue siendo el núcleo de la fe cristiana.
Pero también fue el primer concilio ecuménico que buscó la unidad de la Iglesia frente a las herejías, como el arrianismo, y sentó las bases de la organización eclesiástica.
Así, señala la Comisión Teológica Internacional de la Santa Sede en el documento Jesucristo, Hijo de Dios, Salvador, que se dio a conocer con motivo del 1700 aniversario de ese evento, “el Concilio ha permanecido en la conciencia cristiana principalmente a través del símbolo que recoge, define y proclama la fe en la salvación en Jesucristo y en el único Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo. El símbolo de Nicea profesa la buena nueva de la salvación integral de los seres humanos por Dios mismo en Jesucristo”.
El 20 de mayo del año 325, en la ciudad de Nicea (hoy Iznik, Turquía), se celebró el primer Concilio Ecuménico de la historia cristiana. En aquella época, el emperador romano Constantino reunió a obispos de distintas regiones del mundo con el objetivo de resolver la controversia arriana, que cuestionaba la divinidad de Jesús, al afirmar que Jesús era una criatura creada por Dios Padre, y no Dios mismo.
Durante el Concilio de Nicea se resolvieron algunas preguntas fundamentales: ¿Quién es Jesucristo? ¿Era verdaderamente Dios? ¿Cómo entender su relación con Dios Padre?
La respuesta, que marcaría para siempre la historia de la fe cristiana, fue clara: Jesucristo es “Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero”, como proclama el Credo de Nicea. Esta formulación no fue solo un ejercicio filosófico o teológico, sino un acto de fidelidad a la experiencia apostólica y al testimonio de los primeros cristianos.
Entre los principales resultados que se alcanzaron durante el Concilio de Nicea destacan la formulación del Credo Niceno, la condena del arrianismo, el establecimiento de una fecha unificada para la celebración de la Pascua y la promulgación de 20 cánones disciplinares.
De la misma manera, los asistentes al Concilio definieron la consustancialidad de Cristo con Dios Padre y fijaron el primer domingo después de la primera luna llena de primavera como fecha para la celebración de la Pascua.
Asimismo, se prohibió a todos los miembros del clero residir con cualquier mujer, excepto con su madre, una hermana o una tía; se estableció que los Obispos, sacerdotes y diáconos no pueden pasar de una iglesia a otra; se determinaron las normas sobre la excomunión y se estableció que los domingos y durante la temporada de Pascua las oraciones deben rezarse de pie.
Así, a 1700 años de aquel histórico acontecimiento, la Iglesia no celebra el aniversario del Concilio como una simple efeméride; lo hace como una ocasión de renovación espiritual y de reflexión profunda sobre el núcleo de la fe cristiana. Así lo propone la Dimensión Episcopal de la Doctrina de la Fe de la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM), que invita a los fieles a volver la mirada hacia Nicea para redescubrir la riqueza de confesar que Jesús es el Hijo de Dios.
Por su parte la Comisión Teológica Internacional subraya que la luz que la asamblea de Nicea arroja sobre la revelación cristiana “nos permite descubrir una riqueza inagotable que, a través de los siglos y de las culturas, se sigue profundizando y mostrando con facetas cada vez más hermosas y más nuevas”.
“Estas diferentes facetas se actualizan especialmente mediante la lectura orante y teológica que la mayor parte de las tradiciones cristianas hacen del símbolo, cada una de ellas con una relación diferente al hecho mismo de la existencia de un símbolo”, sostiene en el texto Jesucristo, Hijo de Dios, Salvador.
En un mundo marcado por fragmentación cultural, secularismo, relativismo y pluralismo religioso, la CEM sugiere una relectura viva y actualizada del dogma de Nicea. ¿Qué significa hoy afirmar que Jesús es el Hijo de Dios? ¿Por qué seguimos necesitando un Salvador?
“Confesar que Jesús es el Hijo de Dios y Salvador del mundo impulsa una evangelización centrada en su persona, no solo en valores generales. Es anunciar un encuentro con el Hijo que transforma vidas”, afirma el documento.
Esto significa que la fe cristiana no se reduce a una idea o a un sistema ético, sino que es un encuentro real y personal con Jesucristo, que transforma la existencia y da sentido a la vida. Se trata de una fe que se celebra en la liturgia, se transmite en la catequesis, se testimonia con las obras y se vive en comunidad eclesial.
Como bien recuerda la CEM, el Concilio de Nicea no inventó una doctrina, sino que custodió la experiencia apostólica. En él, la Iglesia discernió con la luz del Espíritu Santo una verdad que había sido creída desde los orígenes: Jesús es verdadero Dios y verdadero hombre.
“No se puede comprender quién es Jesucristo sin su misión: salvar. Y no se puede comprender su misión sin su identidad divina”, subraya el documento.
Además, el Concilio de Nicea también nos habla de comunión. Fue un momento de unidad, donde obispos de culturas, lenguas y regiones distintas se reunieron para discernir juntos la fe de la Iglesia. Esa vocación a la unidad sigue siendo un llamado urgente para nuestro tiempo. El Credo de Nicea sigue siendo recitado por católicos, ortodoxos y confesiones protestantes.
El Concilio de Nicea no es solo una página en la historia: es una brújula para el presente y el futuro de la Iglesia. Nos recuerda que la fe no cambia en su esencia, aunque debe ser anunciada de forma siempre nueva. Nos invita a proclamar a Cristo no como un personaje del pasado, sino como el Señor vivo y actuante, que sigue salvando, sanando y reuniendo a su pueblo.
En palabras de la CEM, el aniversario de Nicea es una oportunidad para “volver a las fuentes, vivir con renovado fervor el Evangelio y confesar con alegría que Jesucristo es el Hijo de Dios y Salvador del mundo”.
De la misma manera, la Comisión Teológica Internacional subraya que la celebración de los 1700 años del Concilio de Nicea es una invitación para que la Iglesia redescubra el tesoro que se le ha confiado y aproveche para compartirlo con alegría, en un nuevo impulso, incluso en una “nueva etapa de evangelización”.
“Proclamar a Jesús como nuestra Salvación a partir de la fe expresada en Nicea, tal como se profesa en el símbolo Niceno-Constantinopolitano, requiere ante todo dejarnos asombrar por la inmensidad de Cristo para que todos queden maravillados; reavivar el fuego de nuestro amor al Señor Jesús, para que todos puedan arder de amor por él. Nada ni nadie es más hermoso, más vivificante, más necesario que Él”, puntualiza en el documento publicado en abril de 2025.
** Esta nota se actualizó el 13 de noviembre de 2025.
Para México la vida y el testimonio de los mártires, le ha destacado como una…
El reino de Cristo no tiene nada que ver con los encajes, las telas finas,…
Jesús es ese Rey, al que Sus adversarios no reconocieron, pero sí el ladrón que…
En Cristo tenemos la libertad encausada al bien y la paz en el orden, no…
El primero fue la causa de la condena del Señor. El segundo es el reconocimiento…
El Papa León XIV: los procesos de nulidad son un servicio pastoral que une verdad,…