Ante una Plaza de San Pedro colmada de cardenales, obispos, sacerdotes y fieles, y en medio de una plegaria cantada a la Santísima Virgen María, la despedida del Papa emérito Benedicto XVI estuvo cargada de una gran emotividad en la que no faltaron los aplausos y las lágrimas.
Haciendo eco a la súplica de muchos al Papa Francisco para que dispense los años que dicta el Derecho Canónico y pueda abrirse pronto la causa de beatificación del Papa emérito, varios letreros gigantes con la leyenda “Santo Súbito” en diferentes idiomas, aparecieron en la plaza, recordando lo ocurrido en el funeral de san Juan Pablo II en 2005, cuando la multitud clamaba para que el Papa amado fuera elevado a los altares pronto.
Fueron 12 los caballeros encargados de levantar el féretro para trasladarlo desde la plaza hasta la Basílica de San Pedro, haciendo una breve parada ante el Papa Francisco, quien tras bajar del altar, oró brevemente mientras tocaba con la mano derecha el ataúd de madera, muy parecido al que se utilizó con san Juan Pablo II.
La imagen del Santo Padre ante el féretro del papa Ratzinger ha dado la vuelta al mundo. Una imagen que habla por sí sola, donde Francisco reza por su predecesor, y pide, seguramente, que rece desde el cielo por él.
Antes, durante su homilía, el Santo Padre dijo:
“Aferrados a las últimas palabras del Señor y al testimonio que marcó su vida, queremos, como comunidad eclesial, seguir sus huellas y confiar a nuestro hermano (Benedicto XVI) en las manos del Padre: que estas manos de misericordia encuentren su lámpara encendida con el aceite del Evangelio, que él esparció y testimonió durante Su vida”.
Y agregó: “Benedicto, fiel amigo del Esposo, que tu gozo sea perfecto al oír definitivamente y para siempre su voz.”
Las cámaras de Vatican Media daban cuenta de una multitud entristecida por la partida de un gran pontífice, pero también de la alegría de saber que se ha encontrado con Jesús, a quien sirvió a lo largo de toda su vida.
Rostros consternados, personas grabando con el celular el histórico momento, religiosas y fieles con el rosario en mano, banderas ondeando, aplausos y cantos; sacerdotes con lágrimas y otros bendiciendo a la distancia el ataúd que poco a poco se perdió en el umbral de la Basílica de San Pedro.
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