Cuando anuncia un nuevo consistorio y los nombres de quienes serán nombrados cardenales, el Papa Francisco siempre da una que otra sorpresa, y el pasado 25 de octubre no fue la excepción. En el Angelus de aquel domingo, el Santo Padre pronunció el nombre del predicador de la Casa Pontificia, Raniero Cantalamessa.
A este sacerdote de la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos, de 86 años, encargado –entre otras cosas- de impartir los retiros a los que asiste el Papa, le cayó por sorpresa la noticia de que sería cardenal.
“Recibí la noticia como los demás, escuchando en directo el Ángelus del Papa el domingo 25 de octubre. ¡Si no fuera por el hecho de que llevo un apellido tan inconfundible en ese momento, habría pensado que era otra persona!”, reconoció el padre Cantalamessa en una entrevista con el periódico diocesano Chiesa di Rieti.
La decisión de nombrar cardenal a un presbítero no es inédita, aunque sí poco común. Normalmente, también les ordena obispos, aunque el padre Cantalamessa adelantó que ha solicitado al Papa Francisco no recibir el episcopado.
“Dado que existe esta posibilidad, he pedido al Santo Padre la dispensa de la ordenación episcopal. El oficio del obispo, como dice el título de mi reciente libro de ejercicios espirituales para obispos, es ser pastor y pescador”.
“A mi edad es muy poco lo que podía hacer como ‘pastor’; por otro lado, lo que podría hacer como ‘pescador’ lo puedo seguir haciendo anunciando la palabra de Dios.
Otro motivo, reconoció el sacerdote ‘es el deseo de morir en mi hábito franciscano: algo que difícilmente me hubiera permitido hacer si hubiera sido obispo'”.
El sacerdote franciscano ha asegurado que su vida apenas cambiará con el cardenalato.
“El nombramiento de cardenales mayores de ochenta años, como sabemos, no implica compromisos pastorales particulares. Por tanto, gracias a Dios y al Papa, podré seguir llevando la vida habitual”.
“Esta vida consiste en las predicaciones de Cuaresma y Adviento en presencia del Papa y su residencia en la Ermita del Amor Misericordioso de Cittaducale, donde vive una comunidad de clarisas capuchinas de las que es padre espiritual”.
“Las conocí cuando aún estaban en el monasterio de origen y seguí todo su proceso espiritual y jurídico. Cuando llegué a Cittaducale, surgió en mi corazón el deseo de poder vivir la vida de ermitaño que tanto amaba mi Padre San Francisco y, con el permiso de mi ministro general, me trasladé allí para pasar los momentos en los que No ando predicando, compartiendo soledad y oración con ellas”.
“A medida que envejezco, voy disminuyendo los compromisos por los que mi vida alterna entre la Ermita y la Curia General de los Frailes Capuchinos que es la comunidad a la que pertenezco”, agregó.
Por último, aseguró que el Santo Padre le ha pedido que continúa con su labor como Predicador de la Casa Pontificia.
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