El Papa Benedicto XVI fue durante toda su vida un buscador de la verdad y un apasionado defensor de la misma sabiendo que la Verdad, como tal, es Cristo, quien ha dicho a sus discípulos “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre si no es por mí” (Jn 14 6).
Sin embargo, también sabía que la Verdad está inseparablemente unida al amor a Dios y a los hermanos, “porque el que no ama, no conoce a Dios porque Dios es amor” (1Jn 4, 8), esto explica la apertura al diálogo que siempre tuvo y el respeto hacia los demás en todo momento.
Dos grandes figuras lo marcaron en su formación teológica, san Agustín, uno de los más notables Padres de la Iglesia y san Buenaventura, gran maestro medieval.
Siendo todavía un joven sacerdote y teólogo, Joseph Ratzinger participó como consultor en el Concilio Vaticano II en los años 1963-1965 donde comenzó a destacar.
Impulsó la renovación teológica después del Concilio junto con muchos otros, pero pronto tomó distancia de aquellos que dejaban de lado lo fundamental del mensaje cristiano, definiendo así su camino: primero la verdad antes que la notoriedad.
Nombrado Obispo y Cardenal en 1977 por el Papa Pablo VI, fue gran colaborador del Papa Juan Pablo II a partir de 1982 como custodio de la Fe de la Iglesia.
Detrás de los grandes escritos del Papa Juan Pablo II ha estado la mano del Cardenal Ratzinger siendo una de sus aportaciones más valiosas el Catecismo de la Iglesia Católica (1992) y uno de los textos más polémico, pero indudablemente más oportuno, Dominus Iesus (2000) que dedica, en el Jubileo del año Dos Mil, a la reafirmación de la divinidad de Cristo y la misión de la Iglesia necesaria para la evangelización universal.
Podemos recorrer sus años como Prefecto para la Doctrina de la Fe no solo por sus innumerables y valiosos documentos, sino también por sus intervenciones firmes pero llenas de fraternidad y caridad para con aquellos teólogos que pusieron en riesgo elementos fundamentales de la fe cristiana.
Al mismo tiempo lo encontramos en Congresos y Conferencias con los más notables intelectuales creyentes y no creyentes con quienes dialogó desde la convicción de que la Fe ilumina a la Razón y la Razón es necesaria para vivir y entender la Fe.
Elegido como sucesor de Pedro en 2013, consciente de su alta responsabilidad para con la Iglesia y el mundo, tuvo dos líneas claramente desarrolladas durante su pontificado.
Primero, denunciar el relativismo cultural en el que estamos viviendo, relativismo que niega la existencia de la verdad privilegiando los sentimientos por encima de los argumentos y las opiniones por encima los principios. Este primer compromiso le ganó muchos enemigos en la opinión pública, pero ha sido un gran servicio para nuestro tiempo que sigue vigente y que lo trasciende más allá de su persona.
El relativismo ha inundado nuestro ambiente hasta llegar a los congresos legislativos, las cortes de justicia y los principales líderes de opinión, afectando el estilo de vida y el concepto de nuestra propia condición humana, poniendo en riesgo el futuro inmediato de las nuevas generaciones.
Sin la verdad no hay justicia, no hay desarrollo, no hay felicidad, no hay futuro: “Solo quien conoce a Dios conoce la realidad y puede responder a ella de un modo realmente humano – ha dicho el Papa Benedicto en Aparecida Brasil en el 2007- no un Dios solo pensado o hipotético, sino el Dios de rostro humano, el Dios con nosotros, el Dios del amor hasta la cruz”.
La segunda línea ha sido renovar la vida y el testimonio de la Iglesia, con decisiones contundentes contra la inmoralidad de algunos de sus pastores poniendo en evidencia sus delitos y acercándose a las víctimas con espíritu de penitencia y reconciliación.
Al mismo tiempo ha puesto su enseñanza magisterial al servicio del compromiso social como expresión del auténtico testimonio de la caridad cristiana. Todas sus Encíclicas hablan de ello. Su renuncia al pontificado ha querido ser también un testimonio y una enseñanza de compromiso social ante sus amigos y enemigos.
Sencillez, humildad, sabiduría y delicada caridad definen toda su vida hasta el final. “Elegí como lema episcopal ‘colaborador de la Verdad´ –ha dicho a su biógrafo Peter Seewald- quisiera que así lo pongan en mi epitafio”.
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