El aire helado soplaba fuerte en la Plaza de San Pedro; la noche había caído, y cerca de 60 mil personas terminaban de rezar el Santo Rosario por el Papa Juan Pablo II; algunos fieles, vencidos por el cansancio, permanecían con los ojos cerrados y la cabeza inclinada; otros más se mantenían atentos a las dos ventanas iluminadas del apartamento de Su Santidad en el Palacio Apostólico, en espera de alguna señal.
Eran las 21:37 hrs. del 2 de abril de 2005, cuando otra ventana de la habitación del Romano Pontífice se iluminó. La incertidumbre y los rumores sobre su muerte crecían y una nostalgia casi palpable se apoderaba de los fieles. La tristeza se podía respirar.
Minutos más tarde, alrededor de las 22:00 hrs. el arzobispo Leonardo Sandri, sustituto de la Secretaría de Estado del Vaticano, anunciaba, con voz entrecortada por el llanto, el fallecimiento del Papa con las siguientes palabras: “A las 21:37 hrs. nuestro Santo Padre ha regresado a la Casa del Padre”.
Tras la noticia, los fieles -muchos de ellos de rodillas y con lágrimas en los ojos- dejaron escuchar un largo aplauso que se prolongó por varios minutos, mientras las campanas de la Basílica de San Pedro doblaban por la muerte del Pontífice. Terminaba así una época en la historia de la Iglesia católica.
Al día siguiente, cerca de 130 mil personas ocuparon desde muy temprano la Plaza de San Pedro y la Vía de la Conciliación para participar en la primera Misa de exequias en sufragio por el alma del papa Juan Pablo II. La ceremonia, presidida por el cardenal Ángelo Sodano, se llevó a cabo en medio de un profundo clima de recogimiento y conmoción, y pudo seguirse a través de grandes pantallas, que arrancaban aplausos de los fieles cuando se proyectaban imágenes del Santo Padre. Ahí, el cardenal Ángelo Sodano se refirió a Juan Pablo II como “el Grande”, un atributo que sólo se le ha dado a pocos pontífices que han sobresalido en la historia por su grandiosidad y santidad.
Mientras tanto, vestido con los hábitos pontificales, la imagen del cuerpo sin vida del Papa Juan Pablo II daba la vuelta al mundo en las primeras horas del 3 de abril mientras era expuesto en la Sala Clementina del Palacio Apostólico para el homenaje y la oración de los miembros de la Curia Romana, de las autoridades italianas y del Cuerpo Diplomático. El Papa se despedía así de sus colaboradores más cercanos.
Del 5 al 9 de abril, el mundo dio el último adiós al Santo Padre. Desde que fueron traslados los restos mortales de Juan Pablo II, del Palacio Apostólico a la Basílica de San Pedro, más de cien mil personas ya hacían fila para poderle ofrecer su último saludo. Tendido en unas andas cubiertas de terciopelo rojo, sobre los hombros de doce silleros pontificios, el cuerpo del Santo Padre arrancó aplausos y lágrimas de los peregrinos que desde muy temprano habían inundado la Plaza de San Pedro y la Vía Conciliación para rendirle honores.
A lo largo de esos cuatro días, cientos de miles de personas, más de dos millones se calcula, hicieron largas filas de hasta 15 horas de duración para despedirse del Santo Padre expuesto en la Basílica de San Pedro. De acuerdo con autoridades de protección civil, la media de personas que desfilaron ante los restos del Su Santidad fue de entre 15 mil y 18 mil por hora.
La ancha fila que provocaba la cola se extendía por la Vía de la Conciliación, y después hacía una curva, continuando por calles adyacentes hasta alcanzar la longitud de 8 kilómetros. Cada uno de los fieles podía pasar durante quince segundos, caminando lentamente, sin detenerse, ante los restos mortales del Santo Padre, que se encontraban ante el altar de la Confesión, bajo el baldaquino de Bernini, a pocos metros de la tumba de san Pedro. Algunos tomaban fotografías, otros simplemente le decían adiós.
Tras haber recibido un sinfín de muestras de cariño, el papa Juan Pablo II finalmente fue inhumado en las Grutas Vaticanas, debajo de la Basílica de San Pedro, en el mismo lugar en el que durante años descansó el beato Papa Juan XXIII. La Misa de las solemnes exequias, que contó con la participación unos dos millones de personas, así como unos doscientos jefes de Estado y líderes religiosos, algo nunca antes visto, tuvo lugar alrededor de las 10:00 hrs. en el Sacro de la Basílica Vaticana y fue presidida por el cardenal Joseph Ratzinger, entonces decano del Colegio Cardenalicio. Al final de la celebración eucarística, el féretro del Romano Pontífice fue llevado a la Basílica vaticana y después a las Grutas Vaticanas, donde fue inhumado.
Desde entonces, Juan Pablo II, el Papa que tanto amó al mundo, que lo animó con su vida y lo paralizó con su muerte, descansa en paz.
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