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‘Jesús me eligió sacerdote, vio en mi discapacidad una virtud’

Decir que la suya fue una niñez normal, tal vez no sea tan acertado: sus diversiones consistían en jugar a cosas de la iglesia: celebrar Misa, proclamar a Jesús, hacer procesiones. No imaginaba que para ser sacerdote debía estudiar años en un seminario; menos aún que tendría que enfrentarse a las complicaciones de una discapacidad que hasta entonces ignoraba que desarrollaría.

“Displasia epifisaria múltiple” fue lo que le diagnosticaron los especialistas cuando cumplió ocho años de edad. Su condición genética provocaría que se detuviera el desarrollo de los huesos.

“Los médicos desconocían en qué parte de mi cuerpo se manifestaría el mayor defecto –señala el padre Amado García, encargado de la Parroquia del Santo Sepulcro (Álvaro Obregón)–; de lo que sí estaban seguros, era que se iría manifestando paulatinamente al paso de los años”.

Padre Amado García, párroco de El Santo Sepulcro (Álvaro Obregón).

Asegura que él no era un niño al que le entusiasmara particularmente el deporte, pero a los 15 años aún podía caminar, correr y jugar bien.

Tras concluir la secundaria, empezó a percatarse de que ya caminaba distinto, y al paso de los años fue percibiendo sus movimientos más limitados.

Fue entonces que comenzó a sentir que estaba en riesgo su gran sueño: servir a Jesús desde el ministerio sacerdotal, ya que algunos planteamientos del Derecho Canónico parecían ser un impedimento para ello.

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Sortear las barreras, lo primero

El padre Amado García explica que el Derecho Canónico, como base jurídica de la Iglesia, es muy escueto en lo que plantea sobre el orden sacerdotal para personas con discapacidad, y en gran medida se deja a criterio de los obispos.

“Y esto para el aspirante -explica- significa tener que seguir adelante en la formación sin ninguna garantía de que uno vaya a ser ordenado.

Es decir, que si el obispo se preocupa por valorar la discapacidad, puede dar su aprobación; pero si ni siquiera intenta conocerla, es probable que se rehúse a la ordenación. “Sin embargo -señala-, yo seguí adelante con la seguridad de que sobre la voluntad humana está la de Dios”.

El padre Amado García es originario de Puebla, por lo que debía realizar su proceso de formación en la Arquidiócesis poblana.

“Pero en mis tiempos de seminarista -explica-, aún no se ponía mucha atención al tema de la discriminación; la mentalidad en el estado era distinta a la de hoy, y el título de ‘progresiva’ que tenía mi enfermedad pesaba mucho en aquella Iglesia particular”.

Por esa razón, se trasladó a la Arquidiócesis de México, pues consideraba que en la capital la gente tenía una mentalidad mucho más abierta. Y llevó su proceso de formación en esta ciudad. Así, finalmente un día, hace nueve años, pudo cumplir su anhelo de ser sacerdote.

Antes de estar al frente de la Parroquia del Santo Sepulcro, desempeñó su ministerio sacerdotal como vicario de varias parroquias de la capital: San Matías Apóstol (Iztacalco), San Felipe de Jesús (Álvaro Obregón), Catedral Metropolitana y la Iglesia de la Asunción de María (Santa Fe).

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La discapacidad a la luz de Jesús

Para el padre Amado García, en lugar de que las estructuras sociales evalúen si las personas son aptas para ejercer determinadas funciones, lo que se debe hacer es crear los entornos necesarios para que puedan ejercerlas.

“La creación de entornos favorables no pueden ser vistos como privilegios, sino como adaptaciones necesarias para que podamos desarrollar una labor en condiciones regulares, pues las personas con discapacidad tenemos mucho que dar, especialmente en el servicio a la Iglesia fundada por Jesús”.

El padre Amado García señala que su ordenación es una prueba de que él es sacerdote por la voluntad de Dios; pero considera que el hecho de que el Señor haya llamado a alguien con discapacidad a la vida sacerdotal, no es sólo porque sí, sino que tiene que ver totalmente con su plan.

“Por eso, en los lugares en que Jesús me va colocando, trato de ver mi discapacidad hilada a su proyecto. Y puedo decir que, en mi labor como sacerdote, tengo a su servicio un extra que dar: mis limitaciones, las realidades a las que me enfrenta mi condición, que muchas veces no son fáciles”.

El padre Amado trabaja en favor de las personas con discapacidad dentro y fuera de la Iglesia.

“La discapacidad me trajo un don: ser sensible al dolor”

Recuerda mucho algo que le sucedió en Catedral Metropolitana: cierto día, al término de la Misa, se le acercó una persona llorando de emoción, quien le dijo algo que le quedó muy grabado:

“Padre -le comentó-, tengo un hermano con su discapacidad, es de su complexión, se parece muchísimo a usted; pero él está deprimido, no quiere hacer nada. Le diré que conocí a una persona similar a él, y que es sacerdote; que si usted pudo llegar a serlo, él también puede lograr lo que se proponga’”.

El padre Amado asegura que, gracias a su discapacidad, posee un don especial: ser muy sensible al sufrimiento de la gente, al dolor que es ofrenda a Dios cuando se une al de Jesús.

“La gente percibe esa sensibilidad -asegura-, así que hay muchas personas que se me acercan para contarme sus penas, sus tristezas. Un comentario muy recurrente que me hacen es: ‘Yo sabía que usted me iba a comprender’”.

 

 

Vladimir Alcántara Flores

Editor de la revista Desde la fe/ Es periodista católico/ Egresado de la carrera de Comunicación y Periodismo de la Facultad de Estudios Superiores Aragón.

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