Como una madre lo haría, la religiosa María Juana Romero, de la Congregación Misioneras Cruzadas de la Iglesia, ha procurado que durante la pandemia de COVID-19 no les falte alimento a 50 familias otomíes, vendedoras de artesanías en la Zona Rosa, uno de los barrios más conocidos de la Ciudad de México.
Los otomíes son unos de los 68 pueblos indígenas de México, un sector con alto nivel de pobreza y marginación. De acuerdo con el Coneval, siete de cada diez personas indígenas viven en pobreza. Además sufren de falta de acceso a servicios de salud.
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La hermana Juana, como es conocida entre la comunidad, comenzó a trabajar con estas familias hace tres años. Todo inició con el acercamiento a unos jóvenes que se reunían afuera de la Parroquia de la Sagrada Familia, en la colonia Roma.
“Yo pasaba casi a diario por esa parroquia, ahí vi a un par de muchachos indígenas que se estaban drogando, la verdad sentí muy feo y le dije a una de mis hermanas de la Congregación que les teníamos que ayudar. Decidimos ‘llegarles’ por el lado de la comida”.
De esa manera, cada sábado le llevaban alimento a 10 jóvenes otomíes; sin embargo, también les daban el alimento de la escucha, del cariño y de la compañía, detalla la religiosa.
“Algunos sí salieron de la droga y el alcoholismo. Uno de ellos se casó y vino a visitarme para presentarme a su esposa y a sus hijos gemelos. La mamá de este muchacho me agradeció, en su poco español, por lo que había hecho por su hijo, pero estoy cierta de que fue la obra de Dios”.
Y de la mano de su trabajo con estos jóvenes, comenzaron a acercarse a la comunidad otomí que vende artesanías en la Zona Rosa.
La labor de la hermana Juana y de la Congregación Misioneras Cruzadas de la Iglesia con la comunidad otomí llegó a oídos de muchas personas y en específico de un bienhechor que vive en Francia quien le envió dinero para continuar su labor con los indígenas.
“Con ese dinero comenzamos a darles un curso de nutrición y al final les dábamos una despensa; también les dimos talleres de bisutería y de cuidado personal, pero cuando la pandemia llegó tuvimos que parar todo; ellas dejaron de vender sus artesanías y los hombres dejaron de trabajar en la construcción”.
“Cuando me comuniqué con uno de los de la comunidad para saber cómo estaban, me manifestaron que muy mal porque no tenían para comer. Fue cuando me acerqué con la Comunidad de Sant´Egidio para que nos apoyaran con despensas, y luego con Cáritas Nacional“.
Estas instituciones le proporcionan despensas, y ella se las entrega cada mes para contrarrestar la falta de ingresos que padecen. Los vendedores de artesanías y comerciantes de la Ciudad de México son de las personas que más afectadas se han visto por las medidas de aislamiento debido a la pandemia, pues sus ganancias provienen de la venta de sus productos a transeúntes y turistas.
Aunque para las hermanas de la Congregación Misioneras Cruzadas de la Iglesia, la pandemia también ha puesto en jaque sus ingresos, aún les queda el corazón para ayudar y compartir lo que “Dios les da”, dice la hermana María Juana Romero.
“Todas las hermanas trabajamos, hay algunas que están jubiladas y con su pensión ayudan a la manutención. También recibimos una despensa de Cáritas, pero hay gente que nos sigue tocando la puerta de la casa para pedir ayuda y no nos negamos, les compartimos lo poco que tenemos”.
Laborar en la Parroquia María Reina de la Paz, en la Ciudad de México, sede del Centro de Hospitalidad y Cáritas Emergencias de la Arquidiócesis de México le ha enseñado, -tal cual lo dice el Evangelio-, a tenderle la mano al más necesitado y a colaborar unos con otros, “pues sin la colaboración de todos no vamos a superar esta pandemia”.
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