Abraham Rosales, diácono próximo a ordenarse como sacerdote. Foto: Ricardo Sánchez.
La muerte de un sacerdote de su parroquia fue el momento clave para que Abraham Rosales, de 27 años, decidiera ingresar al Seminario. Tenía 15 años, pero recuerda que sintió con mucha fuerza el llamado de Dios a seguirlo en la vida sacerdotal.
“Mi vocación inició en mi parroquia, una iglesia dedicada a Santa Lucía en la I Vicaría, gracias al testimonio de varios párrocos que ahí sirvieron. Pero la principal llamada a ser sacerdote fue tras la muerte de uno de ellos”.
“El llamado de Dios se fue fortaleciendo a través de la vida del Seminario; creo que fue una gran oportunidad ingresar al Seminario Menor. Y mi vocación se fortaleció aún más con los estudios teológicos y filosóficos, que reafirmaron en mí el deseo de ser sacerdote”.
Su último año lo pasó en la Parroquia de Nuestra Señora de Aparecida de Brasil, en la colonia Jardín Balbuena en la CDMX.
“Ha sido una experiencia maravillosa, pues he descubierto, en una parroquia multipolar, de muchas cosmovisiones y muchos retos pastorales, cómo llevar el Evangelio, y sobre todo he aprendido de esta comunidad el deseo de amar y servir a Dios cada día. Estoy nervioso y emocionado, porque es descubrir un gran don y ver un sueño cumplido, pero, sobre todo, una gran responsabilidad en una diócesis tan grande”.
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