La historia de Isabel Cifuentes está ligada estrechamente a Jesús. Actualmente vive en el Monasterio de Santa Clara, en Bogotá, Colombia, y hace unos días ofreció una entrevista al periódico El Tiempo, donde narra su extraordinario llamado a la vida religiosa de clausura tras encontrar en la Biblia la respuesta a una pregunta que le había hecho a Dios.
Aún es postulante de las hermanas clarisas, pero dice estar convencida de que lo suyo es vivir la vida de clausura; está tan convencida de ello, como aquel día en que entró al convento en medio de las lágrimas de sus familiares.
Isabel hizo algo poco común al conceder una entrevista a la periodista María Paulina Ortiz, a quien le narró la siguiente historia.
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Nació en Bogotá y actualmente tiene 28 años. Estudió la Ingeniera Industrial en la Escuela Colombiana de Ingeniería. La fe católica siempre estuvo presente en su familia, pero de manera superficial; sólo de vez en cuando acudía a Misa. Fue hasta que concluyó su carrera cuando sintió el llamado de Dios.
Había viajado a París, Francia, para conseguir una especialización en Ingeniería Industrial. Su vida era como la de la mayoría de los estudiantes: clases, tareas, reuniones, fiestas y algunas llamadas al novio que tenía en Bogotá. “Lo diferente eran los encuentros, una vez a la semana, con un grupo de jóvenes católicos que conoció”, destaca.
En unas vacaciones, junto con una amiga de aquel grupo, la joven planeó viajar fuera de la ciudad y ambas optaron por quedarse en un monasterio de las hermanas clarisas que les ofrecía una tarifa económica accesible.
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Al término de sus días de descanso su amiga regresó a París, pero ella decidió quedarse unos días para pasar más tiempo con las monjas. Cuenta que mientras les hacía preguntas, comenzó a sentir algo especial. Fue entonces que pasó aquello que le cambió la vida.
“Una noche le pregunté al Señor si Él me quería para la vida religiosa. A mi lado había una Biblia, y la abrí en un versículo de Isaías que dice algo así como ‘Tú serás desposada con tu Creador’. Imagínese, yo preguntando, y leo eso. ¡Para mí fue un sí! Lloré y me emocioné. Le dije al Señor que sí, que aceptaba ser su esposa. A partir de ese día mi vida cambió”.
Recuerda Isabel que al salir del monasterio me sentía distinta, se cortó el pelo y comenzó a utilizar ropa que no le permitiera ‘mostrar tanta piel’. Todos eran impulsos míos, como para no olvidar el sí que le había dado al Señor”.
El año que le quedaba para graduarse lo cumplió, pero en su mente sólo deseaba que éste se acabara lo más pronto posible porque quería iniciar su vida religiosa. Aún no sabía en qué comunidad lo iba a hacer, pero pensó en que si el llamado lo había recibido en un monasterio de clarisas, con ellas debería ser.
“Tenía su hábito clavado en mi mente: el color, la toca, el velo, todo. Oía la canción de santa Clara y me ponía a llorar. Era algo incontrolable”, recuerda.
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Cuando volvió a Colombia ya había avanzado en las conversaciones con las religiosas clarisas de Bogotá y sabía los pasos que habría de seguir. En su maleta sólo había ropa y libros de religión.
“Yo sabía que una posibilidad era que entrara y al mes ya estuviera desesperada por el encierro. O que no aguantara estar sin mi familia. ¡O el simple hecho de que me dieran ganas de salir a comerme un helado! Pero tenía la convicción de sentirme llamada. Y pensaba: si el Señor así lo quiere, me va a ayudar a perseverar. Si no me ahoga el encierro, es porque me quiere aquí. Después de un año y medio, la reja y la clausura es lo que menos me afecta”, dice Isabel.
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