Fue a la edad de doce años cuando el padre Ángel Espinosa de los Monteros sintió por primera vez la espinita de ser sacerdote, a raíz de una visita que hicieron los misioneros del Espíritu Santo al Colegio Benavente, en Puebla, donde él cursaba su formación básica. Aquel día, un sacerdote Misionero preguntó a quién le interesaba ser sacerdote, y él se apresuró a levantar la mano.
“Respondí como responde un niño de doce años, que yo quería predicar el Evangelio. Me fui entonces a un retiro, pero ya volviendo a la realidad, quise seguir con mi vida normal. De manera que cuando me invitaron al seminario me negué rotundamente”.
No hace falta decir que optar por la formación sacerdotal requiere de mucha determinación; sin embargo, en casa él tenía un gran ejemplo de arrojo y valentía, su padre, quien falleció cuando él tenía 14 de edad.
“Mi padre luchó 11 años contra el cáncer, y durante todos esos años de lucha, siempre fue un hombre positivo, alegre, al que le gustaba hacer negocios. Antes de contraer el cáncer, tuvo tres hijos: dos de mis hermanos y yo. Y ya con cáncer tuvo otros tres hijos. Entonces, la actitud de mi papá fue marcando mi vida”.
A los 16 años, cuando incluso ya tenía novia, aparecieron en su vida los Legionarios de Cristo, con quienes se fue a un segundo retiro, y otra vez le volvió la idea de recibir formación sacerdotal. “Esta vez la ida no me gusto, sino que me encantó, me apasionó. Pero me dijeron que tenía que terminar la preparatoria”.
Así, a los 17 años fue a un tercer retiro, “y a los dieciocho, ya cuando estaba a punto de entrar al seminario, pensé en mi novia; yo había soñado con una familia… Decidí entonces hacer un nuevo retiro de dos meses con ellos, como una prueba para ver si era realmente lo que yo deseaba. Y me fui al aspirantado o candidatado; esto ocurrió hace 40 años, y simplemente ya no regresé (a casa)”.
En este año, el padre Espinosa de los Monteros cumple 40 años de religioso, y 30 de sacerdote.
El padre Espinosa de los Monteros no recibió ningún tipo de formación relacionada con el humor, y jamás en sus planes estuvo el ser conferencista. “Yo me ordené con los estudios con que se ordenan todos los sacerdotes: Filosofía, Teología, Humanidades y también un poco de Ciencias de la Familia”.
Lo del humor se suscitó porque al ser ordenado sacerdote fue enviado a Guadalajara, donde todo simplemente se dio: “Tenía yo 28 años, y fui enviado a una comunidad muy cerrada, eran las mismas personas todo el tiempo; así que, después de celebrar unas diez o doce bodas, ya no sabía qué más decir”.
Cierto día, el padre Espinosa de los monteros iba a celebrar una boda más, así que mientras caminaba por un pasillo, iba pensando algo diferente qué decirles, para no repetirles lo de cada vez.
“En ese momento se me ocurrió describir la razón por la que se iban a entregar un anillo, y en lo que se dice cuando se hace la entrega: ‘Te entrego este anillo como símbolo de mi amor y me fidelidad’. Pensé que cómo una cosa tan pequeñita como un anillo podía significar algo tan grande, un símbolo de amor y fidelidad”.
Fue entonces que comenzó a preparar su homilía, en la que buscaba comparar las cualidades del anillo con las del Matrimonio, y se le ocurrieron unos diez puntos: “El anillo es de un material precioso, el amor también; el anillo es resistente, no tiene una fecha de caducidad, como tampoco el amor… y así hablé de unas diez cualidades. Al salir, alguien se acercó y me dijo: ‘Padre, ¡qué maravilla!, regáleme su papel’.
El padre no tenía ningún papel escrito, había ido desarrollando el tema ahí mismo. Sin embargo, no paró ahí. “Me pidieron que diera una conferencia sobre el tema, pero yo no era conferencista. Me presionaron, incluso me pusieron fecha: la conferencia sería en un mes. Y ahí empezó: tenía tantos nervios que sentí la necesidad de hacer reír a la gente.
El provocar las risas era algo que al padre le venía de familia, pues en su familia se reían todo el día, se contaban muchos chistes y anécdotas, y en todo encontraban el humor.
“Por otra parte, si un gran modelo tuve, fue el padre jesuita Jorge Loring; me encantaba como predicaba, participé con él en algunos congresos, y él marcó mi vida: anécdotas, ideas y algo simpático. Así se dio esto del humor.
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