Sea de alzacuello, o de estetoscopio y bata blanca, el padre Valentín Urbán va y viene presuroso por los pasillos de un inmueble ubicado al lado de la Plaza Garibaldi, sede de la Fundación Renace A.C.
Actualmente, ahí decenas de personas con una adicción están en proceso de recuperación. Son “sus muchachos”, para quienes él siempre puede hacer un alto y regalarles una palabra de aliento o una sonrisa. Si hay algo seguro es que él sonríe con autenticidad, a la manera de un niño que viene cargando un enorme saco de anécdotas que le ha arrancado a la vida durante 22 años de trabajo.
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El padre Valentín quiso estudiar Medicina y luego una especialidad, a fin de comprender más acerca de las adicciones y poder hacer algo con un sentido más cristiano por las personas en recuperación, algo diferente a lo que veía que que hacían en anexos y granjas, donde a partir de castigos y malos tratos esperaban que los internos cambiaran de estilo de vida y dejaran atrás los vicios.
Junto con otras personas, inició la obra en Texcoco en el año de 1998; seis años después se trasladó a la Ciudad de México para una mayor proyección. “La Medicina me hizo entender que los adictos no son personas ‘amorales’, como frecuentemente se cree”. Es necesario saber -dice el padre Valentín- que la adicción es una enfermedad relacionada con una neuroadaptación patológica a las sustancias, la cual se origina en el sistema nervioso central; “y que también se asocia a problemas de personalidad, así que no se puede tratar de manera integral sin conocimientos de Medicina y Psiquiatría”.
Es de esta manera que el padre Valentín ha ayudado a incontables personas, y su anecdotario es un tesoro casi sólo para él, pues mucho de lo que ha vivido o escuchado lo mantiene en secreto por respeto a la vida personal de sus pacientes. “¡Pero en 22 años -señala sin perder la sonrisa-, ya hemos bebido aguas blancas, aguas turbias y aguas negras!”.
Hasta hace unos meses, Samantha pasaba la vida consumiendo drogas en la Plaza Garibaldi.
Un día un mariachi le habló de Fundación Renace. Acudió y lo primero que notó fue que ahí trataban a la gente con preocupación y respeto.
“Padre Valentín -dice Samantha-, le agradezco por recibirme sin pedirme nada a cambio. No se me olvida cómo llegué, cómo vi sus actos de amor, cómo vi por fin a una persona digna de todo mi respeto. ¡Que Dios derrame bendiciones sobre usted!”.
Gabriel se hallaba en un anexo “fuera de serie”; su familia oyó hablar de la Fundación y quiso trasladarlo. Llegó muy delgado y ojeroso, así que antes de entrar a terapia grupal tuvo que pasar por la Unidad Médica.
“Aquí fui tratado con cariño -dice Gabriel-. El padre se esmera mucho por este lugar. Yo creo que Dios le ayudó a fundarlo, y ahora lo ayuda para que él pueda ayudarnos a nosotros. ¡Jamás se rinda, Padre!”.
José llegó a la Fundación en muy malas condiciones luego de un mes de ingerir alcohol. Además, padece diabetes, por lo que también tuvo que permanecer unos días en la Unidad Médica antes de poder ingresar terapia. “Padre Valentín, te mando un abrazo con todo mi amor. Eres una gran persona, y estoy muy agradecido con Dios por haberme traído contigo”, expresa sobre el sacerdote.
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