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Hace apenas unos meses, cuando las noticias comenzaban a hablar de un virus peligroso y con muy alto nivel de contagio que se había originado en Wuhan,China, nadie en el Hospital General de México -como seguramente en ningún hospital del país-, alcanzaba a imaginar la magnitud del problema que se venía encima.
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“Y es que todo parecía tan lejano, que pensábamos que el virus sería detenido pronto o se quedaría por allá”, recuerda María del Rocío Vázquez, quien en sus 23 años como enfermera, jamás había vivido una situación como la que vive hoy, la de una pandemia que, día tras día, le muestra muy de cerca y con crudeza la muerte de personas.
Con la llegada del coronavirus COVID-19 al continente americano, en el hospital comenzó la capacitación al personal para el vestido y el retiro de los equipos de bioseguridad. Entonces, todo mundo comenzó a caer en cuenta de la inminencia del problema. Se hablaba de que habría una reconversión de espacios, de que se dispondría una torre para recibir a los enfermos de COVID-19; se trazaría una ruta por donde habrían de llegar los pacientes; otra por donde ingresaría el personal, así como los flujos correctos de personas para evitar contagios.
“Y todo se llevó a cabo según lo planeado -refiere María del Rocío-, pero una semana después ya nada de eso era suficiente”.
“En Terapia Intensiva, donde yo estoy -comenta-, la tasa de mortalidad era muy baja antes de la pandemia de COVID-19; pero de un instante a otro todo cambió. Hoy, todos los días uno encuentra a diferentes personas al llegar, si ayer dejé 10 pacientes, hoy encuentro que ya no hay 3, y seguramente al otro día ya no hallaré a otros 3. Si ayer dejé a un señor, ahora su lugar lo ocupa una señora. Si hoy llego a atender al muchacho que ayer estaba, me encuentro que ya no está porque se murió durante la guardia”.
De ese nivel es hoy el contacto con la muerte en el hospital, y con tanta pérdida de vidas, llegó un momento en que María del Rocío, además de la tristeza que la embargaba, tenía un enorme sentimiento de frustración, pues sentía que ningún esfuerzo valía la pena, que todas las horas de trabajo y sacrificio eran inútiles.
El día 30 de abril, los padres Andrés Esteban, Roberto Funes y Adrián Lozano acudieron por primera vez a las 3 áreas COVID del Hospital General de México para llevar palabras de consuelo, dar la absolución y bendecir tanto a enfermos como personal de salud y empleados del lugar. Al padre Andrés Esteban le tocó en esa ocasión visitar el área de Terapia Intensiva.
“Antes de la visita del padre Andrés Esteban -refiere María del Rocío-, vivíamos como en una especie de tensión terrible todo el tiempo, como espantados a lo largo del turno; casi no bromeábamos. El día en que vino, nos juntamos en torno a él médicos, enfermeros y personal de intendencia. Y él dijo algo que nos conmovió hasta las lágrimas: ‘No están solos, no se sientan solos porque nosotros estamos orando por ustedes’”.
Ese día, entre todos se dieron un abrazo fraterno, y se comenzó a ir la gran tensión y el temor que sentían. “¡Esperanza! -dice María del Rocío-, eso fue lo que la visita del padre Andrés representó para nosotros; y como yo misma le dije a él: con sus oraciones nos sentimos reconfortados”.
Si bien la muerte de los pacientes entristece mucho al personal del hospital; la recuperación de uno solo representa para todos una luz de esperanza. Al respecto, María del Rocío cuenta acerca de un caso reciente, el de una chica de 26 años contagiada de COVID-19, quien llevaba semana y media en Terapia Intensiva:
“El médico encargado nos llamó a reunión en el cubículo de la chica para que le diéramos un aplauso. Era una de las primeras pacientes jóvenes en recuperarse. Ella, desde su cama lloraba de felicidad y nos daba a señas un abrazo. Ahí es cuando el cansancio, la incomodidad y todo lo que pasa uno durante las 8 horas diarias de trabajo, se vuelven nada, y los ánimos se renuevan”.
Cuenta también acerca de una compañera del hospital, quien se había ido de vacaciones sin saber que estaba contagiada de COVID-19. “El jefe de Urgencias nos informó que ella iba a ingresar a Terapia Intensiva. Sólo de pensar que la traerían sentíamos mucha tristeza, porque era como si trajeran enferma de gravedad a alguien de nuestra familia. Finalmente, llegó, trabajamos con ella tratando de no invadirla, y poquito antes de que tomaran la decisión de intubarla se recuperó. Esas son las cosas que nos llenan de motivación”.
Para María del Rocío, si bien es fundamental el conocimiento y la experiencia médica, lo más importante hoy es tener fe en Dios, tanto para el personal de salud como para los pacientes, porque Él es quien tiene la última palabra. “Hoy estamos bajo una tormenta, pero sabemos que esto pronto va a pasar; sólo que para poder sobrevivir a esta situación del COVID-19, tenemos que refugiarnos bajo el manto de la fe”.
Finalmente, María del Rocío Vázquez considera que todos los miembros del personal de salud -de ese y otros hospitales-, son instrumentos de Dios para servir al hermano enfermo; y hoy más que nunca, “nos sentimos unidos y hermanados, llenos de gozo con el triunfo de algún paciente, reconfortados y reanimados en la esperanza. ¡Esto pronto va a pasar!”.
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