Síndrome de Down. Foto Ricardo Sánchez
Cuando habla de Alejandro, a Gaby Herrera se le ilumina el rostro: “Él es un chico muy guapo, galán y simpático, es muy especial para mí”.
Se conocieron en Daunis, centro de capacitación para personas con discapacidad intelectual, en el que se formaron y al que aún están ligados.
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Gaby y Alejandro tienen Síndrome de Down; no están casados legalmente y tampoco recibieron el Sacramento, pues ambos dependen en gran medida del cuidado de sus familiares, aunque sí realizaron una ceremonia religiosa, en la que un sacerdote bendijo su noviazgo.
“Desgraciadamente ellos no pueden convivir como un matrimonio, en un hogar propio. Así que el acuerdo que tuvimos es que puedan reunir, durante los fines de semana, un fin de semana con nosotros y un fin de semana en casa de Alejandro”, explica su padre, Adolfo Herrera.
Actualmente, Alejandro trabaja en Televisa. Gaby, por su parte, se tomó un año sabático después de 20 años ininterrumpidos como cocinera, panadera y empleada en áreas administrativas. Ahora está en búsqueda de empleo y toma clases de computación. “Aprendo Word, apagar y encender la computadora y cómo usar el ratón”, agrega emocionada.
Pese a que hay organizaciones que los apoyan y algunas empresas dispuestas a contratarlos, hay pocas oportunidades de trabajo para las personas con Síndrome de Down, reconocen los padres de Gaby, pues ello implica capacitar a todo el personal para cumplir los requerimientos de una empresa incluyente.
“Lo que falta es educación y conocimiento. Existen muchos casos y muchas enfermedades. El Síndrome de Down es sólo una condición de muchas más que hay”, dice el padre de Gaby.
Además, muchos padres eligen proteger a sus hijos y no exponerlos a la discriminación o a la presión que implica aprender un oficio, explica Lucila Sánchez, mamá de Gaby, “Pero otros decidimos tomar el camino más arduo, el más difícil: sacarlos adelante”.
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