Un accidente que ameritaba la muerte puso pausa a las actividades del padre Luis Fernández Martín, de 64 años de edad, quien de milagro no murió al caer de una altura de ocho metros. El presbítero señala que hoy, por obra y gracia de Dios, ya se encuentra en rehabilitación.
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Este año, el padre Luis se encontraba barnizando la puerta de una iglesia del siglo XVI, y fue entonces que sufrió dicha caída. En el accidente se fracturó la mano izquierda, quedó con tres fracturas en un pie y se luxó el brazo derecho, pero de milagro no pasó a más. “Prácticamente debía haberme muerto o quedarme paralítico”, asegura.
Así fue como en marzo pasado llegó a la casa de retiro San José de Ars, en Ciudad de México, para recuperarse. Hoy aprovecha el tiempo para leer los documentos del Papa Francisco, profundizar en el Magisterio de la Iglesia, orar la Liturgia de las Horas y, sobre todo, valorar la vocación sacerdotal.
“Dios me pide oración y que recobre mi salud; ya me hizo el milagro de conservarme la vida, y yo espero con paciencia y fortaleza mi recuperación”, afirma.
Su vocación sacerdotal nació en la familia. Su mamá hacía que él y sus nueve hermanos rezaran el Santo Rosario de lunes a viernes. “Nos decía: ‘es libre, pero quien no lo rece no tiene cena’”, recuerda con humor.
Tanto de la familia materna como de la paterna, el padre Luis tuvo muchos referentes de la vocación. Su padre era de Santa Inés (Michoacán), un pueblo de donde han surgido 58 sacerdotes, 62 monjas y seis obispos; y su mamá de Los Altos de Jalisco, de donde también han salido varios sacerdotes. En especial recuerda a su tío Abel, su tío Alberto y su primo José María, este último, Obispo de Aguascalientes.
Es por ello que para el padre Luis la familia es la mayor fábrica de sacerdotes. “Si queremos mejorar el mundo, tenemos que mejorar a la familia, como decía Juan Pablo II“, refiere. Y en este sentido, agradece a Dios contar con su familia de origen, “porque es ahí donde nació mi vocación”.
Una de sus principales preocupaciones y ocupaciones como sacerdote, ha sido fortalecer la catequesis. “Sin la catequesis no hay cimientos en la Iglesia. Y los cimientos de la Iglesia son la familia, empezando por darle a los niños su lugar en la Eucaristía”, afirma.
Por ello, al trabajar con niños y jóvenes utiliza diversas herramientas, entre ellas videos cortos para explicar la fe. “Hay que ser pedagogo, como lo hizo Jesús”.
El padre Luis Fernández -quien hoy se encuentra muy agradecido con Dios por el milagro que le hizo este año- se ordenó en 1985. Inició su ministerio en Azcapotzalco, y el Arzobispo Primado de México -en ese entonces monseñor Ernesto Corripio Ahumada- lo mandaba a las parroquias en donde había problemas. “Era un sacerdote bombero”, señala. Un día su tío, el padre Alberto Fernández Valencia, le preguntó:
-“¿Cómo te sientes?”
-“Como pañuelo desechable. No te preguntan cómo estás, cómo te ha ido”, respondió él.
-“¿Te ordenaste para quedar bien con el cucurucho o con Dios?”.
Esa pregunta de su tío fue una lección para el padre Luis, quien desde entonces obedece y va adonde Dios lo mande a través de su obispo, más ahora que de milagro salvó la vida. Entre sus consejos para los sacerdotes jóvenes están hacer oración, la cercanía con el Sacramento de la Reconciliación y mantenerse en comunicación con sus hermanos sacerdotes.
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