A sus 30 años, ocupado de sus finanzas y de los preparativos de su boda con Angélica, Carlos Manero no tenía tiempo para ‘malgastarlo’ en Dios y en el prójimo, menos porque se hallaba entregado a su labor como corredor de bolsa, representando a compañías trasnacionales en la Bolsa Mexicana de Valores. Pero un día, en cuestión de un segundo, vio derrumbarse ante sí aquella vida de bonanza.
El 28 de febrero de 1992, Carlos y su novia concluían sus cursos prematrimoniales, y cuando el sacerdote les entregaba la constancia para que pudieran anunciar las amonestaciones, sucedió algo que acabó con los planes: Angélica cayó muerta de manera súbita.
Lo demás fue para Carlos un constante hundimiento en un abismo de tristeza. “Organizar el funeral, ir a recoger las invitaciones, devolver los regalos que nos habían adelantado. Todo me destrozaba. Pronto caí en el vicio y otros comportamientos nocivos. Y no había nada que detuviera mi caída”, recuerda.
Hasta que, en una ocasión, su madre se le arrodilló y le pidió que saliera ya de esa tristeza; le habló de un lugar de Europa donde, decían, la Virgen María se manifestaba y sanaba gente.
“Me prometió conseguir dinero y pagarme un viaje de un mes a aquel lugar para que pudiera dejar atrás mi dolor.
Para Carlos, la idea de las manifestaciones de la Virgen no le resultó atractiva, pero sí la de irse de viaje un mes. Y así, en compañía de 50 peregrinos norteamericanos, viajó al sitio indicado: Medjugorje en Bosnia-Herzegovina.
Entre los peregrinos iba una monja llamada Jene Rally, a quien Carlos le ayudó a cargar las maletas, pues a sus 70 años se le dificultaba hacerlo por ella misma. Eso estrechó la relación entre ambos.
Lo que a Carlos le sorprendía de aquel viaje era que se encontraban a sólo 40 kilómetros de Mostar, la ciudad en la que un año antes había iniciado la Guerra de los Balcanes; así como las palabras de una mujer llamada Vicka Ivankovic, quien decía traer un mensaje de la Virgen: “Cada vez que están ustedes en adoración ante el Santísimo, yo bajo del cielo y me arrodilló para adorar también a mi Hijo”, eran las palabras que ella daba en nombre de la Madre de Jesús.
Tras escuchar a Vicka, Carlos optó por irse a su habitación, donde estuvo llorando todo el día por Angélica, y reclamándole a Cristo su muerte. “Nadie me extrañó –platica–, salvo la madre Jene Rally. Por la noche fue preguntarme qué me pasaba. Le conté todo envuelto en llanto. Me invitó a ir a la Adoración al Santísimo. Llegamos, me hinqué como ella me lo indicó, y reconozco con pena que dije a la Virgen: ‘No es cierto, tú no estás en este lugar. Si me equivoco, dime ahora mismo por qué tu Hijo me quitó a mi novia’”.
Tras tanto dolor, Carlos vivió el momento más dulce de su existencia. Refiere que aún tenía los ojos cerrados, cuando escuchó la voz más llena de amor que jamás haya escuchado: ‘Carlitos –me dijo–, no vuelvas a preguntar a Jesús por qué te quitó a tu novia… Mi Hijo no se equivoca. Él es Dios. Él sabe proveer. Y sabe en qué momento va a mandar algo a tu vida. Adonde vayas y hables de mí, enseña a todos que lo importante no es el porqué, sino el para qué”.
Abrió los ojos espantado, y en ese momento la madre Jene Rally lo abrazó y le preguntó: “¿Escuchaste lo que te dijo la Virgen?”. Y es que todo lo que él había oído en español, la religiosa lo había oído en inglés. Era cerca de la medianoche. Fueron en busca de un teléfono para que Carlos se comunicara a México con su madre y le relatara lo acontecido.
“‘Mamá, escuché la voz de María”, le dijo. Pero fue hasta que Jene Rally le marcó a su madre, que ella le creyó.
Tras esta experiencia, Carlos Manero dejó su trabajo como corredor de bolsa y desde hace 27 años dedica su vida a promover el Evangelio y la figura de la Virgen María. Como presidente de la Fundación Medjugorje 2000.
La Iglesia católica no ha confirmado la autenticidad de las apariciones de Medjugorge, pero permite el acompañamiento pastoral para su comunidad parroquial y los turistas que acuden en peregrinación a ese lugar.
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