El padre Laureano López Saloma, parece un militar por su porte delgado y su gran altura, nadie imaginaría que su más anhelado sueño era jugar en la NBA, la liga de básquetbol de Estados Unidos. Casi se le cumple, pero Dios se atravesó ante sus anhelos porque le tenía un plan mayor.
Rechazó una beca de un cazatalentos que lo llevaría a jugar y estudiar a una universidad de Estados Unidos, y con ello lo ponía a unos pasos de la NBA, ya todo estaba listo, péro Él se dio la vuelta y prefirió entrar al Seminario.
Recuerda que le decía al Señor: “Yo puedo ser un buen deportista, te prometo que si me caso mis hijos van a ser monaguillos, mi esposa ministro de la Eucaristía y vamos a ir a Misa todos los domingos”. Pero yo sentía que me decía que todo eso estaba bien, pero que no era lo que me estaba pidiendo. En ese momento fue cuando dejé todo y me di la oportunidad.
Ahora es un sacerdote extremo que sabe escalar, hacer rapel, andar en cuatrimoto y cabalgar, todas esas habilidades las ocupó para llegar a lo más lejano y profundo de las montañas de la Sierra de Querétaro, México, para llevar la Eucaristía y la Palabra de Dios.
Soy el padre Laureano López Saloma, tengo 41 años y nací en 1980 en la ciudad de México y, desde muy pequeño, vivo en la ciudad de Querétaro.
A mi Dios me ha regalado muchas cosas. En primera, considero tener una buena familia, desde chiquito recibí muchísimos valores y una educación católica. También, el hecho de tener salud, y creo que me ha dado una buena inteligencia para analizar, sintetizar y poder entablar una buena relación con las personas.
Crecí en una familia católica, en la cual aprendí de mis papás el espíritu del Evangelio vivido, porque mi papá y mi mamá fueron personas que siempre ayudaron, siempre preocupados por los más necesitados, por aquellas personas que necesitaran trabajo, algo de comer o alojamiento. En mi casa vivieron personas por temporadas, por meses, por años. Mi casa era muy abierta.
De mis papás también he recibido mucho cariño, una familia unida y la oportunidad de estudiar. Siempre nos ofrecieron oportunidades de hacer deporte, a mi hermana y a mí, y hasta la oportunidad de vivir en el extranjero.
Mi papá un tiempo estuvo trabajando en Brasil, así que cuando éramos pequeños estuvimos una temporada allá. Después, fue destinado a trabajar dos años en la ciudad de Madrid y vivimos allá cuando yo tenía 10 u 11 años.
Mido 1.97 y cuando estaba en la primaria era un gran aficionado a los deportes y me gustaba mucho ser portero. Cuando pasé a la secundaria, el entrenador me dijo que tenía potencial para el básquetbol, entonces, empecé a descubrir esa pasión y lo empecé a jugar. Siempre practiqué muchos deportes.
Jugaba de poste o de centro, pero también me gustaba mucho practicar los tiros de tres y de pronto desobedecía un poco al entrenador.
Bien, pero mi mamá sufría mucho, porque sobre el portero cae la responsabilidad de los goles. Pero a mí me gusta mucho aventarme y la intensidad.
Mi abuelo paterno era muy aficionado al fútbol y le iba al América.
Para nada. Yo tengo un tío, hermano de mi mamá, que es sacerdote y un primo hermano de mi papá que también es sacerdote, y a mí nunca me había llamado la atención. Yo creo que para mí el llamado fue al final de la preparatoria.
Como todo adolescente sí sentía ese deseo y ese enamoramiento, pero nunca tuve una novia. Estaba muy enfocado en el deporte y en la escuela.
Siempre viví los deportes con gran intensidad, entonces, me apasionaba mucho jugar básquet y jugaba todo el tiempo, incluso en torneos. Eso me fue abriendo puertas en otros lugares, en otras universidades, en otras ciudades y pensaba y soñaba con la NBA. Pero mis papás me decían que debía ser un buen deportista, pero también un excelente estudiante.
Y por ser buen deportista y buen estudiante, me ofrecían muy buenas becas.
El gran ídolo de la época era Michael Jordan, pero a mí me gusta mucho un equipo que se llama los Rockets de Houston, donde jugaba Hakeem Olajuwon. Fue una generación de grandes jugadores.
En mi casa mis papás fuman muchísimo y mi hermana y yo nunca fumamos. Y esto, aunado al deporte, fue un motor muy grande para no enrolarme en los vicios.
En el último año de prepa yo empiezo a tener la inquietud por la vida sacerdotal. Recuerdo que estaba jugando unas retas y, en un descanso, vi a un sacerdote que iba a confesar y siempre me llamaba la atención porque vestía muy deportivo. Un tiempo él fue, el padre Juan Pedro Oriol, capellán de Las Chivas Rayadas del Guadalajara, cuando estaba “El Tuca” Ferretti, y jugaba muchísimos deportes.
Un día me dijo: “vamos a organizar una reta contigo y con tus amigos”. Entonces, trajo a unos muchachos, hicimos una cascarita y nuestro equipo no funcionaba, no anotábamos… Como si Dios quisiera que yo me enfocara en una revancha contra este padre que nos había ganado. Y de ahí nació una amistad.
Un día me invitó al Seminario y, justamente ese último año de prepa, fue muy difícil para mí porque yo tenía varias opciones. El entrenador Pepe Banda me había ofrecido ir al Tec de Monterrey, campus Monterrey, y en otras universidades también tenía ofertas.
Un poco antes de la Semana Santa de 1998, vino a Querétaro un equipo de Estados Unidos, un proyecto cazatalentos, jugamos con ellos y nos pusieron una paliza. Pero al final de ese partido, del que terminamos muy desanímanos, se acercó el entrenador de ellos y me dijo: “Me interesa que Jorge y tú se vengan a jugar a la universidad en Estados Unidos, en San Antonio. Allá sus posibilidades serían mayores, porque a ustedes les hacen faltan recursos, más gimnasio y otro tipo de entrenamiento. Y a lo mejor, en algún momento, puedan llegar a la NBA”. Había muchas ofertas en el campo deportivo pero, al mismo tiempo, estaba la inquietud de descubrir sí Dios me llamaba para ser sacerdote.
Lo puedo describir como un vacío, porque cuando yo me acerqué a platicar con este sacerdote le dije: “Padre, quiero un consejo. Siento que tengo todo en la vida, buena familia, buenos amigos; desde que estoy en la secundaria estoy becado, tengo un trabajo, oportunidades deportivas, pero siento un vacío que no puedo llenar con ninguna de esas cosas”. Él me dijo: “Tienes todo, pero lo que te falta es tener a Dios en tu vida”.
Yo no me sentía pleno a pesar de tener todo. Por una parte, había una gran ilusión con las oportunidades y, por la otra, debía descubrir qué era lo que hacía falta en ese hueco existencial para llenarme de felicidad.
Fue después de la Semana Santa del año 1998. Recuerdo que, en algún momento de oración, le decía al Señor: “Yo puedo ser un buen deportista, te prometo que si me caso mis hijos van a ser monaguillos, mi esposa ministro de la Eucaristía y vamos a ir a Misa todos los domingos”. Pero yo sentía que me decía que todo eso estaba bien, pero que no era lo que me estaba pidiendo. En ese momento fue cuando dejé todo y me di la oportunidad.
Cuando yo les dije a los entrenadores y al director de la primera en donde yo entrenaba que me iba a ir al Seminario, se quedaron en shock. Igual mis papás se quedaron sorprendidos, al igual que muchos de mis amigos.
El día de mi ordenación sacerdotal vino una persona y me dijo: “Vengo a pagar esta apuesta porque, cuando tú te fuiste al Seminario, aposté que no durarías ni una semana. Ahora ya puedo empezar a creer que Dios te quiso para esta vocación”. Y me entregó un sobre y me dijo: “Para ti y para lo que necesites en esta vocación”.
Cuando yo me ordené, estuve en una parroquia que se llama Santa Teresita del Niño Jesús y ahí me empecé a involucrar con algunos jóvenes. Después estuve trabajando en la Sierra Gorda, en Pinal de Amoles, donde pude sacar esa parte que estaba guardadita desde joven: practicar los deportes extremos.
Estando en la Sierra le entré al rapel, a las cuatrimotos, al cañonismo y ahí organizábamos bastantes cosas para los grupos de los jóvenes, quizá también como un reflejo de lo que yo viví cuando estaba en la preparatoria.
Cuando regreso de la Sierra, estuve en una parroquia llamada Santo Niño de la Salud, en el Cerrito, y ahí tenían una capilla de adoración perpetua. Para mí fue un momento muy importante de amor a la Eucaristía, porque me preguntaba cómo era posible que las personas fueran a la adoración a las dos o cuatro de la mañana los domingos, los sábados, los martes. Para mí fue un regalo muy grande y fue cuando empecé a involucrarme en las capillas de adoración perpetua, al ver cómo la gente cambiaba su vida a través de la adoración.
Cuando llegué aquí en donde estoy, en Nuestra Señora de la Esperanza, vi que tenían un gran camino avanzado de adoración y el deseo de tener una capilla de adoración perpetua, el deseo de estar hora tras hora con el Santísimo Sacramento.
Cuando a mí me cambian a la Sierra, muchos padres me decían que me habían castigado, pero para mí fue una de las mejores experiencias de toda mi vida. Mi forma de pensar era la siguiente: “Ya conozco un extremo y ahora el otro extremo y, después de eso, cualquier cosa que yo conozca, va a estar en el centro”.
Era pasar de los campos de golf, de las camionetotas, de los carrazos, a lugares totalmente inaccesibles que uno tenía que recorrer hasta por tres horas. Era ir a comunidades en donde tenía que celebrar Misa una vez al mes con cinco, diez, quince personas, que eran las que vivían en esos lugares apartados.
Algunos muy preocupados me llamaban y me decían: “padre, ¿está bien?” Y yo les respondía con unas fotos de paisajes bellos. Entonces, más que un castigo, para mí fue una experiencia maravillosa, porque cada vez que salía siempre era una expedición. Cuando me fui a la Sierra guardé mis raquetas y las cambié por ropa de montaña y casco para la cuatrimoto. Fueron tiempos maravillosos. Cada que iba a misa la gente me preguntaba: “Padre, ¿usted cómo vino?
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No había mucho GPS porque no había señal, pero la gente conocía los lugares. Tomaba la brecha y me llevaba a la comunidad. Me decían: “Padre, hay un enfermo aquí atrasito”… y ese atrasito era de media hora o cuarenta minutos caminando. Yo lo veía como una oportunidad de llegar a los alejados y, además, me mantenía en forma porque caminaba mucho.
La gente de las comunidades más apartadas, son personas que tiene mucha fe, no veían cómo era el padre o qué físico tenía, para ellos solo era “el padrecito”. El ver a esa gente, con esa fe, por caminos muy difíciles y peligrosos, de alguna manera es algo que me ayudó mucho. Tanto así que, después de cuatro años de que regresé de la Sierra, ahora estoy recordando y reflexionando esos momentos y estoy escribiendo un libro sobre esas experiencias.
También ahí me iba con los chavos y jugábamos básquetbol y para ellos era simpático que el padre estuviera jugando con ellos. Fui muy feliz ahí.
Y cuando le avisan “se acabó esta aventura”, ¿qué sintió en su corazón?
La gente me pregunta que si me costó trabajo irme a la Sierra, pero yo les digo que me costó más trabajo regresarme de la Sierra. La experiencia fue muy bonita, muy profunda, pero al final yo lo viví así y decidí darlo todo en una nueva experiencia y me tocó llegar a un barrio bravo. Yo dije: “Que sea una nueva etapa y que pueda lograr que me respalde la banda”.
En esta nueva experiencia era buscar jóvenes que estaban metidos en drogas, en narcomenudeo, en una situación social complicada de violencia, en pandillas…es otra experiencia y Dios me permitió ver otra situación.
Yo he descubierto que Dios me ha dado capacidad de resiliencia, de adaptación. Creo que eso me ha ayudado mucho a adaptarme y, también, el no apegarme a las cosas, el disfrutar el presente.
Ahora estoy centrado en la parroquia en donde estoy y no pienso en las anteriores. Estoy mejor en el momento en el que estoy. En donde nos toque debemos florecer y dar lo mejor de nuestros talentos.
Sí. No es que se me haya aparecido, pero sí me tocó verlo. Te comparto una experiencia en el Santo Niño, en una colonia que se llama Lindavista, que está dividida por una avenida. De un lado estaba el barrio del Santo Niño de la Salud y del otro lado está el Barrio de la Trinidad. Del lado del Santo Niño de la Salud había una capilla de adoración perpetua y, enfrente, había culto a la santa muerte y sí te puedo decir que se percibía esa lucha entre el bien y el mal.
Y lo veía en muchísimas cosas. Mientras que en la parroquia en donde yo estaba había violencia, mataban con arma blanca, en el otro barrio los destazaban. Se veía mucho la acción de Dios por la capilla de la adoración perpetua. La gente me decía que desde que se puso la capilla bajó el consumo de drogas y la violencia en la comunidad.
A veces me tocaba celebrar funerales en el barrio de enfrente y muchos traen tatuada a la santa muerte y se siente un ambiente frío. Eso es lo que yo podía ver de esa lucha entre el bien y el mal.
Muchas cosas. Quiero destacar dos cosas, uno, su amor tan profundo a la Santísima Virgen María y, lo segundo, algo pastoral, siempre estaba dispuesto a atender a las personas en confesión y es algo que he tratado de ponerlo en práctica en las distintas parroquias en las que he estado.
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