A la Parroquia de San Juan del Río Choápam, situada en una humilde comunidad de la Prelatura de Mixes (Oaxaca) acuden asiduamente Verónica Castro, Cristian Castro, Lucía Méndez, Pedro Fernández y otros homónimos de los reconocidos cantantes mexicanos. Y es por eso que el padre Rodrigo dice en broma que a su Iglesia asiste la farándula.
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El padre Rodrigo Castro es originario del Estado de México; pero vive en Oaxaca desde hace 11 años. Recibió la ordenación sacerdotal en 2017, y durante los últimos 4 años ha estado al frente de dicha parroquia.
Infinidad de experiencias tiene en su haber el padre Rodrigo; pero una en especial le ha reafirmado su convicción de que él ya pertenece a esas tierras Oaxaqueñas: desde su llegada a San Juan del Río Choápam conoce a la señora Verónica Castro (de 64 años) y a toda su familia, quienes le han dado un testimonio de vida invaluable.
El padre Rodrigo nació en Cuautitlán Izcalli, “en una familia no tan católica”, como él dice. Eso sí, su madre, doña Arcelia Morales, tenía siempre sobre el refrigerador una veladora encendida, un vaso de agua, un plato con sal y una imagen pequeñita de la Virgen de Guadalupe, misma que tuvo que ver con el inicio de su vida de fe.
Cuando él tenía 6 años, le dio una parálisis facial y tuvieron que inyectarle Complejo B; pero como las inyecciones lo aterraban, un día en que llegó la señora que lo inyectaba corrió hacia el refrigerador, se hincó y le pidió llorando a la Virgen que no lo inyectaran más.
“No recuerdo que la señora me volviera a inyectar; tal vez sí lo hizo y mi cabeza lo bloqueó. Pero eso sí, jamás volví a tener miedo a las inyecciones”.
Tres años después empezó a ir al Catecismo, y ya que sus papás no eran personas cercanas a la religión, él se escapaba de casa para ir a Misa, pues la catequista le había dicho que no ir era pecado, y él no quería ofender a Dios de ninguna manera.
Así fue que en la Parroquia de San Judas Tadeo (Izcalli) conoció al padre Carlos, y le llamó la atención que era un hombre muy culto, de mucha entrega y sumamente comprometido con su ministerio. “Yo quería ser como él -señala-, y comencé a sentir inclinación por la vida sacerdotal”.
Sin embargo, por entonces se fue a vivir con su familia a Veracruz, y se olvidó un poco de dicho propósito. Pero lo que vivió en el puerto lo fue preparando para la ardua labor que hoy realza.
“Por el tipo de trabajo de mi papá -explica-, tenía que andar de un lado a otro, y como yo lo acompañaba, comencé a tener mucha relación con la gente, y desde entonces se me hizo pata de perro, panza de puerco y lomo de burro. Todo eso me serviría al tiempo en la misión”.
En el año 2004 ingresó al Seminario Conciliar de México, donde estudió Filosofía, y antes de ingresar a Teología fue enviado a hacer un año de Pastoral con los Salesianos, quienes lo mandaron de misión a la Prelatura Mixepolitana, en la sierra norte de Oaxaca.
Ya estando de misión, cierto día decidió que ya no quería ser sacerdote, pues se hallaba sumamente triste: su papá había fallecido, en casa se vivía un mal momento, había situaciones económicas que no se podían resolver, y para colmo había algunos conflictos en las comunidades. Todo eso lo hizo entrar en crisis y se le metió el deseo de dejar la Prelatura.
“Lo hablé con mi formador, y él se lo comunicó a monseñor Héctor Guerrero, entonces Obispo de la Prelatura de Mixes. Don Héctor me pidió que fuera a verlo a Ayotla. Fui a verlo un jueves por la mañana; me dijo que lo acompañara a Yacochi, y en el camino me pidió que por la tarde le tuviera una respuesta definitiva: si me iba o me quedaba. Yo seguía firme en mi decisión”.
Al llegar a Yacochi, monseñor Héctor le dio una cámara fotográfica y le pidió que tomara registro de su llegada. Él estuvo fotografiando el recibimiento: las flores, la banda, la alegría de la gente. Y fue entonces que sucedió algo inexplicable:
Se le acercó una viejecita, ya de edad muy avanzada; casi no entendía el castellano, pero lo tomó del brazo y le pidió que fuera con ella. Él se soltó, le dijo que no y le señaló la cámara para que entendiera que estaba ocupado.
“Me volvió a agarrar. Me volvía a soltar. Me agarró otra vez. Me solté otra vez, y me alejé del lugar, pensando que era imposible que fuera tras de mí por sus condiciones. Pero pensé mal, porque de pronto ya me tenía otra vez tomado del brazo. Fue entonces que me dijo algo que me caló hongo: “Dios quiere que te quedes aquí”.
Durante toda la Misa, él estuvo distraído, pensando en esas seis palabras que le había dicho aquella viejecita, y al término de la celebración ya le tenía una respuesta firme a monseñor Héctor: “¡Me quedo!”.
El padre Rodrigo Castro recibió el orden sacerdotal en Ayutla el 31 de agosto de 2017; y desde hace cuatro años es párroco de San Juan del Río Choápam, donde ha vivido experiencias inolvidables, que lo han llenado de alegría y que le reafirman su convicción de que él ya pertenece a esas tierras oaxaqueñas.
Actualmente tiene a su cargo 13 comunidades, en una de las cuales ocurrió un suceso imposible de olvidar. “Fue en la comunidad chinanteca de San Juan Evangelista -cuenta-: un joven campesino llamado Felipe, al regresar de sus labores, se cayó y se abrió el cráneo; de forma inexplicable se levantó, y todavía caminó hasta la capilla que está a la orilla del pueblo, y ahí se recargó”.
Como los papás de Felipe veían que no llegaba a casa, salieron a buscarlo. Lo hallaron completamente bañado en sangre, y lo llevaron de emergencia a un hospital de Veracruz, al cual llegaron luego de cuatro horas de camino.
“Los médicos lo revisaron, le indujeron un coma y posteriormente dijeron a la familia que pasaran a despedirse de él porque ya estaba viviendo sus últimos momentos, pues había pedido gran cantidad de sangre, su cráneo había permanecido abierto mucho tiempo, y el daño era irreversible”.
Sus familiares dieron aviso al padre Rodrigo, e inmediatamente la comunidad empezó a encomendar a Felipe a san José María Escrivá. “También celebramos Misas y rezamos el Rosario por él. Y hoy el muchacho increíblemente está como si nada”.
Pero lo que más impresiona al padre Rodrigo, es un testimonio de vida muy sencillo, el de Verónica Casto -la homónima de la actriz y cantante-; una señora zapoteca -dice-, que todo el que la conoce queda maravillado.
“Verónica es abuela; pero no es una viejita. Sin ser mandona ni autoritaria, es quien lleva la batuta de su familia con mucho amor. Diario va a Misa, reza el Rosario tres veces al día, y sigue haciendo su tortilla y sus quehaceres. Sus hijos, nietas y nueras la respetan y la aman. Y ella ha encontrado en la religión una forma de vivir la vida con entusiasmo”.
Para el padre Rodrigo, el testimonio de Verónica Castro ha sido una enseñanza de vida: “La relación que ella tiene con Dios, es la de un Padre amoroso; tal vez exigente, pero siempre una relación de un Papá con su hija amada”.
Los caminos que tiene que recorrer el Padre Rodrigo Castro para llegar diariamente a alguna de las 13 comunidades indígenas que atiende en la Prelatura de Mixes no son fáciles; para llegar a la más lejana tiene que caminar tres horas. En los pueblos que visita se habla el zapoteco y el chinanteco, y son zonas de pobreza y marginación.
La forma de evangelizar en esos pueblos es principalmente a base de acciones cristianas y celebraciones litúrgicas en las que se tiene que ayudar con gesticulaciones y con homilías muy sencillas para hacerlas comprensibles a los fieles.
“Para esto me ha ayudado que, como yo soy muy nervioso, hablo mucho con las manos; y eso abona a que pueda poner las ideas más en claro. Nuestros hermanos indígenas, mis hijos, se han acostumbrado mucho a oír con los ojos, a través de la mirada”, finaliza el padre Rodrigo.
Como el padre Rodrigo Castro, muchos sacerdotes de todo el mundo reciben ayuda gracias a los benefactores de Ayuda a la Iglesia Necesitada (ACN). Si está en tus manos, ayuda a esta fundación pontificia a mantener las misiones en las regiones más necesitadas de todo el mundo colaborando Aquí.
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