Lo que comenzó como un simple juego con su hija de tres años, se convirtió para Ana Lilia Megchún en una vocación que, hasta ahora, le ha permitido compartir los valores cristianos a casi un millón de personas -la gran mayoría niños-, a través del títere Bacuche, quien ya es todo un fenómeno evangelizador.
Hace más de 20 años, cuando Ana Lilia Megchún daba clases en una escuela, notó que uno de sus alumnos lloraba desconsoladamente y no hallaba la manera de calmarlo para saber qué le sucedía.
Miss Anita, como le llamaban sus alumnos, no podía conectar con aquel pequeño que necesitaba desesperadamente su ayuda. Entonces, se le ocurrió una idea muy singular.
“Él agachaba la cabeza y lloraba, y no me podía contestar. Entonces, le dije ‘mira, voy a traer a un amigo se llama Bachuche. ¿Quieres hablar con él? Y entre llantos me dijo que sí”.
Por aquellos tiempos, uno de los juegos más recurrentes entre ella y su hija de tres años era llamar a Bachuche, que no era otra cosa que fingir la voz para semejarla a la de un niño. De este modo, solía tener largas conversaciones con su hija, escucharla y aconsejarla.
Aquel alumno, recuerda, sólo agachaba la cabeza y no paraba de llorar, hasta que llegó Bachuche.
“En ese momento quien hablaba era yo, simplemente Miss Anita, pero él imaginó ese personaje y así tuvo la confianza de decirme qué le pasaba. Eso me impresionó mucho”.
A partir de ahí, Bachuche se hizo muy popular entre sus alumnos, quienes constantemente ‘lo llamaban’ para que conversara con ellos. Entonces, Ana Lilia puso manos a la obra para que aquella voz se convirtiera en una marioneta, y que los niños pudieran verlo e interactuar más directamente con él.
“Mi esposo fue un gran aliado en esta historia, porque a él le iba muy bien económicamente y decidió apoyarme para que yo trajera a Bachuche a la vida”.
“Dibujé el personaje que tenía en mi mente, y busqué a un profesional que confeccionara este títere bocón y así llegué, por primera vez, a una escuela de 800 niñas para hacer una prueba. Fueron tres presentaciones a diferentes edades y el éxito fue rotundo”.
Pero, a medida que el personaje crecía, la vida de Ana Lilia se iba complicando cada día más. Su esposo vivió un largo proceso de recuperaciones y recaídas de su adicción al alcohol y algunos fármacos.
“Fue una situación muy difícil. Afortunadamente, nuestra historia fue muy diferente porque mi esposo jamás ha sido una persona violenta, ni siquiera bajo efecto de nada”.
“Vivimos muchos problemas financieros. Tener que sacar a los niños de los colegios, quedarnos sin nada y no tener para la renta y, a veces, casi ni para comer, fueron años de dificultades económicas grandísimas”.
Durante ese tiempo, muchas veces decidió dejar de lado a Bachuche, pues tenía que aceptar otros trabajos para sacar adelante a la familia. Pero Bachuche siempre hacía lo posible por volver.
“Yo le decía a Dios ‘pues, Señor, estuvo muy padre, pero ya me voy’. Y no sabes cómo de repente la vida daba una voltereta, y Bachuche me sacaba adelante”.
“Hoy en día tengo un trabajo ideal que me permite combinarlo con Bachuche. Ahora, puedo seguir con mis presentaciones en escuelas; además, mi esposo está con nosotros en sobriedad desde hace un año”.
Para Ana Lilia, Bachuche no es un simple trabajo, sino un medio de Evangelización.
Desde hace 16 años, además de sus presentaciones en foros y teatros, recorre las escuelas públicas y privadas para llevar a los niños un mensaje lleno de valores y, cuando se puede, también hablar del amor de Dios.
“En las escuelas públicas -la escuela es laica- promovemos la sana convivencia basada en valores humanos para prevenir diferentes tipos de violencia y adicciones. Pero lo mío, lo mío, son los colegios católicos, porque ahí Bachuche es más libre. Ese es mi sueño, de hecho, llegar a cada colegio católico”.
Un sueño por el que sigue luchando cada día.
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