Del beato Anacleto González Flores se recuerda -sobre todo- su extraordinaria labor como laico comprometido, sus libros, sus dotes de oratoria y su liderazgo pacífico. Pero no siempre fue así. El gran líder de la insurgencia pacífica de la Cristiada, fue un adolescente que lideraba en los pleitos a los muchachos del Barrio de San Antonio.
“Cuando tenía 13 o 14 años, definitivamente le gustaban más los ‘moquetes’ que el estudio”, dice entre risas el investigador Francisco Gallegos, autor de libros como Rebeldía Cristera y Tierra Roja.
“Desde su juventud –agrega- destacó como un laico comprometido, pero antes que eso fue comprometido con sus amigos. Queda claro que era un líder nato desde ese entonces, siempre había pleitos y ‘piedrizas’ contra los del Barrio Alto, y él era el primero que llegaba y el último que se retiraba”.
“No eran pandillas porque propiamente no existían, pero sí se unían los barrios y los muchachos se liaban”, dice Gallegos.
En entrevista, Silviano Hernández, investigador y escritor, explica en estos términos las particularidades de la familia de Anacleto:
“Perteneció a una familia que modernamente llamaríamos disfuncional. El padre y la madre eran muy opuestos desde el punto de vista ideológico. Él era antiporfirista, muy rígido. La madre era muy católica”.
Su padre, Valentín González, le inculcó el amor a las letras y la pasión por la oratoria. En cambio, María Flores Navarro, su mamá -una católica a ultranza, de Misa y Rosario diario- le habló de Dios y lo formó en valores.
El investigador Roberto Camarena agrega que, desde muy joven, Anacleto tuvo que ayudar a sus padres para llevar el pan a la mesa.
“El papá era muy bragado y seguramente él le inculcó ese espíritu, pero estaba sumergido en el tema del alcohol y eso hizo que, desde muy pequeño, Anacleto estuviera metido en las actividades del día a día”, explicó.
Ese adolescente inquieto, pronto se encontró con Dios, explica Camarena, integrante de la asociación civil Anacleto González Flores, quien asegura que ocurrió en un momento clave: “Cuando era aún muy joven vino un fraile de Guadalajara y dio una predicación en unos ejercicios espirituales. A partir de ese momento la vida de Anacleto fue otra”.
“El chavo que se empuñaba las camisas para agarrarse a golpes, cambió su sentido de liderazgo pleitero por un sentido trascendental, para luchar por lo que vale la pena”, señala.
Entonces, con 17 años, decidió entrar al Seminario de San Juan de los Lagos, donde por 5 años se dedicó exhaustivamente al estudio y a la oración, hasta que comprendió que su vocación era otra.
Al salir del seminario marchó a la Revolución de Pancho Villa, a invitación de su padrino de Bautismo, Miguel Pérez Rubio. Aunque no tomó las armas –pues desempeñó el oficio de escribano- quedó desencantado de la vía de la violencia después de que su padrino y el general a quien seguían, José Delgadillo, murieran fusilados por los carrancistas.
Convencido de la vía pacífica, se mudó a Guadalajara, donde encabezó círculos de estudio y oración, estudió derecho y comenzó a destacar como líder católico, periodista, político y abogado. En 1922, a las puertas de la Cristiada, se casó con María Concepción Guerrero. Tuvieron dos hijos y una vida difíci, pues su liderazgo social le provocó persecución y lo llevó a ofrendar la propia vida.
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