¡Conoce cuáles son las características de los iconos bizantinos y por qué son tan famosos!
Apreciar las imágenes de los santos plasmadas en un icono además de sorprendernos, nos pueden generar una serie de dudas respecto a las características que se muestran en ellas, sobre todo en las que se refieren a la proporción que llegan a tener en los ojos, boca, nariz y frente.
Pero, sabías que cada una de las particularidades que se muestran en los rostros de dichas representaciones, y que podrían catalogarse como deformaciones, están totalmente asociadas al pleno respeto que los santos tienen hacia Dios y a su presencia divina.
Un icono es una representación religiosa pintada con técnica bizantina y que tradicionalmente se muestran en las iglesias cristianas orientales. Las representaciones que se plasman normalmente son poco naturalistas, ya que los artistas parten de la idea que tienen de Dios.
Andrea Molina Millet, historiadora del arte, indicó en entrevista con Desde la fe que esas deformaciones tenían como objetivo principal educar a las personas que las vieran, pues cada característica está asociada a las virtudes de los santos.
Así, explicó la también artista, cada uno de los rasgos mostrados en los iconos como, por ejemplo, los ojos grandes y abiertos o la nariz muy delgada y alargada, tiene una explicación muy puntual, que era divulgada por quienes los pintaban.
De esta manera, detalló Molina Millet, el objetivo que tenían esas obras era que cuando una persona viera un icono “la idea era que tu fueras parte de la oración” que el artista estaba plasmando en ellos.
“Ni siquiera es pintura religiosa, era una especie de pintura litúrgica y cuando ves a una persona deformada, llena de dorado, entiendes que no es que sea falto de belleza, sino que es una belleza que no es de este mundo, lo asocias con divinidad y respeto a un ser divino”, aseveró la historiadora de arte yucateca.
Los monjes que vivían en los monasterios, indicó Molina Millet, realizaban una serie de actividades o rito antes de empezar a pintar un icono, con lo que reforzaban su alma y espíritu a fin de poder plasmar en sus obras toda la divinidad que Dios les transmitía.
Así, antes de empezar a pintar esos retablos, continuó, en primer lugar tenían que hacer un ayuno de más de 40 días; de la misma manera, tenían que limpiar toda su casa o habitación.
El día que iniciaría con su obra, el monje hacía una profunda oración, al concluirla se vestía con su ropa más elegante y, una vez listo y preparado espiritual y físicamente, se paraba ante su lienzo y empezaba a pintar.
“Si el artista vivía en un monasterio, todos los demás monjes tenían que orar mientras el monje pintaba. Esa era una manera de estar conectados con Dios”, puntualizó Andrea Molina Millet.
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