La pintura plasma la procesión a la Virgen de Loreto para pedir por la salud de los habitantes de la ciudad que vivían una epidemia.
Es común ver retratos de personajes conocidos o litografías que nos llevan a imaginar la manera en que pudo ser un lugar de la Ciudad de México en los tiempos de la Colonia. Sin embargo, resulta muy extraño ver pinturas que recreen toda una escena.
En una de las paredes de la parroquia de San Pedro Apóstol (Zacatenco), en la Diócesis de Azcapotzalco, se encuentra una sorprendente pintura titulada “Solemne Procesión que hizo la Ciudad de México a la imagen de nuestra señora de Loreto implorando el socorro por la peste desoladora del sarampión en el año de 1726”, una interesante obra de arte que actualmente se encuentra en restauración.
“La obra representa el regreso de la Virgen de Loreto, después de haber estado durante nueve días en la Catedral Metropolitana y emprende su regreso al colegio de San Gregorio, de los jesuitas”, dice la restauradora Claudia Alejandra Garza.
Sobre el hecho histórico, cabe señalar que, aunque no hay actas del Cabildo Metropolitano que citen dicha procesión, varios documentos oficiales testimonian que, a instancias del Arzobispo de México, la imagen de la Virgen de Loreto salió de su templo para celebrar un novenario en la Catedral Metropolitana.
En la pintura se ve la Catedral de México en el s. XVIII. Recordemos que aún no era intervenida en su última etapa por Manuel Tolsá. Der. a izq.: la procesión va sobre la calle de Brasil; lateral de Catedral; Capilla de los Talabarteros, y calles de Guatemala, Donceles y República de Cuba.
La procesión debió iniciar con una cruz guía y detrás vienen todas las órdenes religiosas, primero los franciscanos (café), luego los mercedarios (blanco), después los carmelitas (blanco y café), luego los agustinos (negro), enseguida los franciscanos (gris), luego el clero secular, el Cabildo de la Catedral, que lleva a la Virgen, y se identifica a dos personajes, el Deán, Antonio Villaseñor, y el Arzobispo de México, José de Lanciego y Eguilas; después, la Real Universidad de México, y los diferentes rangos de doctores, identificados por los bonetes; al final, la Real Audiencia.
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