El tema de la Inquisición debe asumirse con objetividad para que la leyenda se vaya tornando en un conocimiento histórico y cambie esa percepción oscurantista de la Santa Inquisición.
A Joseph Goebbels, el jefe de campaña de Adolfo Hitler, se le atribuye la máxima: “Una mentira repetida mil veces, se convierte en verdad”.
Ello se ha de tener en cuenta cuando se habla, por ejemplo, de temas muy trillados y controversiales, como el Tribunal del Santo Oficio, o como se le conoce, la Santa Inquisición.
Ya muchos han estudiado este asunto en el que se entrelazan intereses políticos, religiosos y económicos, pero también intenciones de rectitud y corrección, o una verdadera preocupación por la defensa de valores que se consideran supremos.
Habrá de reconocerse, primero, que la humanidad posee una larga historia de actos que avergonzarían a cualquiera. A veces, muchos de ellos, producto de instituciones al servicio de intereses particulares y no del bien común. Son actos deleznables, no hay duda en ello, instituciones deplorables que debieran servir de ejemplo de lo que no ha de hacerse. Pero, cuidado, con frecuencia somos demasiado rápidos en juzgar y poco proclives a comprender el porqué de los hechos y qué tanta verdad existe en ellos.
Por supuesto, no se trata de defender lo indefendible, sino de conocer las cosas con objetividad y bases reales de manera tal que la leyenda se vaya tornando conocimiento histórico, por un lado, pero por otro, también, en una justa descripción de los hechos.
El primer tribunal episcopal que se fundó en Languedoc (Francia), siguiendo las indicaciones del Papa Lucio III, quien en su decretal Ad Bolendam del año 1184, pedía que cada obispo se ocupara de combatir la herejía en su territorio. Esto dio origen a que comenzara la leyenda negra de la Inquisición.
Pese a las lamentables consecuencias que se siguieron, se trataba de un tribunal sin derecho a pena de muerte, lo cual quedó establecido por el resto de la Inquisición, pues al tratarse de un tribunal eclesiástico, debería “relajar al brazo secular” a todo juicio realizado. En otras palabras, el Estado debería avalar y llevar a cabo las penas correspondientes.
Otros tribunales semejantes existían antes, por ejemplo, en el Reino de Aragón en 1116, el cual se trataba de un tribunal estatal y no eclesiástico, o la réplica que se hizo en el reino del Castilla en 1478 y el cual siguió funcionando hasta 1834 y del que deriva directamente la Inquisición en la Nueva España.
Pero, paralelos a éstos, habrán de contarse los tribunales de Portugal, Roma y los propios de las iglesias protestantes. Ejemplo de ello es el martirio que sufrió santa Juana de Arco. Éste suele asociarse a la inquisición católica, pero se debió a los tribunales de la fe de Inglaterra.
La Inquisición sí existió en México. fue establecida también primero en la capital de la Nueva España en 1569 y, desde entonces, su cometido principal era investigar y sancionar los actos cometidos contra la fe por judíos conversos, por españoles y por naturales de esta tierra.
La Inquisición persiguió a personas de todas las clases sociales en contra de lo que sostiene la creencia común, la cual afirma que sólo perseguía a los naturales. Se persiguió a personas de todas las clases sociales, incluyendo a miembros de la nobleza y a clérigos.
Una prueba de ello se encuentra en los archivos de la Inquisición en México, donde obra el caso correspondientes al juicio a un fraile dominico, quien aseguraba que por medio de una muñeca había conseguido los favores de una dama, al venderle el alma al diablo. A la larga, se demostró la falsedad de las declaraciones del fraile, pero sirve como muestra de que todos los habitantes de la Nueva España podían ser procesados por este tribunal.
Tampoco es verdad que se haya fundado la Inquisición con el fin de perseguir brujas. Esto es más bien un traslape de lo que aconteció en los tribunales eclesiásticos propios de las iglesias protestantes.
“La caza de brujas” en la localidad de Salem en la colonia de Massachusetts, Estados Unidos, lleva a pensar más en los pietistas de las colonias inglesas y de los países bajos, quienes arribaron a Norteamérica cerca de 1620, que en una preocupación de la Iglesia Católica.
Y para ser coherentes con lo que se ha afirmado al principio de este artículo, se debería hacer este mismo ejercicio de comprensión histórica con esos tribunales, tal como se está realizando ahora con la Inquisición Católica en México.
Otro gran mito que existe alrededor de la presencia de la Inquisición en México sostiene que llegó para legalizar un exterminio programado de los naturales de estas tierras. A pesar de que, como se ha reconocido desde el principio, se cometieron muchas injusticias y atrocidades durante la época en la cual la Inquisición ejerció su mandato en la Nueva España, no fue, en realidad, un instrumento de genocidio. Muchas personas fueron perseguidas, encarceladas, torturadas y ejecutadas, pero no fue en la escala masiva que se suele pensar.
Por otro lado, la Inquisición influyó en la cultura mexicana, ya que muchas de las tradiciones y costumbres que se conservan en México tienen su origen en las prácticas y creencias de los colonizadores españoles y de aquellas que son productos de la religiosidad popular, las cuales aparecieron y se practicaron ante la Inquisición y, de un modo expreso o tácito, obtuvieron de ella su aprobación.
No fue así en otras regiones de América donde el exterminio o confinación de los naturales fueron la constante, a diferencia de la mentalidad española avalada por la Inquisición que permitió el mestizaje y así el nacimiento de una nueva raza y cultura, la mexicana, en este caso, pero ha de reconocerse lo mismo con otros países.
Pero más allá de este recuento de mitos y realidades sobre la Inquisición en México y querer que con ello se realice una acción apologética, debería de interesar más lo que con ello se puede aprender.
La Iglesia cuenta entre sus miembros a personas de todas las escalas sociales, de todos los ámbitos culturales y ello hace difícil el alcanzar unidad en lo que se cree. Esto provoca que, a veces, las iniciativas por preservar el depósito de la fe se vean entenebrecidas por actitudes de imposición, sometimiento, poco diálogo, aniquilamiento del otro. Es muy fácil que el celo religioso que lleva a unos a los altares, se convierta en fanatismo en otros. Se debe tener cuidado en este punto en particular.
Habrá de motivar a un examen de conciencia. El tema de la Inquisición nos recuerda que con buenas intenciones se puede obrar el mal ¿No se estará corriendo el peligro de ser un anti-testimonio de lo que la fe predica? La Inquisición nos demuestra que, a veces sí.
El Mtro. Jorge Luis Ortiz Rivera es Director de la Licenciatura en Filosofía en la Universidad Intercontinental.
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