Cultura

Misioneras de la Caridad: sin poseer riquezas, son muy felices

Charlotte Gray cuenta en su libro Madre Teresa, la vida de las muchachas que, renunciando a todo, se adhieren a las Misioneras de la Caridad y tienen una vida muy feliz.

De acuerdo con el libro, cuando las chicas ingresan a la orden de misioneras, hacen voto de pobreza absoluta, a ninguna hermana se le permite recibir cartas o regalos personales, no leen libros, a menos que sean religiosos, los paraguas son todos de la comunidad. En cuanto a su vestimenta, a cada hermana le asignan tres saris (su hábito religioso, inspirado en la vestimenta tradicional de las mujeres pobres en la India): uno para usar, uno para lavar y uno para que se seque y remendar. También reciben sandalias.

Las hermanas lavan su ropa en cubetas, aunque mucha gente les ha ofrecido lavadoras, pero no las aceptan, pues ellas ayudan a los pobres viviendo austeramente

Tienen dos juegos de ropa interior elaborados con costales viejos, los cuales deben lavar, al menos, 10 veces para que la ropa sea suficientemente suave para que se pueda usar. A cada una se le entrega una Biblia, un rosario y un pequeño crucifijo que usa pegado al hombro izquierdo. Sus únicas propiedades son una cuchara de metal, un plato y una bolsa elaborada por los pobres. En países fríos pueden usar saco, abrigo y paraguas, propiedad comunal.

En algunas casas de las Misioneras de la Caridad hay camas para ellas, pero lo más importante es que los pobres tengan sitio.

“Yo duermo esta noche en una mesa”, comenta alegremente una religiosa italiana que trabaja en Calcuta. Asegura que cada mes cambian de lugar, “la vez pasada estaba en una cama; dormimos en sillas, mesas y hasta en el piso. Aun así, yo duermo muy bien”.

Este texto fue publicando originalmente en El Observador de la actualidad, con quien Desde la fe tiene una alianza de intercambio de contenidos.

El Observador

El Observador de la actualidad es una publicación semanal católica. Es un esfuerzo de un grupo de personas por llevar hasta los hogares, y centros de reunión y formación, no un producto comercial sino un servicio eclesial.

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