En junio de 2021 se cumplen 100 años del fallecimiento del poeta zacatecano Ramón López Velarde, señalado como uno de los mejores de las letras hispanas, y en su obra literaria hace constantes alusiones a su fe católica.
Maderista de corazón, López Velarde nació en Jerez, Zacatecas, el 15 de junio de 1888, en el seno de una familia profundamente religiosa. Su padre, abogado, fundó un colegio católico en Jeréz y para el año 1900, Ramón López Velarde ingresaba al Seminario de Zacatecas donde permaneció durante dos años; luego se trasladó al de Aguascalientes.
En 1905 se enamoró de Josefa de los Ríos a quien daría el sobrenombre de “Fuensanta” y por siempre sería su musa; ella era ocho años mayor que él. Entonces, López Velarde rectificó su camino, decidió no ser sacerdote y se inició en el periodismo con el seudónimo de Ricardo Wencer, colaborando en la revista Bohemio que se editaba en Aguascalientes. Para 1908 decidió estudiar leyes en la Universidad de San Luis Potosí y siguió escribiendo en El Observador, El Debate, Nosotros y también con El Regional, Pluma y Lápiz, de Guadalajara.
Varios autores influyeron en su estilo literario. Conoció la obra de Amado Nervo y al español Andrés González Blanco que lo llevaron hacia el modernismo literario y en 1910, fecha en la que estalló la Revolución, realizó apuntes que le serían útiles para su primer libro La sangre devota que publicaría en 1916.
Ramón López Velarde brindó su incondicional apoyo a Francisco I. Madero a quien conoció en 1910 y a través de sus escritos se convirtió en un entusiasta vocero de su causa. Para 1911, cuando cayó Porfirio Díaz y partió rumbo al destierro en Francia, él obtuvo el título de abogado y fue designado juez de primera instancia en “Venado”, un pequeño pueblo de San Luis Potosí.
A finales de este año, viajó a México con la esperanza de que Madero, nuevo presidente de la República, le diera algún cargo en su gabinete, pero no ocurrió así. Algunos Analistas consideran que la negativa se dio a causa del catolicismo militante de López Velarde, quién de todos modos, siguió firme en sus ideas políticas a favor de la democracia y la justicia social.
En 1912, Eduardo J. Correa, un destacado político y escritor de Aguascalientes, lo llamó para colaborar en el diario católico de ciudad de México: “La Nación”, donde López Velarde publicó poemas, reseñas y artículos políticos sobre la situación de México y desde esta trinchera atacó a Emiliano Zapata.
López Velarde dejó este periódico antes de la sublevación del 9 de febrero de 1913 que se conoce con el nombre de la Decena Trágica y que llevaría al poder a Victoriano Huerta. El poeta regresó a San Luis Potosí donde abrió un bufete y a inicios de 1914, regresó a la capital del país, de modo que, para mediados de 1915, cuando se impuso el liderazgo de Venustiano Carranza y comenzó una época de relativa tranquilidad, López Velarde se encontraba en la ciudad de México.
López Velarde está ligado a la frase “Sufragio efectivo no reelección”, que lo vincula al ideal revolucionario de México y que fue adoptada por Francisco I. Madero en el Plan de San Luis y a la cual también estuvo vinculado, desde la trinchera de las letras
A partir de 1915, López Velarde comenzó a escribir poemas más personales, añorando su pueblo natal: Jerez y a su primer amor: Josefa de los Ríos, “Fuensanta”, su musa de juventud que murió en 1917. En su primer libro, La sangre devota estuvo dedicado a los poetas mexicanos: Manuel Gutiérrez Nájera y Manuel José Othón, y en esta publicación, como en casi toda su obra, destacan sus valores religiosos.
Por ejemplo, en “La Bizarra capital de mi Estado”, decía: “Y una Catedral, y una campana mayor que cuando suena, simultánea con el primer clarín del primer gallo, en las avemarías, me da lástima que no la escuche el Papa. Porque la cristiandad entonces clama cuál si fuese su queja más urgida la vibración metálica, y al concurrir ese clamor concéntrico del bronce, en el ánima del ánima, se siente que las aguas del bautismo nos corren por los huesos y otra vez nos penetran y nos lavan”.
Por cierto, durante la visita de Juan Pablo II a Zacatecas en 1990, el sueño de López Velarde se hizo realidad, pues las campas de esta catedral repicaron al pasó del Pontífice para que las pudiera escuchar, luego de que los obispos le hablaran del Poeta Nacional y de este verso en lo particular.
Entre marzo y julio de 1917, López Velarde colaboró en la revista Pegaso y, a pesar de que recibió críticas por su sentir provinciano y sus contenidos marcados por un sólido catolicismo, su prestigio literario se consolidó.
En 1919 publicó Zozobra, su segundo libro, considerado como su mejor obra, donde narra su experiencia en la ciudad de México.
En 1920, cuando José Vasconcelos fue nombrado Ministro de Educación, López Velarde recibió mayores apoyos y publicó artículos en dos revistas México Moderno y El Maestro, donde el Poeta se sumó al intento de consolidar culturalmente a México y escriboó un breve ensayo, “Novedad de la Patria”, donde expone las ideas que luego desarrollará en su poema más famoso, y que le valió ser considerado Poeta Nacional de México: La suave patria.
López Velarde murió el 19 de junio de 1921, a los 33 años. Dejó un libro inédito, El son del corazón, publicado hasta 1932. El 15 de junio de 1963 sus restos fueron llevados a la Rotonda de los Hombres Ilustres del D.F.
A instancias de Vasconcelos se le declaró Poeta Nacional, y “Suave Patria” fue considerada como la suprema expresión literaria de la mexicanidad nacida de la Revolución.
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