Mi nombre es Luis Miguel Romero Vásquez, tengo 24 de años, y actualmente me encuentro en la etapa de Curso Introductorio en el Seminario Conciliar de México. Soy Originario de Tenancingo de Degollado, Estado de México, y crecí en el seno de una familia católica.
Mi historia vocacional comienza desde pequeño, cuando tenía apenas dos años. Gracias a mis padres me enteré que desde entonces decía que quería ser sacerdote, algo que en primer momento puede parecer extraño, pues nunca nadie me había dicho lo que habría de ser o hacer. Lo que sí recuerdo es que en casa o en la escuela, mientras mis primos, amigos o compañeros jugaban a los carros, a las luchas o a otras cosas, yo prefería reunirlos, pedir su atención y, con palabras sencillas e ideas de niño, celebrar ante ellos la “Misa”.
Viví una infancia muy feliz, siempre en compañía de mis padres y mi hermana, pero también de mis abuelos; desafortunadamente no conocí a mi abuelo paterno, pero el testimonio de mi abuelo materno me enseñó y ayudó mucho a descubrir el amor de Dios en mi vida, encaminándome hacia una vida cristiana y cercana a nuestra madre la Iglesia; además, me enseñó a colocar en mi corazón un especial cariño y devoción a la Santísima Virgen en sus advocaciones del Carmen y de la Dolorosa.
Fui creciendo y conocí a muchos sacerdotes, de quienes aprendí grandes cosas; en su mayoría, de la Orden del Carmelo Descalzo, pues mi familia lleva mucha relación con ellos gracias a una fuerte amistad con mi abuelo materno. De ellos puedo mencionar el nombre de dos, cuyo ejemplo de servicio y entrega fue fundamental para mí: Fray Emilio Hadad Trujillo y Fray German Melgarejo Lomelín, quienes me enseñaron grandes cosas, tanto del ministerio sacerdotal como de su espiritualidad.
Continué por la vida como cualquier joven, y pese a que hice proceso vocacional con los Carmelitas, preferí abandonarlo y estudiar la licenciatura en Psicología; con todo y eso, nunca dejé de experimentar el amor de Dios. Mientras estudiaba conocí al P. Salvador Aguilar Lunar, de feliz memoria, y quien entonces era rector de la Catedral de Tenancingo; él me invitó a trabajar y apoyarle en la liturgia y en otras áreas propias de su cargo; era un hombre muy santo, y a pesar de su enfermedad, siempre ofrecía al Señor todo su trabajo.
Un día, al terminar una reunión frente al grupo de liturgia, me dijo que le urgía un joven relevo, y como bien sabía sobre el llamado que sentía, me pidió que no dejara pasar la oportunidad de “decirle al Señor que ‘sí’”, y aventurara el corazón. Fue entonces cuando decidí comenzar de nuevo la búsqueda, y recordé la invitación que me hizo un amigo seminarista para venir a formar parte de esta casa de formación sacerdotal; tras el proceso de orientación vocacional, hoy me encuentro aquí, siendo parte y viviendo cada día con alegría.
Te invito a ti, amable lector, a que si sientes que Jesús te invita a estar con Él, te des la oportunidad de responder al llamado, decirle que sí, y aventurar tu corazón.
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