Mi nombre es Luis Arturo González Godínez, tengo 35 años de edad y estudio el primer año de Teología en el Seminario Conciliar de México. Estoy muy contento y agradecido con Dios por poder compartir parte de mi llamado vocacional.
Mi familia está conformada por cinco integrantes: mi papá, Miguel González Ortiz, mi mamá, Irma Y. Godínez Vázquez, y mis hermanos Israel y Miguel.
En mi juventud me gustaba ir a fiestas, divertirme con amigos y jugar, como lo hacen millones de jóvenes; de hecho, por mi mente jamás pasó la idea de ser sacerdote, y si llegaba a ir a Misa, era sólo en eventos sociales.
Mi primer encuentro consciente con Dios tuvo lugar después de quedarme sin trabajo; recuerdo que fue un año en el que viví grandes experiencias que me llevaron a sentir su amor, su misericordia y perdón. Eso hizo que mi vida diera un giro radical: dejé atrás muchas cosas que solía hacer: dejé de ir a fiestas y convivencias con amigos, etc.
Mi visión por la vida me iba llevando a algo que no sabía dónde iba a parar. Lo descubrí tiempo después cuando tuve la oportunidad de salir en la representación del viacrucis en mi parroquia. Fue ahí donde mi inquietud por el sacerdocio y por la Iglesia se despertó; el testimonio de algunos sacerdotes influyó también para que me diera cuenta de mi inquietud por servir a Dios. Pero incluso entonces no podía comprender qué era lo que estaba pasando, trataba de darle vueltas a lo que sentía para tener una respuesta.
Así fue pasando el tiempo y hubo personas que, sin saber lo que estaba ocurriendo en mí, se me acercaban para decirme que yo iba a ser sacerdote, pero yo siempre lo negaba. Durante este tiempo tuve la oportunidad de ir a algunos retiros, los cuales me ayudaron a tomar conciencia de lo que estaba pasando en mi vida, y aunque empezaba a verlo con mayor claridad, lo seguía negando.
Después de un tiempo tuve un trabajo como entrenador de clavados para niños. Debido a la responsabilidad de ese trabajo, pensé en renunciar, pero algo me decía que no lo hiciera: era la entrega y perseverancia de mis alumnos. Eso me motivo a seguir y a dar lo mejor de mí. De alguna manera, todos ellos me fueron mostrando indirectamente que quien hace las cosas es Dios. Así es, la presencia de Él se percibe incluso en la disponibilidad, entrega y amor en el trabajo, sólo es cuestión de que uno quiera. Fue ahí donde me di cuenta que Dios me llamaba a algo más grande; y lo que muchas veces negué, ahora era una afirmación para entrar al seminario y formarme para ser sacerdote.
Me atrevo a decir que, si de algo estoy seguro, es que Dios me llama continuamente a transformar mi vida, para estar con Él, y para eso estoy aquí, para responderle con generosidad a ese llamado a ser otro Cristo.
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