En muchas ocasiones los papás y mamás de niños pequeños se enfrentan a la disyuntiva de asistir a misa o quedarse en casa debido al comportamiento inquieto de sus hijos, pues consideran que es mejor no incomodar a los fieles que asisten a la parroquia con el llanto, los berrinches y la energía inagotable que tienen, ¿pero es una razón válida el tener hijos pequeños para dejar de ir a misa?
Andrea De Paz, colaboradora de la Pastoral Infantil de la Arquidiócesis Primada de México, aseguró que la presencia de niños pequeños en la iglesia no es un argumento para faltar a misa, por el contrario, es una oportunidad para sembrar en ellos las primeras semillas de la fe.
En este sentido, recordó las palabras de Jesús cuando dijo: “Dejen que los niños vengan a mí, y no se lo impidan, porque el Reino de los Cielos es de quienes son como ellos” (Mateo 19,14), que nos recuerdan que “hasta los más pequeñitos tienen un lugar especial en la Iglesia y que su presencia no debería ser una molestia, sino una bendición”.
Así, aseveró De Paz, los padres, como primeros formadores de la fe de sus hijos, tienen la misión de mostrarles con el ejemplo la importancia de vivir en comunión con Dios y con la comunidad cristiana.
“Si bien puede ser desafiante mantener la atención del niño durante la celebración, su simple presencia en el templo les permite experimentar el ambiente sagrado, escuchar la Palabra de Dios, familiarizarse con las oraciones, ritos y cantos; y, más importante, observar cómo sus padres viven este momento tan especial, en que convierte la solemnidad en la prioridad, por encima de la disciplina”, dijo.
En entrevista con Desde la fe, Alejando Méndez, , director de la Dimensión de Adultos y Familia de la Arquidiócesis de México, dio 4 recomendaciones que deben considerar los padres y madres con niños pequeños para fortalecer su confianza y asistir de manera constante a la Santa Misa:
“Debemos tener muy claro que yo, como padre y madre, tengo que educar a mi hijo en la fe desde que es bebé, desde que está siendo amamantando por su mamá y lo llevo a Misa porque él debe de tener ese contacto con los sacramentos, con la Eucaristía, con la comunidad eclesial y, sobre todo, con Dios, Nuestro Señor”, puntualizó Méndez Álvarez.
Un niño sano y alegre es inquieto por naturaleza, por ello no es válido que los padres se sientan cohibidos por ese hecho, ni mucho menos que se preocupen por la posibilidad de que el comportamiento de su hijo pueda distraer a las personas que asisten a la Misa, y que ello ocasione que se alejen de la Iglesia.
Las parroquias, indicó Andrea De Paz, son comunidades vivas, compuestas por familias, jóvenes, ancianos y niños, y todos, con nuestras particularidades, formamos el Cuerpo de Cristo y debemos aprender a convivir con paciencia y amor.
“Si bien puede ser útil sentarse cerca de la entrada o buscar áreas designadas para familias en caso de necesitar salir con el niño, es importante recordar que no se espera que los niños pequeños actúen como adultos. La Iglesia no es un lugar exclusivo para los que saben comportarse perfectamente; es un lugar donde todos, desde los más pequeños hasta los mayores, somos bienvenidos”, apuntó.
Alejando Méndez Álvarez señaló que la Santa Misa es un momento comunitario en el que “absolutamente todos participamos del Banquete Divino y dentro de esta experiencia tenemos que entender, como comunidad, que es tan válido que le des el asiento a un adulto mayor, como que un niño de pronto se eche a correr en el pasillo, y a los dos los tienes que apoyar y comprender.
“El señor nos habla como lo que somos, a los niños nos habla con ternura; a los adolescentes nos tiene paciencia; a los adultos nos va educando y al adulto mayor nos vuelve a apapachar.
“Lo mismo tenemos que hacer nosotros como comunidad, como papás y también como presbiterio: los niños lloran, los niños brincan, los niños son niños y tienen que ser acogidos, respetados y llamados en la parroquia y yo como papá tengo que tener también esa acogida de parte de mi comunidad que no me juzga y si me juzga me aguanto porque lo más importante es mi labor, mi función como miembro de la Iglesia”, aseveró Méndez Álvarez.
Tanto el Catecismo de la Iglesia Católica como la Biblia enfatizan que la formación de los niños en la fe católica debe comenzar desde sus primeros años, enfocada sobre todo a la educación en la oración y la participación activa en la vida de la Iglesia, y los padres son los principales responsables de dicha formación.
El Catecismo de la Iglesia Católica establece que la educación en la fe por parte de los padres debe comenzar en los primeros años de vida del niño. Así, los padres tienen la responsabilidad de ser los primeros educadores en la fe, enseñando a sus hijos a orar y a descubrir su vocación como hijos de Dios.
De la misma manera, subraya que la familia es el “Iglesia Doméstica”, donde los niños aprenden a orar y a vivir la fe en un ambiente que refleja los valores del Evangelio, y que la participación en la vida de la Iglesia, especialmente en la comunidad parroquial, es fundamental para el crecimiento espiritual de los niños.
La Biblia subraya la importancia que tiene la formación religiosa desde una edad temprana, por ejemplo, en El Libro de los Hechos de los Apóstoles, se menciona que la promesa del bautismo y la vida en la fe se extiende a los hijos de los creyentes, con lo que se establece que la inclusión de los niños en la vida de la Iglesia y su formación en la fe son aspectos esenciales que se deben inculcar desde la infancia.
De acuerdo con lo establecido en la Biblia y el Catecismo, los padres deben llevar a sus hijos a la Iglesia regularmente, especialmente durante las celebraciones litúrgicas y los sacramentos, ya que la participación en la Eucaristía y en la vida comunitaria de la parroquia es crucial para que los niños crezcan en su fe y en su relación con Dios.
Lo anterior se deberá reforzar con la catequesis formal, que generalmente comienza en la infancia, y debe ser complementada con la práctica de la oración en el hogar y la vivencia de los valores cristianos en la vida diaria. La formación debe ser gradual y adaptarse a la edad y comprensión del niño, asegurando que se sientan parte de la comunidad de fe desde una edad temprana.
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