Vladimir Alcántara
En el marco de la celebración del Día del Presbiterio, que se conmemora en la fiesta de san Juan María Vianney, el pasado 6 de agosto el Arzobispo de México, Card. Carlos Aguiar Retes entregó reconocimientos a sacerdotes que cumplieron 50 años de servicio a la Iglesia. En entrevista para Desde la fe, estos presbíteros, pertenecientes al grupo “San José Cafasso”, comparten algunos puntos de vista sobre lo que significan cinco décadas de ministerio sacerdotal.
Cabe señalar que, de acuerdo con lo que los presbíteros declararon, el común denominador es haber llevado hasta ahora “una vida llena de felicidad”. En este sentido, el P. Alberto Reynoso González, asegura no haber tenido jamás un problema, pues “en manos de Dios nada es problema”. “Soy feliz, completamente feliz –asegura, esbozando una gran sonrisa–, no tengo nada más qué decir. Estoy muy agradecido con Dios, con la “Morenita del Tepeyac” y con la comunidad de fieles, que siempre me han querido mucho”.
Por su parte, el P. Nemorio García Vega considera que una vida sin fe no tendría ningún sentido; sería igual que sólo ver pasar el tiempo esperando en el vacío de una vida. En este contexto, comparte una bella experiencia que vivió recién ordenado, misma que fortaleció su fe: “Esa ocasión me llamaron para que fuera a confesar a una persona enferma; fui y le pregunté su nombre, pero me dijeron que ya no hablaba ni oía. Había en el lugar una ventanita muy pequeña por donde entraba bonito la luz. Le dije a la persona que ya, delante de Dios, le pidiera perdón para ungirlo. Le di la absolución, lo ungí con el óleo santo, y cuando estaba ya por terminar, me dijo: ‘¡La luz!’. Le pregunté si le molestaba la luz. Me dijo: ‘No’. Y enseguida murió”.
El P. Cirilo Colín Noguez comenta que la mayor satisfacción que ha tenido en la vida es el poder ejercer el ministerio sacerdotal en nombre de Cristo, sobre todo al administrar la Comunión y el sacramento de la Reconciliación. “Eso sí, me gustaría poder construir una pastoral que responda más a la realidad actual. Muchas de las cosas que realizamos las tenemos por inercia desde hace años, nos cuesta trabajo actualizarnos para responder a las exigencias de hoy. Sin embargo, me siento satisfecho con lo realizado, y sobre todo, muy feliz y agradecido con Dios y con todos los que me han apoyado”.
Para el P. Rubén Sandoval Meneses, la Iglesia que él conoció hace 50 años se ha venido transformando necesariamente al paso del tiempo, y lo seguirá haciendo. “Los hombres tal vez estemos absorbidos por nuestros intereses personales; pero la Iglesia, que es guiada por el Espíritu de Dios, siempre está atenta a ir descubriendo los signos de los tiempos… Yo recomiendo a los jóvenes seminaristas que vivan su inserción en las comunidades donde nace su vocación, que no se dejen imbuir con teorías o ideologías de sistemas modernos, para que cuando vuelvan a sus comunidades mantengan su identidad con ellas”.
Por su parte, el P. Ascensión Quintana Bautista recuerda el día en que entró al Seminario, cuando apenas tenía 10 años de edad: “Fue un día muy triste, porque dejaba a la familia. Pero pronto me adapté al Seminario, y desde entonces comencé a sentirme feliz. Una de las cosas que más me ha gustado hacer desde que era seminarista es jugar futbol. Me encanta ese deporte. Además, he tenido la oportunidad de convivir mucho con los jugadores del Cruz Azul. Gracias a Dios he llevado una vida muy feliz y tranquila, sirviéndole a Él en las comunidades a las que me ha enviado”.
Finalmente, el P. Abrahán Zavala Piceno señala que, después de cinco décadas de ministerio sacerdotal, se siente enormemente contento, satisfecho y agradecido con el Señor; “es un de Dios que aún nos permita convivir a mis compañeros y a mí; desde el Seminario fuimos encomendados a San José Cafasso, un sacerdote italiano diocesano, admirable por la integridad de su vida sacerdotal, por su santidad y celo pastoral. Por eso somos el Grupo San José Cafasso”.
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