“Las pequeñitas tienen cinco veces más probabilidades de morir durante el embarazo y el parto”, asegura especialista.
Abimael César Juárez
Recientemente en México el Sistema Nacional de Protección Integral de Niñas, Niños y Adolescentes dio a conocer que en 2013 ocho mil niñas y adolescentes, de 10 a 14 años, eran madres criando a un hijo, y la proyección hacia el 2025 vislumbra que 75 mil adolescentes y niñas de estas edades estarán en las mismas condiciones.
El embarazo precoz –embarazo infantil o adolescente– es un problema en los países de América Latina; la mayoría son embarazos no buscados ni deseados, y tienen un mayor riesgo para la madre y para el bebé. Para conocer las causas y consecuencias de esta problemática que ha ido aumentando en México, habla para Desde la fe la doctora en psicología Beatriz Sánchez García, de la asociación civil Cenyeliztli.
En primer lugar –explicó Sánchez García– este es un problema que tiene relación directa con la educación en familia, pues la formación de toda persona inicia en el hogar, y ésta debe ser integral; entre otras muchas cosas, debe incluir las reglas que los pequeños deben seguir para desarrollar una personalidad segura, practicar los valores y conocer límites. “Muchos estudios indican que cuanta más educación tengan las menores, más se retardará el inicio a su vida sexual; esto puede protegerlas para que no se conviertan en madres desde pequeñas”.
El embarazo precoz se produce cuando ni el cuerpo ni la mente de la persona están preparados para ello; entre la adolescencia inicial o pubertad –cuando comienza de la edad fértil– y hasta los 19 años de edad, por lo general son embarazos no planificados ni deseados, y suelen ser producto de violencia física, psicológica e incluso económica. El riesgo de morir por causas relacionadas al embarazo, parto y postparto, se duplica si las niñas quedan embarazadas antes de los 15 años.
La psicóloga aclaró que esta problemática no es exclusiva de un estrato social, sino que se da en todos, pero las evidencias indican que hay algunos factores asociados, entre ellos: el ambiente en el hogar, el ingreso económico de los padres, el tipo de educación, la cultura hedonista e inmediatista, la participación en la delincuencia organizada, las adicciones, el fácil acceso a información equivocada y la poca formación en valores, así como una falsa creencia de que los métodos anticonceptivos evitan el embarazo. Todo lo anterior, sumado a la falta de madurez y la presión por parte de algunas personas que incitan a experimentar las relaciones sexuales, no permiten a los adolescentes considerar las consecuencias de sus actos.
Se refirió a los problemas que enfrentan las niñas si quedan embarazadas a una edad temprana: corren un mayor riesgo de padecer mortalidad materna; las niñas de entre 10 y 14 años tienen cinco veces más probabilidades de morir durante el embarazo o el parto, porque aumenta el riesgo de aborto espontáneo, obstrucción del parto, hemorragia posparto, hipertensión relacionada con el embarazo y afecciones debilitantes durante toda la vida.
En cuanto a las madres adolescentes, de entre 15 y 19 años, tienen el doble de probabilidades de morir en el parto o el embarazo que las de más de 20 años, y la tasa de mortalidad de sus bebés es aproximadamente un 50 por ciento superior. En tanto, sus bebés tienen más probabilidades de nacer sin vida, ser prematuros o con bajo peso. Además corren mayor riesgo de morir en la infancia.
Para finalizar, Beatriz Sánchez García aseguró también que el aborto precoz es un problema social que conlleva a muchas situaciones de riesgo para las pequeñas, y que la pobreza, la falta de información y las reservas con los que se tratan estos temas aumenta la posibilidad de que esto siga ocurriendo.
“Para evitarlo –dijo– se necesita de la colaboración de la familia y de instituciones que les procuren una educación integral con información concreta sobre temas de educación sexual, pero también emocional y de valores; información sobre su desarrollo y prevención de riesgos. Necesitamos formar niños y jóvenes fuertes, asertivos, que sepan poner límites y denunciar cualquier tipo de abuso; urgen también políticas públicas que fomenten el acceso a información fidedigna. En cuanto a la Iglesia, es necesario fomentar la espiritualidad y hablar con apertura sobre los riesgos que tienen las y los menores, siempre con la precisión y mesura que requiere el tema del cuidado de la vida y el bienestar común de cada familia y de la comunidad”.
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