P. Julián López Amozurrutia
La cuarta predicación de Cuaresma en la Catedral Metropolitana de México ha constatado, con san Pablo, la riqueza de la misericordia del Padre y la intensidad de su amor (cf. Ef 2,4-10). Para destacar la gratuidad de la obra de Dios que nos ha salvado, el apóstol inventa palabras, destacando nuestra profunda asimilación en ella: hemos sido “convivificados”, “conresucitados” y “consentados” en Cristo, de modo que su triunfo se nos ha participado. Así, una obra realizada en el pasado, la de Cristo, adquiere vigencia permanente para nosotros y orienta nuestra vida para que caminemos en las buenas obras. Lejos de nosotros toda presunción, pues todo se ha debido a la benignidad de Dios, incluso el bien que podemos realizar. Él es quien nos concede tener “méritos”, pues nos concede reproducir su propia bondad. El bautismo nos configura con Cristo, de modo que no sólo gozamos de su compañía, sino que de alguna manera él está donde estamos nosotros y nosotros estamos donde está él. Ante su bondad, no podemos sino admirarla, agradecerla y suplicarle nos conceda hacer eco de ella a través de nuestra propia generosidad y los servicios que podamos cumplir.
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