P. Julián López Amozurrutia
La segunda predicación de Cuaresma en la Catedral Metropolitana de México se ha concentrado en un hermoso pasaje de la carta a los Romanos (8,31-34), un texto lleno de preguntas, cuyo ritmo y tono emotivo hacen percibir una especie de himno conclusivo, una vez que se ha considerado la obra de la salvación del Señor y la vida en el Espíritu. Su certeza fundamental es que Dios está a favor nuestro, por nosotros, de modo que no hemos de temer nada que aparezca contra nosotros. Con un lenguaje judicial, se hace entender que no hemos de preocuparnos por nadie que nos acuse, pues tenemos quien interceda por nosotros, Jesucristo. Podemos desechar la preocupación por la opinión de los demás, o la imagen de un Dios sediento de venganza, o las exageraciones de una conciencia escrupulosa, o las insidias del demonio que pareciera vencer en los pecados. Dios, juez misericordioso, nos transforma a su justicia, derrotando, él sí, cualquier condenación. En su generosidad, no ha escatimado entregarnos a su propio Hijo, y no nos negará con él nada que sea bueno para nuestra salvación. Podemos seguir adelante en la vida, profesando nuestra fe y confiando en la eficacia de la gracia divina, pues hemos sido amados en un grado insuperable. Mirando este amor nos podemos preguntar, ¿a quién voy a tenerle miedo?, ¿quién podrá hacerme temblar? (cf. Sal 26,1-6).
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