P. Julián López Amozurrutia
Las predicaciones cuaresmales de este año en la Catedral Metropolitana de México se han planteado como un ejercicio de Lectio Divina en torno a la segunda lectura de cada domingo, bajo el tema común: Nosotros predicamos a Cristo crucificado. Reposando la mirada en el Señor, asimilamos paulatinamente la gesta de amor que nos ha dado vida, y aprendemos sobre nuestra identidad como cristianos.
En la primera de ellas (1P 3,18-22) confluye el marco de la profesión de fe con la referencia al bautismo en la figura de Noé y el diluvio. Cristo es reconocido solemnemente como el Justo, que con su pasión ha obtenido para nosotros, de manera definitiva, el perdón de los pecados y llevarnos a Dios. El anuncio gozoso de la obra de Cristo cunde en todos los rincones del universo. El compromiso bautismal y la buena conciencia nos abre la esperanza de nuestra participación en la resurrección del Señor.
La Cuaresma es el tiempo propicio para que, beneficiándonos de la paciencia de Dios, se construya en nosotros la salvación. No importa que sean pocos quienes se ejerciten. En un puñado de creyentes fieles se prolonga la esperanza de la humanidad.
Reconociendo a Cristo como el Cordero sin mancha, le suplicamos que se apiade de nosotros y acepte el ofrecimiento de nuestro empeño cuaresmal. Por nuestra parte, procuraremos extender a través de nuestros labios el gozoso anuncio de la salvación.
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