Todo cristiano es invitado a tomar parte en esta gran peregrinación que Cristo, la Iglesia y la humanidad han recorrido y deben continuar recorriendo en la historia. Nosotros como Arquidiócesis, cada año caminamos a la Casa de la Virgen de Guadalupe, para venerarla, agradecer su auxilio e invocar su protección.
El Cristiano es ante todo un peregrino. La Historia de la Salvación está marcada por acontecimientos de fe:
En nuestra peregrinación como Arquidiócesis de México, encontramos algunas experiencias significativas para nuestra fe:
Estos acontecimientos forman un itinerario que debe ser interior y vital, nos debe ayudar a recuperar los grandes valores del año jubilar bíblico. Debe dinamizar nuestra espiritualidad de comunión, sinodal y misionera, para afrontar mejor los retos de nuestra Iglesia.
Este 18 de enero nos reunimos para caminar a la Insigne y Nacional Basílica de Santa María de Guadalupe, a la Casita del Tepeyac, donde la Virgen de Guadalupe nos muestra su amor. Como todos los Santuarios la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, está llena del esplendor de atributos, es la casa de todos.
Lugar donde se goza la presencia de Dios
Ahí se regala amorosamente el amor de Dios, a través de Jesucristo, de la Virgen María, de los Santos y de peregrinos que se hermanan como en una familia.
Lugar histórico
Ahí están grabados los grandes acontecimientos que le dan forma al país. La iconografía popular habla de la conversión y gratitud del peregrino.
Lugar de escucha
La palabra divina en el proceso evangelizador ayuda a entender que María, no sólo es el mensaje revelado, sino que es lo revelado: “Yo soy la Madre del Dios por quien se vive” (Nican Mopohua).
Lugar privilegiado de evangelización
La Iglesia, su misión es evangelizar que no comprende solamente las verdades que hay que creer, sino también el vivir conforme a las verdades entendidas, acertadas y vividas.
Lugar sacramental
Los sacramentos son encuentros personales con el Dios de la vida, ahí el peregrino se encuentra con el Dios, que nos da la nueva vida.
Lugar de la misericordia
Al escuchar la Palabra, el peregrino se abre al perdón de Dios y de su bondadosa misericordia.
Lugar Eucarístico
El peregrino encuentra ahí la razón de su caminar. Pues la Eucaristía, es la fuente y culmen de nuestro ser cristiano.
Lugar propicio de oración
El peregrino ora personalmente, en familia o en comunidad. Los fieles orantes, son testimonio de la vida de oración en la Iglesia.
Lugar de expresión de la piedad popular
Es una manera legitima de vivir la fe.
Un modo de sentirse parte de la Iglesia y una forma de ser misionero.
Lugar de sanación
Donde los enfermos deben ser acogidos con la más cordial hospitalidad.
Lugar de la presencia de María
Camino seguro para encontrarnos con María, la Madre del Señor. En Ella se une la peregrinación del Verbo con la peregrinación de fe de la humanidad.
La peregrinación ayuda a tomar conciencia de la perspectiva escatológica en la que se mueve el cristiano, “homo Viator”: entre el llanto del destierro y el anhelo del gozo de la patria, “aquí abajo no tenemos una ciudad estable, sino que andamos en busca de la futura” (Heb. 13,14-15).
La visita a un santuario constituye para los fieles una ocasión propicia, con frecuencia buscada, para acercarse al sacramento de la Penitencia, el fiel vuelve del santuario con el propósito de “cambiar de vida”.
El gozo de la peregrinación cristiana es prolongación de la alegría del peregrino piadoso de Israel: “Qué alegría cuando me dijeron: Vamos a la casa del Señor” (Sal 122,1).
La peregrinación es esencialmente un acto de culto: el peregrino camina hacia el santuario para ir al encuentro de Dios, para estar en su presencia tributándole el culto de su adoración y para abrirle su corazón. La imagen sagrada del santuario es un signo santo de la presencia divina y del amor providente de Dios.
La peregrinación es un anuncio de fe y los peregrinos se convierten en heraldos itinerantes de Cristo. “Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda criatura” (Mc 16, 15). Salimos convencidos de ser discípulos de Jesucristo para ir en búsqueda del hermano.
El peregrino que acude al santuario está en comunión de fe y de caridad, no sólo con los compañeros con quienes realiza el “santo viaje” (cfr. Sal 84,6), sino con el mismo Señor, que camina con él, como caminó al lado de los discípulos de Emaús (cfr. Lc 24,13-35); con su comunidad de origen, y a través de ella, con la Iglesia que habita en el cielo y peregrina en la tierra. Somos una Iglesia en sinodalidad.
¿Qué recibe el peregrino?
Todo caminar largo requiere cierta preparación: previsiones, lugares, momentos, que permitan al peregrino no desfallecer en la travesía. Al final, la experiencia de peregrinar, va dejando en nosotros frutos permanentes.
El cristiano vive su fe, es una manifestación cultural que debe cumplir con fidelidad a la tradición, con profundo sentido religioso y como vivencia de su existencia pascual. Debe estar atento a la escucha de la Palabra de Dios.
El cristiano vive la experiencia, como miembro de la familia de Dios, rodeado de sus muchos hermanos en la fe, bajo la guía del “Pastor supremo del rebaño” (DP 149).
El cristiano peregrino recorrerá su itinerario sumándose a la oración litúrgica de la Iglesia y con los ejercicios de devoción más sencillos, con la oración personal y con momentos de silencio, con la contemplación que surge del corazón de los más pobres, “que tienen puestos sus ojos en las manos de su Señor” (Sal 123,2).
La peregrinación en sí misma encierra:
La experiencia de toda humanidad, que tiende hacia la esperanza y la plenitud.
La experiencia fundamental de Israel, en marcha hacia la tierra prometida de la salvación y de la libertad plena.
La experiencia de Cristo, que de la tierra de Jerusalén sube al Cielo, abriendo el camino hacia el Padre.
La experiencia la Iglesia, que avanza en la historia hacia la Jerusalén celeste.
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