“Te amo Madre mía, te amo tanto, tú has sido mi inspiración, mi fortaleza, mi consuelo, mi auxilio, desde el seno de mi madre Soledad, en el amor de mi padre Ramón; tú has estado siempre presente conmigo, te fui conociendo desde ellos, mis padres, quienes me hablaron por primera vez de ti, ellos fueron los que me enseñaron tu rostro bellísimo y lleno de la luz de Dios, a quien traías en tu inmaculado vientre. Gracias Madre mía por estar siempre presente en mi niñez, en mi adolescencia, en mi juventud y en mi adultez; con mis padres, mis hermanos, mis familiares y mis amigos y compañeros. Gracias por ser parte en el llamado que Dios me dio para ser su sacerdote, un llamado que me superaba del todo, pero que llegó a mí con tu venerable aliento, tu maternal ternura, tu auxilio misericordioso. Gracias Madre mía por estar siempre cerca de mí, en todo momento, por alimentar mi fe, confirmarme en mi esperanza y enseñarme el camino del amor verdadero. Gracias por poner a Jesús en mi corazón, en mi vida, en mi sacerdocio. Tú me has inspirado para que seas parte importante en el escudo que me identifica en el servicio en esta Arquidiócesis de México, que se ha visto siempre bendecida por tu bondad en esta historia de Salvación que Dios ha diseñado por medio de ti. Gracias por cada uno de mis hermanos sacerdotes, religiosos, religiosas, la familia que me has regalado, que no estaría completa si no fuera por la presencia y la vida de todos los feligreses, los laicos, los movimientos, las comunidades y las fraternidades que dan su ser y su quehacer en esta amada Arquidiócesis. Gracias, muchas gracias, por todas las personas que aunque no comulgamos en las mismas ideas, ni en la misma fe, estamos unidos como seres humanos en la buena voluntad a favor de la vida humana, en cualquier momento desde su concepción hasta el fin de su existencia, siempre confirmando su dignidad. Gracias por todos y cada uno de los momentos que en esta Arquidiócesis de México pudimos hacer frente, como al Segundo Sínodo y a la Misión Continental, al apostolado de todo nivel y a las visitas pastorales que el Santo Padre, el Papa, nos regaló; así mismo, hicimos frente a las situaciones difíciles tanto aquello creadas por el mismo ser humano, como las que manifestó la naturaleza con toda su fuerza; en esos momentos en donde todos subían su brazo con puño cerrado para guardar silencio y así poder escuchar la vida. Ayúdanos a seguir con el puño en alto para ayudar a todo ser humano a guardar silencio para escuchar la vida de nuestro corazón y la vida de los demás; hacer silencio y detener toda estridencia del pecado y escuchar el murmullo del amor de Dios que nos pide dignificar la vida de todo hermano que nos necesita. Gracias por todos estos años, por cada uno de los momentos vividos en este servicio. Gracias Madre mía, pues tu amor permanece y siempre permanecerá en mi corazón. Gracias Dios mío, Gracias misericordioso Señor del amor”.
Foto: Paola Torres /INBG
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