Vladimir Alcántara
En entrevista para Desde la fe, Mons. Rogelio Peralta, Rector de la Catedral Maronita de México y Santuario de San Charbel, ofrece una explicación sobre los orígenes del maronismo, su paulatina expansión y su llegada a nuestro país con todo su patrimonio étnico, cultural y religioso, al que se añadió una tradición mexicana que se ha ido extendiendo a muchos lugares: los listones a san Charbel.
Refiere que en los orígenes del cristianismo, cuando la evangelización se extendió hacia Antioquía, se formó ahí una comunidad que pronto comenzó a ser perseguida, llegando a Siria. “En esta comunidad existía un sacerdote ermitaño llamado Marón, quien por su estilo de vida tenía fama de santidad y se hizo de muchos discípulos. Tras la muerte de Marón, éstos se reunieron en torno a la figura del santo, y comenzaron a ser perseguidos por su fidelidad al Magisterio de la Iglesia. Tuvieron que buscar refugio, y lo encontraron en Líbano, en una fortaleza natural llamada el Valle de Qadisha (Valle Santo) y fueron multiplicándose a lo largo de los siglos.
De Líbano –explica-, los maronitas comenzaron a emigrar a otros países. “Y es así que hace 130 años una de las grandes migraciones llegó a México. La comunidad fue creciendo, y se les comenzó a asignar templos, primero en la Candelaria, después en San Pablo, y posteriormente el templo de Balvanera, primera parroquia Maronita en México, que después adquiriría el título de Catedral y se convertiría en el santuario de san Charbel, proclamado santo en 1977 por el Papa Pablo VI”.
El rito Maronita tardó en ser aceptado por la gente –señala–, pues en occidente el rito mayoritario es el Latino. “Incluso, tengo un tío sacerdote, quien estuvo durante más de 60 años en la Parroquia de San Judas. Me decía: ‘¿Quiénes son esos maronitas? ¿Dónde te andas metiendo, hijo? Dime para qué es bueno ese san Charbel’. ‘Pues para las cosas que no puede san Judas’, le dije un día de broma… Quien hace el milagro es Dios, y Él es omnipotente. No es adecuado decir que un santo es bueno para una cosa y otro para otra. Los santos deben ser vistos como ejemplos de vida y modelos a seguir en cuanto a su relación con el Señor”.
Pasa algo similar con los listones que se le colocan a san Charbel –señala. “Unos piensan que para determinado milagro se le debe pone un listón de un color específico. No es así. La tradición surgió aquí en la Catedral Maronita hace unas dos décadas, y se ha ido extendiendo a muchas partes. Empezó con una señora que entró a orar frente al Santísimo. Cuando se iba, pasó a ver santo por santo, llegó a san Charbel y le dijo: ‘No sé quién eres, yo ya hablé con el Señor, pero me urge arreglar un problema. Quiero que tú me ayudes, que le recuerdes lo que le pedí. Para que no se te olvide, te lo voy a escribir’. Buscó entre sus cosas, encontró un listón y ahí se lo anotó. Tres días después, volvió y me dijo: ‘Oiga, padre, ¿cómo se llama aquél santo? No lo conozco, pero me hizo un favor y quiero agradecerle. Al conocer lo que había hecho, le dije que podía agradecerle con otro listón”.
Y así comenzó la tradición de los listones –señala–; por eso, un listón en realidad es la oración del fiel. “Sólo que debe ser una oración viva, comprometida, transformadora. La fe no tiene colores. Pero para dar a la tradición un sentido coherente con la fe, yo digo a la gente que cualquier color es para pedir, y el blanco para agradecer. Entonces, cuando yo paso y veo listones blancos, se acreciente más mi fe, y pienso: ‘Dios sigue trabajando, sigue salvando, sigue mostrando su amor y su poder a aquéllos que le buscan. ¡Es un bello signo testimonial!
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