“Dios mandó a sus ángeles”, gritó un hombre al ver llegar al Hospital General La Villa (Ciudad de México) al obispo Francisco Javier Acero, acompañado del sacerdote Joel Ortega y de un grupo de jóvenes misioneros. De lo que no se había percatado este hombre, es que el mismo Jesús Sacramentado estaba ahí, presidiendo aquella procesión.
Esta visita del Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis de México, es una de varias que ha realizado a este mismo nosocomio, gracias a la buena relación que el padre Joel Ortega, responsable de la Pastoral de la Salud arquidiocesana, ha alcanzado con las autoridades de dicho hospital, particularmente con el doctor Guillermo Redondo Aquino, quien ha dado grandes facilidades para atender la necesidad espiritual de los enfermos y de sus familiares.
La jornada de este viernes 19 de julio estuvo dividida en varios momentos. El primero de ellos, protagonizado por Jesús-Eucaristía, que fue llevado por las calles aledañas a la Parroquia de Nuestra Señora de los Dolores, en la colonia Constitución de la República, ubicada muy cerca del Hospital General La Villa.
Los responsables de llevar al Santísimo Sacramento por los alrededores del templo fueron los jóvenes de la Pastoral Juvenil San Francisco Tecoxpa, de la Diócesis de Xochimilco, quienes, como parte de su formación, solicitaron el apoyo de la Pastoral de la Salud de la Arquidiócesis de México a llevar consuelo a los familiares de enfermos hospitalizados.
Una vez concluida la procesión por las calles, junto con el obispo Francisco Javier Acero y el padre Joel Ortega, se dirigieron al hospital, donde a su llegada fueron interceptados por los familiares de algunos de los enfermos, que se ven obligados a esperar en la intemperie la mejoría de sus pacientes, incluso durante varios días. Monseñor Acero platicó con ellos y les impartió la bendición.
En el patio principal, ya aguardaban al Obispo Auxiliar de México los directivos del hospital, encabezados por el doctor Redondo Aquino, así como un nutrido grupo de enfermeras, cumpliendo con los protocolos sanitarios, en un momento en el que comienza a haber un repunte de casos de Covid en la capital del país.
Para el Santísimo Sacramento se tenía ya reservado un espacio en uno de los patios internos, donde algunos doctores, enfermeras y familiares de pacientes acudieron a adorarlo, mientras los chicos del grupo San Francisco Tecoxpa entonaban alabanzas.
Y mientras el Obispo Auxiliar de México recorría las áreas de Terapia Intensiva y Columna, algunos de los jóvenes de la Pastoral Juvenil visitaban las salas de espera para ofrecer una palabra de aliento o un abrazo a los familiares de las personas internadas.
Tras administrar la Unción de Enfermos y agradecer a los agentes sanitarios por su servicio, el obispo Acero se dirigió al auditorio, donde le fue presentado el modelo de atención para la salud del Gobierno de México, centrado en las personas, familias y comunidades, con una fuerte participación comunitaria.
En su turno, el obispo Acero agradeció, en primer lugar, el puente que se está construyendo entre la Iglesia Católica y el Sector Salud, pero también hizo un llamado a todos los que colaboran en este ámbito a la “profesionalización de la humanidad” y a ser “custodios de la vida”.
El Obispo destacó los avances de la ciencia para la atención de enfermedades, pero pidió no olvidar que detrás de cada caso siempre hay una persona.
“En un hospital, eso de ‘a mí no me toca’, es imposible; lo mismo querer salir a las 3 de la tarde. Cuando uno es profesional de la humanidad no hay tiempo, no hay horas, hay personas, y tras la persona hay una historia, una familia. Lo primero es la humanidad. Cuenten con la Iglesia para ser profesionales de la humanidad”, dijo.
También hizo votos para que Iglesia y Gobierno puedan seguir trabajando en alcanzar acuerdos para trabajar por el bien común y crear fraternidad, que -dijo- son los dos pilares de una democracia. “Cuenten con nosotros para eso. No somos intermediarios, somos mediadores de paz”.
Y al referirse a la custodia de la vida, recordó que los doctores, al graduarse, hacen el juramento de Hipócrates, “un juramento sagrado en el que se compromete a cuidar la vida, y esto significa, desde su concepción hasta la muerte. Hay que cuidar a los doctores porque son los primeros custodios de la vida. No podemos dictar leyes fríamente desde una curul cuando ni siquiera se ha visitado un hospital en un rancho. Nadie es quien para decidir cuándo se acaba una vida”.
Advirtió que la humanidad está tocando terrenos que “dan terror”, pues mientras algunos se preocupan por los perros que vagan en los parques, dejan morir a los ancianos en sus casas. “A mí me gustan los animales, las mascotas, pero me pregunto, ¿qué estamos haciendo? Que cada uno se pregunte qué puede hacer para ser custodio de la vida”
Uno de los momentos más emotivos fue cuando, al término de la reunión en el auditorio, los jóvenes de la Pastoral Juvenil San Francisco Tecoxpa convocaron a los doctores y al cuerpo de enfermería para orar por ellos ante el Santísimo Sacramento y agradecerles su entrega con un abrazo.
Igual, o incluso más emotivo, fue el encuentro final que tuvieron los jóvenes misioneros con el Dr. Guillermo Redondo Aquino, el obispo Acero y el sacerdote Joel, donde los chicos tuvieron la oportunidad de formularles algunas preguntas.
El doctor Redondo, por ejemplo, contó que su vocación tuvo mucho que ver con sus dos abuelas a quienes prometió que, cuando fuera doctor, cuidaría de su salud; sin embargo, ambas murieron cuando estaba cursando la carrera de Medicina: “Entonces me prometí cuidar a todas las mujeres mayores como si fueran mis abuelitas”.
También reveló que, para un doctor, lo más duro es, después de operar a un niño o niña, tener que salir a decirle a sus padres que no pudieron salvarlo.
Y dijo que, por más que ha querido descansar tras haberse jubilado, siempre hay alguien que pronuncia la palabra “ayuda”, a la cual no se puede negar, pues fue una enseñanza de su padre, que solía decir: “Siempre que una persona pida ayuda, dásela”.
Por su parte, el obispo Francisco Javier Acero se dirigió a aquellos jóvenes misioneros a quienes algunos familiares de enfermos les rechazaron el abrazo en las salas de espera:
“Mucha gente, la primera reacción que tiene, debido a sus circunstancias, es el rechazo. Deben entenderlas, y saber que hay veces que no se necesita decir una sola palabra ni dar un abrazo, sólo estar ahí, hacerse presentes. Ustedes necesitan de Jesús, y Jesús necesita de ustedes. Para llegar a estas personas lo único que necesitamos es ser profetas de la esperanza, llevar alegría y paz, ahí donde nos encontremos”.
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