Homilía pronunciada por el Card. Rivera en la Catedral de México

5 de Noviembre del 2017, XXXI Domingo del Tiempo Ordinario.

 

Al escuchar las palabras pronunciadas por Jesús podemos afirmar que ninguno de nosotros puede escapar de su enseñanza. Él es el Maestro único y tiene que corregir las faltas de nosotros que somos sus discípulos. Jesucristo es la Verdad y tiene que enseñar y mostrarnos la verdad, nos indica por dónde caminar, nos conduce a la Vida en abundancia. Su doctrina se dirige a sabios y sencillos, a los jefes y al pueblo, a los sacerdotes y a los fieles. Hoy su enseñanza se dirige especialmente al intelectualismo de los doctores de la Ley Mosaica y a las altas instancias de Israel. Los que hemos sido elegidos para hacer cabeza en el Pueblo Santo de Dios haríamos muy mal si no escuchamos estas palabras de Cristo como dichas también a nosotros.

 

Como una preparación a las fuertes palabras de Jesucristo encontramos en la primera lectura al profeta Malaquías quien se dirige a los sacerdotes de su tiempo y declara con fuerza: Se han desprestigiado ante el pueblo porque anteponen otras cosas a la Gloria de Dios”. Ante estas palabras del profeta Malaquías no nos queda mas remedio que bajar nuestra cabeza y meditar, ya que nos encontramos sumergidos en un período de tibieza y pobreza espiritual que nunca nadie hubiera imaginado. Somos pobres en fe, en vida espiritual, en vida de oración y en estima ante el mundo. Según el profeta, el desprestigio proviene de una triple causa: Primero, ser oportunistas y no tomar en serio la Gloria de Dios; Segundo, apartarse del camino de Dios para seguir el propio camino; y Tercero, guiarse por la acepción de personas, sin ver a quién maltratamos. Cuánta verdad encierran estas palabras proféticas que describen nuestro comportamiento hacia Dios, hacia el prójimo y hacia el mundo que nos rodea.

 

“En la cátedra de Moisés se sentaron escribas y fariseos…” previene Jesús. Conoce muy bien el abismo existente entre la enseñanza y el testimonio de vida. Con cierta frecuencia en la cátedra se sientan los que enseñan aunque no cumplan lo que enseñan a los demás, los demagogos, los maestros que venden falsas promesas, los gurús e iluminados que enajenan la mente de sus seguidores, los líderes religiosos incoherentes y los líderes populares que caen en lo mismo que están denunciando. Jesús no critica, ni tiene nada contra las cátedras, ni contra los maestros, ni contra los líderes, la crítica dura recae sobre la incoherencia de aquellos que actuamos como un antitestimonio de aquello que decimos creer.

 

Si somos sinceros este Evangelio tiene mucho que decirnos a todos, porque todos corremos el riesgo de caer en la inercia de la incoherencia, la inercia del inhumanismo y la inercia de la falsedad. La inercia de la incoherencia que es el abismo entre teoría y práctica, entre los principios en desacuerdo con los hechos. La inercia del inhumanismo, que es querer imponer leyes, obligaciones, reglamentos, normas de vida que son cargas, sin preocuparnos si son soportables o no, o cargas para los otros mientras nosotros nos sentimos exentos. La inercia de la falsedad, que es cubrir con apariencias exteriores el vacío de contenido interior y aquí lo de los amplios ropajes, ver la paja en el ojo ajeno y no ver la viga en el propio, la inautenticidad e hipocresía.

 

Vivimos tiempos difíciles y vemos con tristeza cuán verdaderas son las palabras de Cristo en nuestra situación actual. Pero Jesús todavía va más lejos y profundo de lo que el pueblo esperaría. Para que nadie se escude o justifique su mal proceder por el mal proceder de otros Jesús sentencia fuertemente: “Hagan lo que les digan pero no imiten sus obras”. El presunto o real mal ejemplo de los demás, aunque sean los líderes de la comunidad, no excusa del cumplimiento de los propios deberes.

 

Después de habernos detenido a mirarnos saludablemente en el espejo de los escribas y fariseos, a quienes fustiga Jesús en el Evangelio de hoy, también es saludable detenernos a considerar el programa presentado por Cristo a los suyos, como réplica a un modo de entender negativamente la religión.

 

Como base de la auténtica fe, Jesús nos revela que Dios es Padre: ” A ningún hombre sobre la tierra lo llamen padre, porque el Padre de ustedes es sólo el Padre celestial”. Con su estilo hebreo de fuertes contrastes, Jesús nos asegura que nadie como Dios merece el título de Padre. Cualquier paternidad, física o espiritual, palidece comparada con la de Dios. Es más, “toda familia toma su origen en Dios”. En la actual crisis de paternidad y de familia que estamos atravesando, Jesús nos recomienda volver los ojos a Dios Padre, “que hace salir su sol sobre buenos y malos, y llover sobre justos e injustos”, para aprender a cumplir dignamente las relaciones paternales y familiares.

 

Cuando uno piensa en la enorme cantidad de indiferentes, alejados del influjo del evangelio, siente una gran responsabilidad, porque con o sin culpa, no reconocen al verdadero Dios, porque quizá sólo les hemos presentado caricaturas de Dios, repelentes y falsas. Es casi seguro que si tuvieran de Dios el retrato del único que merece con justicia el nombre de Padre, tal y como Jesús nos lo dejó, serían fieles creyentes conscientes y no huérfanos ignorantes de Dios. Sólo por esta maravillosa revelación ya merecería Jesús el título de Maestro con que hoy nos invita a llamarle. Esta es la gran aportación de Cristo a la historia de las religiones. “Hay alguna nueva mejor que la de saber que Dios es nuestro Padre?

 

Finalmente, Jesús, nos traza en dos pinceladas lo que debemos ser los creyentes: “Todos ustedes son hermanos”. Consecuencia lógica y cordial de la paternidad de Dios es la fraternidad entre todos aquellos que se sienten hijos del mismo Padre. Y pensar que todavía hay muchos que propugnan por una hermandad sin un padre común. Cuando uno cae en la cuenta de que tiene a Dios por Padre, deja la religión del miedo para vivir gozosamente la libertad del “Ama, y haz lo que quieras”, porque sabe que nada hay más exigente que el amor verdadero. Del amor fraternal fluye espontáneamente la idea del servicio a los hermanos. Por eso Jesús concluye en el evangelio de hoy: “No se dejen llamar jefes, porque el jefe de ustedes es solamente Cristo. Que el mayor de entre ustedes sea su servidor”. Si Jesús, el único jefe y Señor, afirma que no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar la vida, sus discípulos debemos servirnos unos a otros, como hermanos.

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