Homilía pronunciada por el Card. Carlos Aguiar Retes en la INBG

Homilía del Domingo IV de Cuaresma

11 de marzo de 2018.

“Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salvara por Él” (Jn 3,16).

Con estas palabras queda muy clara la misión de Jesús en el mundo. Para entender a Jesús es de suma importancia recordar que Él es Dios: el Hijo de Dios.

Nosotros somos creados a imagen y semejanza de Dios, y este Hijo de Dios, enviado por su Padre es, a la vez, hombre como nosotros, ser humano; se encarna, toma nuestro cuerpo y se hace uno de nosotros para mostrarnos el camino. Para nosotros, en nuestro proyecto como seres humanos creados a imagen y semejanza de Dios, Jesucristo se vuelve nuestra brújula, nuestra luz.

A veces pensamos que Jesucristo se presenta, se hace carne, solamente como varón, porque se hizo hombre, se encarnó como hombre, pero siendo Dios, tiene todas las características que Dios plasmó tanto en el varón como en la mujer. Somos distintos: el sexo nos hace distintos, pero sólo cuando nos unimos, cuando hay complementariedad entre el hombre y la mujer, logramos ser imagen de Dios.

Por eso es que vemos en Jesucristo una actitud extraordinaria hacia la mujer. El entiende el dolor de la mujer, el de la prostituta María Magdalena, el de sus amigas Martha y María, y especialmente el de su Madre. Entiende el dolor de la esposa de Pedro, cuando enferma su madre, y por ello, la atiende de inmediato. Y así podríamos ir describiendo escenas del Evangelio donde se muestra esta actitud constante de misericordia. Jesús es un modelo de cómo ejercer la compasión, para no quedarnos solamente en esa emotividad que nos causa el dolor ajeno, sino para acercarnos y resolverlo.

Para que esto suceda entre nosotros, es indispensable la complementariedad, la ayuda recíproca entre el varón y la mujer. Es así como salvaremos el mundo, y es así como podremos librarnos de situaciones lamentables que acontecen en la historia de la humanidad, como lo que le pasó al Pueblo de Israel, según lo dice la Primera Lectura de este domingo.

Cuando la conducta social se desvía, las consecuencias no son solamente para la generación que toma las decisiones equivocadas, pues tienen una transmisión que se cura –en el caso de la Primera Lectura– setenta años después, prácticamente pasadas todas las generaciones, que fueron la causa de esa lamentable situación de esclavitud, de muerte y de desesperanza que vivió el Pueblo de Israel cuando estaba en el exilio en Babilonia.

De ahí la indispensable necesidad de recuperar la misión que tiene el proyecto de Dios de generar estos modelos de complementariedad entre el varón y mujer. Porque sólo el varón es auténticamente imagen de Dios cuando se complementa con la mujer. Y sólo la mujer es auténticamente imagen de Dios cuando se complementa con el varón.

Es en esa relación que el varón y la mujer se hacen fuertes, y pueden transmitir la misericordia de Dios. Por eso, el proyecto que Dios más ama de los seres que ha creado es el Matrimonio. Por eso es tan importante esta célula que se forma del Matrimonio: la familia, y que está en el corazón de nuestro pueblo mexicano como el espacio más íntimo donde se dan las relaciones más fuertes y solidarias, y que luego se extienden a otros grupos cuando se viven intensamente en la cuna del amor, que es la familia. Para aprender a amar se necesita ese rostro materno, como lo tuvo Jesús. Cuando nació, el primer rostro que vio fue el de su Madre, el rostro de la mujer.

Necesitamos entender la profundidad y el sentido que tiene el matrimonio. Ustedes saben cómo hoy en día a los jóvenes, por diversas circunstancias, les cuesta trabajo llegar al compromiso de contraer matrimonio. Prefieren disfrutar solamente el sentido de la sexualidad fuera del matrimonio, y no se comprometen a lo más hermoso, que es la intimidad y la sexualidad al servicio de la fecundidad. Ahí crecen, ahí se fortalecen, ahí se hacen auténticamente presencia de Dios para los demás.

Me alegra mucho que esté aquí con nosotros la Comisión de Vida y Familia de nuestra Arquidiócesis de México, que está impulsando este mes de marzo el Mes de la Familia. Gracias por su trabajo, que hoy ponemos en manos de María, para que, como dice el Evangelio de este domingo, “la causa de la condenación es ésta: habiendo venido la Luz al mundo, habiendo venido Jesús para mostrarnos el camino, los hombre prefirieron las tinieblas a la Luz, porque sus obras eran malas” (Jn 3,19). La labor de una campaña en favor de la familia es para que se realice lo que a continuación dice el evangelista: “En cambio, el que obra el bien, conforme a la verdad, se acerca a la Luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios” (Jn 3,21).

Y según Dios, son obras que nos perfeccionan para tener esa experiencia de una paz interior y de una gran alegría cuando servimos a nuestro prójimo en sus necesidades. Empezando con los más cercanos; a veces es el esposo a la esposa, o viceversa; o el padre a los hijos, o viceversa, aprendiendo a amar, a descubrir que en esa actitud de servicio constante crece nuestro espíritu y se le da sentido a nuestra vida.

En este domingo, pidámosle al Señor por las familias para que superen aquellas situaciones donde los esposos ya no se quieren hablar, o donde hay violencia intrafamiliar que rompe el proyecto de Dios. Por aquellos que buscan, quizá, una nueva experiencia antes de profundizar en la experiencia propia del Matrimonio primero, de desarrollar la imagen a semejanza de Dios, a través del perdón y la reconciliación.

Pidámosle al Señor por todos aquellos que no han descubierto la importancia de la complementariedad de los sexos entre el varón y la mujer.

Pidámosle a María de Guadalupe que Ella, como Madre tierna y amorosa, nos enseñe a practicar el amor en nuestra familia, y desde nuestra familia a todos los hermanos que encontramos en el camino de la vida.

Que así sea.

+Carlos Cardenal Aguiar Retes

Arzobispo Primado de México.

Sistema Informativo de la Arquidiócesis de México

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