Homilía pronunciada por el Card. Carlos Aguiar Retes en el Colegio Cristóbal Colón

Entonces les abrió el entendimiento para que comprendieran las escrituras (Lc 24,45).

 

¿Cómo les abrió el entendimiento? No creo que les haya hecho una operación en la cabeza. Les abrió el entendimiento con su presencia, según afirma el Evangelio. La evidencia de que no era un fantasma, sino que era Él en persona, en carne y hueso, el mismo que había muerto en la cruz –“Soy yo”. Y comió con ellos (Lc 24,39). Esta experiencia dio a los apóstoles la fuerza para ser sus testigos.

Jesús les dijo: “En mi nombre hay que predicar a todas las naciones, comenzando por Jerusalén, la necesidad de volverse a Dios para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de esto” (Lc 24,48-49).

¿Y cómo se da esa experiencia de constatar que Jesús está vivo? Según el texto del Evangelio, los discípulos que habían desertado, e iban camino a Emaús, se encontraron con Jesús, y ellos lo reconocieron. Y aunque habían desertado y ya no pensaban jamás volver con el grupo de los apóstoles, regresaron, volvieron a la comunidad. Y en la comunidad, narra el texto del Evangelio, cuando los dos discípulos regresaron de Emaús, y llegaron al sitio donde estaban reunidos los apóstoles, contaron lo que les había pasado por el camino, y cómo habían reconocido a Jesús al partir el pan.

“Contaron lo que les había sucedido” (Lc 24,36). Eso es lo que permite que Jesús se haga presente, que Jesús se haga evidente en nuestras vidas, y dar testimonio de Él, es lo que transmite a los otros, que no lo conocen todavía, que Jesús está vivo. Que Jesús está vivo para dar vida, no para dar muerte. Además, dice el texto que precisamente hablaban de esas cosas cuando Jesús se presentó en medio de ellos, y les dijo: “La paz esté con ustedes” (Lc 24,36).

Cuando nosotros tenemos una experiencia humana, a veces adversa, difícil, conflictiva, pero hacemos presente los criterios de la Palabra de Dios, y los aplicamos, y se resuelve la situación de una manera favorable, decimos: “Gracias, Dios mío, porque me ayudaste”. Eso es experiencia personal, de la que el otro no se da cuenta, y por eso hay que compartirla. Cuando uno comparte las experiencias vividas, entonces se hace más fuerte esa sensación de que Jesús camina con nosotros, de que su Espíritu, el Espíritu Santo, está con nosotros, nos conduce, nos fortalece, nos consuela.

Incluso, cuando las cosas no salen bien, no es porque no haya estado el Espíritu, sino porque las libertades de los hombres que intervinieron en esa situación conflictiva, no abrieron su corazón. Pero aun así, no teniendo éxito humano en la solución de un problema, si nosotros confiamos en el Señor, al tiempo no solamente encontramos consuelo, sino que de eso que salió mal vendrán bienes. De eso que pensábamos que tendría que haberse resuelto de otra manera, si nosotros seguimos confiando en el Señor, y le decimos en nuestra oración: “Ayúdame a afrontar esta situación tan difícil”, al tiempo vemos que de ahí surgen bienes, con lo cual aprendemos poco a poco que en la pedagogía divina, no es que sea instantánea y automática la intervención victoriosa de Cristo, sino que siempre pasa por la cruz, siempre pasa por dolor, sufrimiento, drama, tragedia, pero jamás nos deja abandonados, está siempre con nosotros.

Y por eso es interesante este proceso misionero que estamos realizando en Tlalnepantla, porque las pequeñas comunidades se forman para la lectio divina, para escuchar al Señor, que se hace presente a través de su Palabra, para que, a la luz de esa Palabra de Dios, compartamos lo que vamos viviendo semana tras semana, para aprender a descubrir las presencias de Cristo entre nosotros. Compartiéndolas, damos testimonio de que Jesús está vivo. No es simplemente un slogan, un lema, el decir: “¡Cristo vive!”; es una experiencia que se va haciendo realidad, la cual ya nadie nos podrá arrancar; esa convicción se va fortaleciendo de tal manera que al paso de los años se agiganta, madura, y nos hacemos también maestros para los otros, especialmente para las nuevas generaciones.

Aquí es donde podemos entender la insistencia del Papa Francisco en decirnos que actualmente no debemos transmitir la religión católica, la enseñanza del Evangelio, el ser cristiano, a partir de la imposición de tradiciones o de normas, como ir a Misa el domingo, confesarse en Cuaresma, hacer ayuno y abstinencia. Eso tiene que venir posteriormente. Quizá a nuestros abuelos, en el mundo que les tocó, era necesario mantener las tradiciones, y resultaba suficiente, por eso los mayores hoy somos católicos. Pero a las nuevas generaciones lo que menos les gusta es la imposición, el autoritarismo; y en lugar de ayudar a que conozcan a Cristo, los hacemos que se alejen, que tomen distancia y que digan: “Ahí mis viejitos que sigan con sus cositas”. Entonces, lo que tenemos que hacer para transmitir la fe, es transmitir nuestra propia experiencia de vida.

Por eso es también importante el diálogo en el seno de las familias, el compartir la experiencia de fe entre nosotros. Eso sí convence, y si después nuestra vida va adecuándose a lo que dice la Palabra de Dios, ya la hicimos. Ese es el testimonio más fuerte. Y eso es lo que dice san Juan en la segunda lectura, cuando expresa al final:

En esto tenemos una prueba de que conocemos a Dios, en que cumplimos sus mandamientos (Jn 2,3)

El cumplir los mandamientos será la última fase de nuestro proceso de conversión, no la primera. En esto manifestamos que conocemos a Dios. Y termina diciendo:

En aquél que cumple su Palabra, ha llegado el amor de Dios a su plenitud (Jn 2,5)

Si ustedes ya se conducen conforme a los mandamientos de Dios y experimentan que conocen a Jesús, es que la plenitud del amor de Dios está llegando a su corazón. Este es el camino cristiano. Así tendremos las características divinas, y la capacidad de manifestarlas en nuestra propia vida: bondad, generosidad, misericordia, comprensión, capacidad de escucha, diálogo y, sobre todo, el amor que no está sustentado en la correspondencia, sino que es gratuito. Independientemente si me vas a corresponder en el amor que te tengo, yo te quiero, este es el amor de Dios.

Hace unos días el Papa dijo: “Todos los seres humanos están llamados a ser hijos de Dios, porque Dios a todos nos quiere. Que nosotros le correspondamos o no, ya es otra cosa. Pero eso no quita el amor que Él tiene a cada uno de nosotros; está esperando nuestra respuesta.

Hermanos, necesitamos estos dos elementos: cuidar la comunidad para compartir la vida de fe, y tener claridad de que la transmisión de la fe, hoy en día, la tenemos que hacer con nuestro testimonio de vida, personal y comunitario. Hoy, la iglesia mientras más crezca en su experiencia de comunidad, mayor va a ser su eficacia en el campo de la evangelización y de servicio a la sociedad para transformarla.

¡Pidámosle al Señor Jesús, que así sea!

+Carlos Cardenal Aguiar Retes

Arzobispo Primado de México

Sistema Informativo de la Arquidiócesis de México

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