“Ustedes estarán tristes, pero su tristeza se transformará en alegría” (Jn. 16,20).
Con estas palabras, Jesús alecciona a sus discípulos para lo que se avecina: lo verán morir en cruz, lo verán morir injustamente. El drama de la injusticia se acrecentará al ver que no solamente lo condenan a muerte, sino que lo torturan, se burlan de Él y lo ajustician de manera pública, con una condena en la que quien es crucificado es considerado un maldito.
Jesús les dice por eso: “Ustedes estarán tristes, pero su tristeza se transformará en alegría” (Jn. 16,20). También les dice que les pasará como a una madre que siente dolor y angustia cuando va a dar a luz, pero una vez que ha dado a luz, ya no se acuerda de su dolor ni de su angustia, por la alegría de haber traído un hombre al mundo (Jn. 16,21). “Así también ustedes: estarán tristes, pero yo los volveré a ver, se alegrará su corazón, y nadie podrá quitarles su alegría. Aquel día no me preguntarán nada” (Jn. 16,21-23).
Jesús se refiere a que esa muerte injusta que recibirá es una manera de predicar el amor de Dios. Al dar su vida, le manifiesta al mundo que quien camina siguiéndolo a Él, tendrá vida, vida en abundancia y vida eterna. Y que por eso vendrá una alegría que nadie le podrá robar.
Al inicio del mismo texto, Jesús dice también: “Les aseguro que ustedes llorarán y se entristecerán mientras el mundo se alegra” (Jn. 16,20). Con estas palabras, el Evangelista quiere infundir ese mismo ánimo que veíamos en la Primera Lectura (Hch.18, 9-18), cuando Dios le dice a Pablo: “No tengas miedo, predica, evangeliza, anuncia, afronta la adversidad, e incluso los peligros de muerte, pero sigue evangelizando” (Hch.18, 9).
Por eso, es interesante que distingamos los tipos de adversidad que nos causan tristeza para saber qué actitud tomar. Entre ellas, está la adversidad que causa el anuncio del Reino, la predicación de Jesucristo salvador y redentor. Es en esta adversidad –que hay que afrontar con valentía y confianza en Dios– donde crecerá nuestra fortaleza, una paz interior y una decisión firme para continuar nuestra misión, como le ocurrió a Pablo.
Pero esta adversidad hay que distinguirla de otras: la adversidad que causan los demás cuando no cumplen corresponsablemente con su misión; cuando no respetan la dignidad humana, o cuando se van en contra del ser humano por cualquier motivo. Cuando sufrimos esa adversidad, necesitamos levantar la mirada a Cristo crucificado y descubrir en Él el amor de Dios, que no nos ha abandonado, que está con nosotros.
Otro tipo de adversidad es la que provoco yo mismo, por mis desviaciones, por mis pecados y por mi fragilidad. Cuando soy yo el sujeto por el cual me viene el mal que debo de afrontar, también debo contemplar a Jesús crucificado.
Pero cuando la adversidad viene a causa de la predicación del Reino, entonces –en la confianza de Dios– experimentaremos la fortaleza del Espíritu Santo. Esa es la fortaleza de los apóstoles; esa es la fortaleza de la comunidad cristiana; esa es la fortaleza de la comunidad de los discípulos de Cristo.
En todos los casos; es decir, si la adversidad fue provocada por mí, si la adversidad fue generada por el otro o por los otros, o incluso, si la adversidad fue generada por la predicación del Reino, mirando a Cristo y experimentando el Espíritu, nuestra tristeza se convertirá en alegría. Jesús afirma que se alegrará nuestro corazón y nadie podrá quitarnos esa alegría.
Cuando esta experiencia se va realizando a lo largo de los años (Esta es la madurez humana espiritual, a la que los adultos mayores estamos llamados); cuando en nuestra experiencia hemos visto que este anuncio es verdad, y ha sido verdad en mi persona o en mi comunidad, constatamos que Cristo está vivo, que Cristo camina con nosotros. Y cuando hacemos de estas experiencias un proceso constante de nuestra vida, entonces –como dice Jesús– ese día ya no le preguntaremos nada, simplemente estaremos en perenne alegría, gozosos de ser sus discípulos y de ser hijos de Dios.
Éste es el camino que propone Jesús, éste es el camino que debemos vivir como Iglesia, y es el camino que debemos anunciar al mundo de hoy, aunque muchas veces y de manera constante, ni lo entiendan, ni lo abracen, ni lo comprendan, pues los tiempos de Dios los desconocemos, pero tenemos la certeza de que Dios, a través de nosotros, se manifiesta.
Que el Señor nos ayude a ser discípulos como Pablo: firmes y constantes en cualquier adversidad que nos toque vivir a lo largo de nuestra vida. ¡Que así sea!
+Carlos Cardenal Aguiar Retes
Arzobispo Primado de México
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