Homilía en la Solemnidad de Corpus Christi

“Cristo es el mediador de una Alianza Nueva” (Heb. 9,15).

Así lo afirma este texto de la Carta a los Hebreos, que ha sido proclamado como Segunda Lectura: “Cristo es el mediador de una Alianza Nueva” (Heb. 9,15).

En el inicio de su Evangelio, San Juan explica en qué consiste esta novedad de la Alianza, porque Dios ya había hecho alianza con Abraham y con Moisés como mediadores para su pueblo elegido, Israel. ¿Dónde está la novedad de esta Nueva Alianza?

Pasados los primeros años del cristianismo, hacia finales del siglo I, San Juan explica que la novedad de la Alianza consiste en un nuevo nacimiento; es decir, que no solamente nacemos al recibir la vida en este cuerpo, sino que este cuerpo está hecho para recibir la vida del Espíritu, para desarrollar una relación con Dios.

El Génesis ya lo había indicado: “Somos creaturas a imagen y semejanza de Dios” (Gn. 1,26), para estar en esa relación con Él; por eso nos hizo a su semejanza. La especie humana es la única que tiene esta dignidad. Las demás creaturas: animales, vegetales, la Creación entera, son para servirnos, para nuestra vida. Nosotros estamos creados para la relación con Dios, para descubrirlo como Padre.

La Nueva Alianza nos ofrece este nuevo nacimiento en el Bautismo. Por eso es tan importante esta puerta que se abre para entrar en esta nueva vida, la vida del Espíritu.

El segundo elemento que ofrece San Juan para entender la novedad de la Nueva Alianza, es que los templos ya no son el único espacio para el encuentro con Dios; nos sirven, los necesitamos, pero los templos, por más bellos que sean, no se comparan en dignidad con nuestro interior.

La novedad es que ahora el templo –dice Jesús– del cual Él es cabeza, lo formamos todos los bautizados: el cuerpo de la Iglesia. Éste es el segundo aspecto de la novedad de esta Alianza. Somos lo más importante de la Creación, y lo material tiene que estar –como todo el resto de la Creación– al servicio de esta relación espiritual con Dios.

Y el tercer aspecto que señala San Juan sobre la novedad de esta Alianza que ha traído Jesucristo, es para aprender a caminar bajo la guía del Espíritu, movidos por el deseo de la verdad. Por eso el culto nuevo es un culto en Espíritu y en verdad. Y ese es el aprendizaje que debemos hacer a lo largo de nuestra vida; es decir, aprender a conducirnos bajo la guía y el acompañamiento del Espíritu Santo.

Esta Nueva Alianza tiene un único mediador, que ya no es un mediador entre dos partes, sino que Él es la expresión de la unidad de esas dos partes; Él es Dios, el Hijo de Dios, y Él es hombre, el hijo de María. Jesús es Dios y es hombre para que tengamos así la primicia a la que estamos llamados también nosotros: que nuestro cuerpo, que nuestra persona, se una a Dios. Por eso Jesús es el Camino, la Verdad y la Vida. Mediador que expresa en su propia persona el objetivo de la mediación.

Hoy, en esta Fiesta del Corpus Christi –del Cuerpo de Cristo– el Evangelio proclamado pone en el centro la Eucaristía para facilitarnos este aprendizaje de vivir en el Espíritu. Jesús previó que la Celebración Pascual, que ayudaba a la mediación entre el pueblo de Israel y Dios, ahora se concreta a través de esta Celebración Eucarística: el pan se hará mi presencia, “esto es mi Cuerpo que se entrega por ustedes” (Mc. 14,22); el vino se hará la presencia de Jesús, “esta es mi Sangre derramada por ustedes” (Mc. 14,22).

“Pan y vino es lo que vemos”, escuchábamos en esta bellísima secuencia del Corpus cantada en latín, que también afirmaba que estas apariencias son para que, en la sutileza de la presencia de Cristo en ellas, las reconozcamos como la presencia misma de Jesús, que se convierte en alimento nuestro.

La Eucaristía –esta celebración que realizamos– tiene dos dimensiones fundamentales para que vayamos haciendo este camino, para que también en cada uno de nosotros se realice lo expresado en Jesús: la comunión con Dios.

La dimensión de la primera parte que en este momento ya hemos celebrado: la Liturgia de la Palabra, es una herencia de la Primera Alianza –según lo expresa la Primera Lectura (Ex. 24,3-8)– y lo vemos cuando Moisés les leyó el Libro de los Mandamientos, la alianza con su pueblo. En el texto que escuchábamos, el Pueblo dice dos veces: “Haremos todo lo nos dice el Señor; asumimos en obediencia lo que nos dice Dios” (Ex. 24,7).

Esta Liturgia de la Palabra está siempre presente como la primera parte de la Eucaristía para el aprendizaje del camino en el Espíritu, porque sólo escuchando la Palabra de Dios –y con ella iluminando nuestro interior, nuestras inquietudes, las situaciones que vivimos, tanto personales como sociales–, podremos discernir qué es lo que Dios espera que hagamos. Sólo guiados por la Palabra de Dios encontraremos lo que Dios quiere de nosotros.

Por eso la Eucaristía tiene esta primera dimensión: la escucha de la Palabra. Es una escucha personal, individual, que después hay que compartirla en familia, en pequeños grupos, en círculos de amistad, en grupos apostólicos; compartirla para seguir clarificando qué es lo que quiere Dios, no solamente de mí, sino de nosotros, que somos su cuerpo, su Iglesia.

Y la segunda dimensión que tiene la Eucaristía es la comunitaria, que expresa nuestro ser de Iglesia, nuestro ser del cuerpo de Jesús. Esta segunda dimensión explica por qué la celebración de la Eucaristía siempre nos convoca; no es para ser celebrada aparte, uno solo, sino para ser celebrada en comunidad, para participar la presencia de Cristo como el gran don que ha dejado a su Iglesia. Presencia sutil que sólo por la fe se descubre, pero que luego se comprueba cuando, siguiendo la Palabra de Dios, hacemos su voluntad; es entonces cuando experimentamos en nuestro interior la alegría, la paz y la esperanza ante tantas situaciones que nos angustian, nos desconsuelan o nos llenan de ansiedad, o incluso, de situaciones trágicas que no sabemos cómo reaccionar ante ellas.

El hombre que camina en el Espíritu, la Iglesia que camina bajo la guía del Señor, siempre tendrá la paz para afrontar cualquier adversidad. Y esto lo hacemos descubriendo con los ojos de la fe esa sutil presencia de Jesucristo en el Pan y Vino, que han sido transformados por las propias palabras de Jesús, dichas por el sacerdote. Por eso lo adoramos, no sólo lo veneramos, lo adoramos; por eso nos arrodillamos ante Él; por eso dialogamos con Él; por eso le expresamos lo que llevamos en el corazón. Porque Cristo camina con nosotros, especialmente en el misterio de su presencia eucarística.

De ahí que hoy, en este día, la Eucaristía se prolongará con la procesión de Jesús-Eucaristía, donde cada uno de nosotros le podemos decir lo que sentimos y lo que nos preocupa, y también lo que anhelamos. ¡Que así sea!

+Carlos Cardenal Aguiar Retes

Arzobispo Primado de México

Sistema Informativo de la Arquidiócesis de México

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