“¿Entiendes lo que estás leyendo?” (Hech. 8,30)
Este pasaje, tomado de la Primera Lectura, de los Hechos de los Apóstoles, es un pasaje paralelo al relato de los discípulos de Emaús.
Jesús salió al encuentro de los dos que caminaban con la decisión tomada de dejar la comunidad. No entendían lo que había pasado. Caminando con ellos, Jesús les hace arder de nuevo el corazón. Y sentados a la mesa, con la explicitación de los signos de la Eucaristía, descubren que es Jesús, quien los ha acompañado en el camino.
Hoy Felipe uno de los apóstoles –que de la misma manera en que lo hizo Jesús– también cumple su misión: se acerca a un caminante, a un peregrino –extranjero, por cierto– a quien encuentra leyendo al Profeta Isaías, en uno de los textos más difíciles de interpretación para la comunidad judía. De eso da cuenta el mismo funcionario de Candaces, al decirle: “¿Cómo voy a entenderlo, si nadie me lo explica?” (Hech. 8,31).
El texto sobre el Siervo de Yahvé, que es el que transmite hoy la Lectura, solamente se puede explicar a la luz de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo. Y eso es lo que hace Felipe. Dime –le pregunta el funcionario etíope–, “¿De quién dice esto el Profeta, de sí mismo o de otro?” (Hech. 8,31). Felipe comenzó a hablarle, y partiendo de aquel pasaje, le anunció el Evangelio de Jesús.
Sólo a la luz de Jesús era entendible que el sufrimiento, el dolor y la muerte tienen sentido, y que el Siervo de Yahvé lo había vivido, y por eso Jesús era el Mesías, el enviado de Dios, el ungido de Dios, el Hijo de Dios.
La reacción de este funcionario no se dejó esperar, y cuando ve que hay agua en el camino, le pregunta: “¿Hay alguna dificultad para que me bautices?” (Hech. 8,36). Felipe le contestó: “Ninguna, si crees de todo corazón” (Hech. 8,37).
Entender las Escrituras es el camino, no solamente para encontrarnos con Jesús, sino también para seguir sus pasos. Entender las Escrituras es fundamental para aceptar, recibir, y valorar los Sacramentos. Este pasaje hace referencia al Bautismo, y en el Evangelio de hoy Jesús se refiere a la Eucaristía, nos recuerda que Él es el pan de la vida, el alimento indispensable, pero para entender los sacramentos necesitamos la Palabra de Dios. ¿Y quién va a hacer entender a nuestro pueblo la Palabra de Dios?
Si nosotros reducimos nuestro ministerio a ser administradores de los Sacramentos, no cumpliremos cabalmente nuestra misión. Ofreceremos lo que Jesús nos advirtió que no hiciéramos: “arrojar perlas a los cerdos” (Mt. 7,6).
Es indispensable, y más ahora que la cultura de cristiandad se ha fracturado, que quien se acerca para seguir a Jesús conozca las Escrituras. Y así lo dice Jesús en el Evangelio de hoy: “Todos están llamados a ser discípulos de Dios” (Jn. 6, 45). El discipulado es indispensable.
Solamente se puede ser misionero si se es discípulo, y solamente se puede ser discípulo de Cristo en comunidad. No hay discípulos aislados.
Todo lo que me tocó vivir en la V Conferencia General del CELAM, en mayo de 2007, es lo que el Papa Francisco está impulsando para que nuestra Iglesia tenga vida, para que revitalicemos la conciencia de nuestra cristiandad, para que pasemos de ser simples feligreses adeptos a la doctrina –por herencia o por atracción en la familia o en la sociedad– a ser una verdadera comunidad de discípulos de Cristo.
Hoy afirma Jesús que una persona no puede ser discípulo de su comunidad, si no lo atrae el Padre que lo ha enviado (Jn. 6,44) . Esa atracción del Padre se ejerce en el interior de la persona, movida por el conocimiento de Jesucristo.
Por eso la exigencia del Papa Francisco de que nuestras homilías no sean moralistas. La moral vendrá como consecuencia del conocimiento de Jesús. Que nuestras homilías sean para entender lo que estamos escuchando de la Palabra de Dios. Que la homilía provoque ese movimiento interior que se suscita cuando nos presentan al Señor Jesús, nuestro Maestro.
Los presbíteros a eso estamos llamados, y me alegra mucho, y los felicito, en esta IV Vicaría por este plan que los está llevando a tomar conciencia de cómo ejercer su ministerio. Eso es indispensable.
Pongamos en las manos del Señor, en este altar, nuestra intención no solamente de ser nosotros buenos discípulos, sino de conducir nuestras comunidades parroquiales como comunidades discipulares.
Que el Señor nos ayude, nos dé su gracia, y recibamos de Él su misericordia para transmitirla a los demás. Que así sea.
+Carlos Cardenal Aguiar Retes
Arzobispo Primado de México
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