El domingo pasado escuchábamos el envío que hace Jesús a sus discípulos para que fueran a anunciar la Buena Nueva, de que el Reino de Dios ha comenzado, de que ya está en medio de nosotros. Ahora, en el Evangelio de este domingo, continuando el relato, los apóstoles regresaron, se encontraron con Jesús, y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado (Mc. 6:30).
En estas breves líneas el Evangelio traza la naturaleza de la misión de la Iglesia, el anuncio del Reino de Dios, que debemos hacer todos los discípulos de Cristo, y muestra tres pasos muy concretos: el primero – en el evangelio del domingo pasado-: ir a anunciarlo, a proclamarlo, visitando a todos los que están alejados, para que conozcan el proyecto, que Dios tiene para nosotros; ir a tocar puertas, ser una Iglesia en salida, ser una Iglesia misionera. Pero ese es sólo el primer paso.
Una vez que hemos hecho esa misión de ir a buscar, a quienes no han conocido o valorado el Reino de Dios, ni colaborado con su extensión, viene el segundo paso: encontrarnos con Jesús a través de la Palabra escrita en los Evangelios; encontrarnos con Él para contarle, para poner en común lo que hemos experimentado en nuestro interior. Una cosa es anunciarlo a otros, y otra es valorar la percepción interna de lo que hemos vivido al haber hecho esta transmisión del mensaje de Dios a los demás. Este segundo paso es muy importante hacerlo en comunidad, como vemos que lo hacen los discípulos con Jesús.
Después vendrá el tercer paso, que es cuando Jesús les dice: “Vengan conmigo a un lugar solitario para que descansen un poco” (Mc. 6:31). Este tercer paso es una introspección personal. Una vez que hemos compartido lo que llevamos dentro con los demás discípulos de Cristo, viene este tercer paso, que es interiorizar individualmente el proceso de misión.
Por eso es tan importante para la Iglesia que promovamos no solamente el ir a visitar casas, hospitales, escuelas, centros laborales, etcétera, sino formar pequeñas comunidades donde se pueda dar el segundo paso, el de compartir, a la luz de la Palabra de Dios, nuestra experiencia con los demás. Y el tercer paso es el silencio interior de cada uno de nosotros para descubrir la mano de Dios en nuestras personas.
Hermanos, este es el proceso misionero que debemos promover en todos los ambientes donde estamos los católicos. Hoy en la segunda lectura el Apóstol San Pablo afirma que Cristo ha venido para hacer la reconciliación, para vencer el odio que nos divide y nos confronta, y para que pueda, como consecuencia de ese perdón y reconciliación, venir la paz.
Por eso, San Pablo afirma: “Cristo es nuestra paz” (Ef. 2:13-14). Si realizamos ese proceso misionero, nuestra Iglesia se va a renovar, porque será una instancia que promueva la reconciliación y la paz, y la sociedad pueda vivir la justicia, como dice la primera lectura, donde el profeta Jeremías se queja cuando los pastores no han hecho su labor en favor de la sociedad. Esta es nuestra gran responsabilidad: debemos promover la evangelización entre todos los católicos.
Hoy precisamente vemos testimonios de pastores que están dispuestos a dar la vida por la reconciliación, la paz y la justicia. A través de los medios y de las redes, podemos ver cómo nuestros hermanos Obispos de Nicaragua están invitando a su pueblo a dialogar y a mantener los valores en su sociedad, en su pueblo.
Por eso, con todos los hermanos católicos de América Latina que hemos sido convocados por el Consejo Episcopal Latinoamericano, reitero el compromiso de redoblar nuestra oración y nuestra solidaridad cristiana con el pueblo de Nicaragua, para que el gobierno acceda a un diálogo efectivo en el que puedan encontrarse los caminos de la reconciliación y la paz.
Pidámosle al Señor en esta Eucaristía, pidámosle a María de Guadalupe, que nuestros pueblos de América Latina seamos constructores de la paz que ha traído su Hijo Jesucristo entre nosotros. ¡Que así sea!
+ Carlos Cardenal Aguiar Retes
Arzobispo Primado de México
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