“Cuando soy más débil, soy más fuerte” (2 Cor. 12:10).
Así expresa San Pablo su experiencia como discípulo de Jesús: en la fragilidad humana encontramos la ocasión para descubrir la acción del Espíritu en cada uno de nosotros. Nuestras limitaciones son propicias para descubrir la fuerza de Dios, que actúa en nosotros cuando nos conducimos, bajo la guía de su Espíritu, conforme al proyecto que Él tiene para cada uno de nosotros y como sociedad.
Nos cuesta mucho trabajo entender esta paradoja: ¿cómo siendo débil, se es fuerte?, ¿cómo, a partir de la fragilidad, nosotros encontraremos más fortaleza? Esta paradoja solamente la podemos entender si nos adentramos en el misterio de la Encarnación. Es decir, Dios se ha hecho hombre en la persona de Jesús para mostrarnos este camino, que Dios tiene diseñado para todos nosotros.
Si observamos, Jesús, en la página del Evangelio que hoy escuchamos, sorprende de tal manera a sus paisanos de Nazaret con su sabiduría, que ellos mismos se preguntan, de dónde le ha venido todo esto.
El Papa Francisco esta mañana en Roma comentó este pasaje del Evangelio, diciendo que nos escandaliza el misterio de la Encarnación. En efecto, preferimos esa concepción religiosa natural de pensar en Dios como en un ser distante y poderoso, con quien hay que congraciarnos, ofreciéndole cosas. Se nos hace difícil entender el gran amor que Dios tiene por todos y cada uno de nosotros.
Muchas veces, las palabras que escuchamos en la primera lectura del Profeta Ezequiel, también las vivimos nosotros, cuando Dios le dice: “Yo te envío a los israelitas –a su pueblo elegido, al que más quería–, te envío a un pueblo rebelde, de hijos testarudos y obstinados” (Ez. 2:5). Esa es la resistencia natural a creer en el proyecto de la Encarnación.
Dios se ha encarnado, se ha hecho hombre. Siendo Dios, el Poderoso, se hace frágil como nosotros para mostrarnos la manera en que el Espíritu lo conduce y lo hace superar los caminos de injusticia y de muerte, como vemos a Jesús en la cruz. como hombre, muere en la cruz producto de una injusticia: ser acusado de blasfemo, como alguien que estaba en contra de Dios. ¡La más dura condena!
Nosotros también nos rebelamos al proyecto de Dios, porque se nos hace imposible que esa fuerza de Dios actúe a través de nosotros; pero esa es la realidad, a eso estamos llamados, y ésa es nuestra esperanza.
El aprendizaje del discípulo de Cristo es un aprendizaje en comunidad. Esa es la razón del proyecto de Dios con la familia, la comunidad natural en la que hay que descubrir nuestras debilidades desde la cuna del amor, desde esa cuna del amor gratuito que los papás tienen a sus hijos, desde esa cuna del amor fraterno entre los hermanos. Así aprendemos a relacionarnos con los demás.
Por eso es tan importante acercarnos constantemente al Evangelio. Venir a Misa el Domingo es mucho más que una obligación; es una necesidad de escuchar la Palabra de Cristo. Lo necesitamos para poder ser discípulos. Solamente escuchando al Maestro aprenderemos el camino de la acción del Espíritu Santo en nosotros, y superaremos esas rebeldías que nos surgen, cuando queremos hacer lo que nos plazca, cuando queremos dar rienda suelta a nuestras tendencias y pasiones, cuando somos tentados por el libertinaje y renunciamos a pensar en Dios, porque creemos que Él simplemente nos pone prohibiciones, normas que no nos permiten ser libres. Esa es la testarudez y la obstinación a que se refiere el profeta Ezequiel.
En cambio, cuando nosotros abrimos nuestra mente y nuestro corazón al amor de Dios, cuando nosotros descubrimos su proyecto desde nuestra fragilidad, entenderemos la importancia de construir la comunión con los demás, entenderemos que la razón de la venida de Cristo al mundo fue para reconciliar, para rescatar, para transformar lo caído, y para crear al hombre nuevo y la sociedad nueva, que exprese la presencia de Dios en medio de nosotros. A eso estamos llamados.
Nos llena de esperanza esta Palabra de Dios en el camino que debemos hacer como familia, como vecindad, como ciudad, como pueblo, como patria; un camino de respeto entre unos y otros, de respeto a la dignidad, reconociendo que en el otro también hay una vocación para que Dios se haga presente. Independientemente de cómo haya caminado en su conducta, es un hijo de Dios. Ésta es la actitud a la que hoy nos llama la Palabra de Dios.
Pensemos un momento y entenderemos por qué María de Guadalupe ha venido a México. Somos un pueblo elegido; rebelde, sí; testarudo, sí; obstinado, sí. Pero al que Dios ama de tal manera que mandó a su Madre para ser la evangelizadora de nuestro País y de América Latina.
Pidámosle al Señor Jesús nos dé esa gracia, ese Espíritu, para que, en medio de nuestras limitaciones y de nuestras fragilidades, podamos descubrir que la fuerza de Dios se manifiesta cuando amamos, cuando servimos, cuando nos reconciliamos, y cuando procuramos la comunión fraterna entre nosotros. ¡Que así sea!
+Carlos Cardenal Aguiar Retes
Arzobispo Primado de México
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