Homilía Domingo XVIII del tiempo ordinario

  • “¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios?” (Jn. 6,28)

Vamos a centrar nuestra reflexión en esta pregunta que le hacen a Jesús, aquellos que lo habían visto realizar una intervención milagrosa al dar de comer a una multitud que tenía hambre.

Viendo Jesús que aquella multitud estaba contenta de haber comido, y por lo tanto, lo querían proclamar rey, se escapa sin que se den cuenta. Después, también sus discípulos se alejan de la muchedumbre y se embarcan para ir hacia Cafarnaúm, al otro lado del lago.

Narra el Evangelio de hoy que, al darse cuenta la multitud de que Jesús ya no estaba con ellos, salen a buscarlo, y al encontrarlo, le preguntan: ¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios? (Jn. 6, 28).

Esta pregunta es también muy interesante para todos nosotros: ¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios? Jesús la responde de forma muy sencilla: “La obra de Dios consiste en que crean en aquél, a quién Él ha enviado” (Jn. 6, 29).

Por tanto, buscar a Jesús, que es el enviado del Padre, es lo primero que tenemos que hacer. Pero, ¿dónde se encuentra Jesús si ya terminó su paso por la Tierra, como el Hijo de Dios encarnado?, ¿dónde lo encontramos ahora para aprender sus enseñanzas cómo Él lo pide?, ¿dónde podemos aprender la manera de vivir como Él lo hizo; es decir, cumpliendo la voluntad de Dios?

Hay tres formas de buscar y encontrar a Jesús, pero también hay muchas otras que no nos llevan a Él. Los tres medios a través de los cuales podemos encontrarlo, nos los enseña claramente la Iglesia: El primero es precisamente esto que estamos haciendo: escuchar los Evangelios, porque al escucharlos estamos escuchando a Jesús, entramos en diálogo con Él.

La segunda manera para buscar y encontrar a Jesús es a través del otro, de las relaciones humanas, porque cualquiera de nosotros, cualquier ser humano –crea o no en Dios; crea en la Iglesia católica o en otra Iglesia– fue creado a imagen y semejanza de Dios, y en esa imagen y semejanza –semilla sembrada por Dios en nosotros para conducirnos en el desarrollo de esa imagen– encontramos la presencia de Dios en el prójimo.

¿Y cuál es la otra manera de encontrarnos con Dios? Precisamente la que en estos domingos de agosto presenta la liturgia en el capítulo sexto del Evangelio de San Juan, que nos habla de la presencia misteriosa, sutil y escondida, pero real, de Jesús en la Eucaristía, en ese pan y en ese vino que ofrecemos, y que el Espíritu de Dios lo transforma en presencia real del Cuerpo y la Sangre de Cristo.

Estas son los tres modos como nosotros podemos encontrarnos con Jesús: escuchando su Palabra, aplicando sus enseñanzas en nuestras relaciones cotidianas con el prójimo, y alimentándonos del Pan de la vida.

Esto es lo que justamente afirma San Pablo hoy en la Segunda Lectura: “Ustedes han oído hablar de Cristo, y en Él han sido adoctrinados conforme a la verdad de Jesús (Ef. 4,21); tan es así, que están aquí, han venido a Misa; por eso están aquí, porque buscan a Jesús. Y dice San Pablo: “Él les ha enseñado a abandonar su antiguo modo de vivir, ese viejo ‘yo’ corrompido por deseos de placer” (Ef. 4,22).

Esas tendencias internas del ser humano, cuando no se tiene una visión o mirada más allá del presente hacia el futuro. Cuando al ser humano le falta crecer en la esperanza de la relación de esta vida con la vida que nos espera en la eternidad, se deja conducir simple y llanamente complaciendo a sus sentidos, al placer. Y dice Pablo: “Dejen que el Espíritu renueve su mente, y revístanse del nuevo ‘yo’, creado a imagen de Dios en la justicia y en la santidad de la verdad” (Ef. 4,23-24).

Dejémonos revestir por el Espíritu de Dios. Este es el arte del buen discípulo de Cristo: dejarse conducir por el Espíritu Santo, y para ello es tan importante el segundo modo de buscar a Jesús: relacionarnos con nuestro prójimo a la manera de Jesús.

Quiero terminar esta reflexión haciendo una alusión directa a los diáconos permanentes que hoy hacen su peregrinación aquí a la Basílica de Guadalupe para celebrar el “Día del Diaconado”, que será el próximo 10 de agosto, fiesta de su santo patrono San Lorenzo.

El diaconado es muy importante porque realiza este puente de comunión entre todos los discípulos de Cristo y el ministerio sacerdotal, el ministerio de la enseñanza; es decir, dar a conocer a Jesús. Y segundo, porque realiza la aplicación de esa enseñanza en su vida y en la misión que le da el Obispo para ayudar al prójimo, particularmente al más necesitado: a los pobres, a los enfermos y a los marginados.

Que el Señor Jesús les siga fortaleciendo su espíritu en esta orientación tan importante que tiene la misión diaconal, y que Santa María de Guadalupe nos enseñe a todos a buscar a Jesús, escucharlo, aplicando sus enseñanzas en nuestra vida, y alimentarnos y nutrirnos del Pan de la Vida, que es Jesús mismo. ¡Que así sea!

+Carlos Cardenal Aguiar Retes
Arzobispo Primado de México

Sistema Informativo de la Arquidiócesis de México

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