Homilía de la Solemne Vigilia Pascual Catedral Metropolitana de México

Arrancaré de ustedes el corazón de piedra, y les daré un corazón de carne. (Ezequiel 36,26)

 

En la Séptima Lectura, tomada del Profeta Ezequiel, se hace este anuncio de la Nueva Alianza, y consiste en que el ser humano, como hijo de Dios –el creyente en Jesucristo– podrá tener un corazón de carne, sensible, que descubra en el otro a su hermano, y que con él forme comunidad, forme pueblo, en una convivencia fraternal para compartir lo que se es y lo que se tiene.

¿En qué consiste tener un corazón de piedra, para poder entender esa transformación que podemos realizar en Jesucristo? El ser humano está integrado por mente y corazón. Nos sirve la mente para poder razonar, nos sirve el corazón para ser sensibles y para darle su lugar a los sentimientos y afectos.

La sabiduría de la que nos hablaba el Profeta Baruc consiste en el equilibro de estas dos potencias que tiene el ser humano: mente y corazón; es decir, ni dejarnos llevar sólo por la mente, volviéndonos irracionales, exigentes en el cumplimiento según nuestra interpretación de la realidad y de nuestra ideología –que siempre nos confrontará con los demás–, ni tampoco dejarnos seducir por los sentimientos y afectos, sin un orden, sin una orientación, sin un sentido.

Mente, separada del corazón, o corazón separado de la mente, terminan siempre en un corazón de piedra, incapaz de descubrir en el otro, al hermano.

En Jesucristo, tenemos no solamente esta orientación doctrinal, sino como dice el Profeta Ezequiel: “les infundiré mi Espíritu y los haré vivir según mis preceptos” (Ez 36,27).

Gracias al Espíritu del Señor que recibimos en los sacramentos del Bautismo y la Confirmación logramos este equilibrio y podemos alcanzar la sabiduría de esta relación entre mente y corazón. Un corazón de carne que sepa entender no sólo lo que te pasa, sino lo que le pasa al otro, y poder así fraternizar.

El espíritu nuestro es un espíritu débil y frágil, que fácilmente se deja seducir cuando sólo mira su propio interés. El Espíritu Santo nos conduce para esta sabiduría del corazón.

Hoy vamos a administrar los sacramentos del Bautismo y de la Confirmación, para llegar a la plenitud de la Eucaristía. Algunos de nuestros hermanos que se han acercado a prepararse durante algún tiempo –descubriendo esta realidad anunciada por Jesucristo, y que hoy San Pablo recuerda claramente- podrán crucificar en Cristo al ‘hombre viejo’ (Rom. 6:6) para edificar el hombre nuevo, y así experimentar la acción renovadora del Espíritu Santo que anunciaba el Profeta Ezequiel: Arrancaré de ustedes el corazón de piedra, y les daré un corazón de carne. (Ezequiel 36,26). Esto es lo que en la Resurrección de Cristo queda confirmado: Él tiene la vida, y nos la comparte.

Con mucha atención vamos a seguir este ritual de la Iniciación Cristiana, de adultos maduros ya en la fe, que se incorporarán al Pueblo de Dios, a la familia de los hijos de Dios.

Pidamos ya, desde ahora, por ellos, y pidamos también por todos nosotros para que, con esta agua que bendeciremos como signo de nuestro Bautismo, renovemos ahora conscientemente, como buenos discípulos de Cristo, las promesas que hicieron por nosotros nuestros padres y padrinos en nuestro Bautismo.

¡Que así sea!

 

+Carlos Cardenal Aguiar Retes

Arzobispo Primado de México

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