Homilía de la Misa presidida por el Card. Rivera en la Basílica de Guadalupe por las víctimas del terremoto

  • Domingo 24 de septiembre del 2017, XXV Domingo del Tiempo Ordinario.

 

El centro del mensaje de las lecturas que hemos escuchado es que nuestros pensamientos no son los pensamientos de Dios. El pensamiento de Dios se refleja en el actuar del patrón que a todos nos desconcierta y quizá hasta nos escandaliza: ¿Cómo Dios da lo mismo al que trabaja en su viña desde los primeros años que al que llega en sus últimos días? La respuesta es “Porque yo soy bueno”.

Qué bueno que seamos muy sensibles a un reparto equitativo de derechos y deberes, de cargas y beneficios a nivel social, económico. Las exigencias de la justicia son la base de un cristianismo mejor. Pero, sin quitar un ápice a la virtud de la justicia, debemos descubrir que hay otro plano superior: el amor misericordioso. Porque ¡Pobres de nosotros, si Dios nos tratara en términos de estricta justicia! ¡Felices de nosotros, porque Dios nos trata en términos de amor misericordioso!. En estas circunstancias imploremos a Nuestra Querida Madre Santa María de Guadalupe para que su amado Hijo Jesucristo Señor Nuestro nos alcance el amor Misericordioso de nuestro Padre Celestial.

Plegaria a Nuestra Señora de Guadalupe

“Nuestros ojos están puestos en el Señor, esperando su misericordia”. Nuestra mirada se dirige también a ti, Morenita del Tepeyac, que en esta hora de desgracia nos vuelves a decir misericordiosa: “Nada turbe tu corazón, ¿qué no estoy yo aquí que soy tu madre?, ¿qué por ventura no estás en mi regazo?” Y como niños asustados, corremos a tus brazos, nos acogemos bajo tu amparo, Santa Madre De Dios, pidiendo que nos libres de todos los peligros, ¡Oh, Virgen gloriosa y bendita!

Esta ciudad tuya, madre nuestra, ha vuelto a ser sacudida por violentos terremotos; los daños se han extendido en tu bendita tierra mexicana, afectando a Chiapas, Oaxaca, Puebla, Morelos, el estado y la Ciudad de México, la que tú elegiste para poner esta tu casita, santuario donde muestras tu ternura, tu consuelo y tu bondad.

Nos duelen en el alma las vidas perdidas, las familias desgarradas por el dolor, los niños inocentes que han muerto bajo los escombros, y el llanto de sus padres que no pueden entender la tragedia. Nos duele ver nuestra ciudad herida, tantas esperanzas perdidas, el miedo a otra tragedia que sea aún peor; por eso, venimos a ti, consuelo de los afligidos, para que, al verte, Morenita del alma, nos demos cuenta de que no estamos desamparados, tú nos miras compasiva y piadosa, tú sufres nuestras penas como sufriste al pie De la Cruz, porque Hijo tuyo es Jesus crucificado, e hijos tuyos somos nosotros que hoy gemimos y lloramos en este valle de lágrimas.

Al verte, madre, volvemos a creer, al mirarnos tú, Señora, recuperamos la esperanza; al saberte nuestra Madre, descubrimos que todos los que sufren son nuestros hermanos, y por eso, este pueblo noble se ha volcado en cientos de miles a las calles a socorrer a sus hermanos, y la sangre nos dice que esto es lo que significa ser mexicanos, un pueblo que sabe dar y sabe darse, un pueblo que siendo pobre tiene una riqueza inmensa: su corazón repleto de amor y solidaridad. ¡Qué lección tan conmovedora ha sido ver a tantos jóvenes, días y noches, ayudando a los afectados, repartiendo víveres, removiendo escombros, recorriendo ansiosos las calles buscando a quien ayudar. Esos muchachos, Señora, son dignos hijos tuyos, son como tú, que presurosa cruzaste las montañas de Judea para ayudar a tu prima Isabel; ellos han cruzado kilómetros y kilómetros, han pasado cansancio y largas esperas sin desesperar, sólo por ayudar, sólo por tener la alegría de ver a alguien que vuelve a nacer de entre los escombros, y por eso entonan esa canción que nos identifica: “Canta y no llores, porque, cantando se alegran los corazones”.

Disculpa Niña mía que te presumamos un poco, nos sentimos orgullosos de nuestros soldados, marinos, policías que arriesgan su vida y trabajan porque se sienten y son parte del pueblo que sufre. Tu conoces mejor que nosotros a tantas personas que con generosidad y en el silencio han compartido sus bienes y los seguirán compartiendo para que México esté en pié y tenga un futuro más digno.

Señora del Cielo, cuántas casas derruidas, cuántos pueblos arrasados, cuántos templos derrumbados, pero la fe está firme, la fe se tambalea, pero no se desmorona, y la fe es la que hoy trae al pueblo de México a postrase a tus pies, este pueblo que hoy viene llorando a pedir tu consuelo y a buscar tu abrazo. Necesitamos que nos abraces, Morenita. Necesitamos que nos apapaches, Madrecita; que nos acerques al calor de tu corazón y que nos vuelvas a decir al oido: “Nada te inquiete ni te turbe, ¿qué no estoy yo aquí que soy tu madre?, ¿qué por ventura no estás en mi regazo? ¿Qué más has de necesitar?

Si tú estás con nosotros no tenemos miedo al futuro; si te muestras como Madre, nos sentiremos hermanos; si tú nos animas, nos pondremos de pie para reconstruir nuestros pueblos y ciudades, para reedificar nuestras casas y templos, crecerá en nosotros el orgullo de ser mexicanos, un pueblo que sabe luchar, una nación que no se rinde, un pueblo que sabe darse con generosidad y alegría, un pueblo que llora, pero que sobre todo canta y hasta lleva mariachis en la tragedia.

Como un niño que tiene miedo y se asegura al resguardo de su Madre, así hoy venimos a buscar tu amparo, venimos a pedir tu misericordia, venimos a pedirte a ti, intercesora de todas las gracias, que pidas a tu Hijo por tu pueblo, que des consuelo a los que sufren, que infundas fe a quien se siente perdido, que des aliento a los desesperados, que a los difuntos les abras las puertas del paraíso y que a nosotros nos des un corazón como el tuyo, lleno de bondad, de generosidad y de misericordia.

Vuelve a traernos consuelo, vuelve a darnos palabras que llenen de esperanza nuestro corazón, vuelve a nosotros tu mirada amorosa y eso nos basta. Ven Señora y danos alegría. Hoy te traemos rosas rojas de entre los escombros, es la vida de tus hijos que han muerto, tómalas en tus benditas manos, abrázalas en tu corazón, y deposítalas en el seno De Dios. Te traemos lágrimas y fatigas, pero también te traemos rosas blancas, es el amor, la generosidad, la bondad de tus hijos que se ha volcado en los que sufren y lloran, tómalas Señora, y compénsanos con tu intercesión, tu ternura y tu amparo.

Seguiremos trabajando, Señora, seguiremos dándonos de corazón, hoy que las manos de los necesitados se alzan a nosotros, como las nuestras se levantan ante ti, te prometemos, que no las dejaremos vacías, que mostraremos que somos hijos tuyos, porque sabemos servir, porque sabemos ayudar, porque sabemos amar, Amen.

Sistema Informativo de la Arquidiócesis de México

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